Antigüedad
Una cosa es la Historia y otra la antigüedad. De la primera dan cuenta los libros. De la segunda, la humedad. Aunque ambos conceptos se cruzan, no siempre tienen porqué coincidir. Por ejemplo, el catálogo de edificios históricos de Cádiz se ha quedado antiguo, porque establece que algunos comerciantes deben pintar la piedra ostionera de sus fachadas y eso es como si el Ayuntamiento de Bilbao obligara a darle una manita de minio a las paredes de titanio del Gugenheim. Ese es un tipo de antigüedad ligada al desfase, al anacronismo. La del teatro romano de Cádiz es una antigüedad auténtica, de otro mundo. El profesor Ramón Corzo, director de las excavaciones arqueológicas, anunció ayer que el edificio es el segundo más grande del mundo romano, tras el teatro de Pompeyo, en Roma. Puestos a hacer bien las cosas, los Balbo, que eran una de las familias de banqueros más poderosos del imperio y gaditanos de pro, no se quedaron cortos. Su teatro, con 2.040 años, aún resiste. El extinto Museo del Mar, con sólo ocho añitos, está lleno de caliches. Y es que Cádiz no ha evolucionado tanto en esos dos siglos: en Gades vivían 80.000 personas, poco menos que las 145.000 actuales, y algunos empedrados y patios de vecinos parecen de aquella época. Si se miran de cerca algunos edificios, en vez de la placa de los organismos de vivienda de la Falange o de la Junta lucen el sello del mismísimo César. Abolengo, que le llaman, y no antigüedad. En lo que sí ha cambiado la ciudad es en que ya no la habitan más de 500 millonarios, como recogen los textos clásicos, ni la ciudad es tan cómoda como relataba Estrabón, que no tuvo que vérsela con los ciclomotores.
La antigüedad es otra cosa. Antigua debe ser la gente, que no sale de casa y deja el Teatro Falla medio vacío cuando el Ayuntamiento programa al Ballet Nacional, con Aida Gómez al frente, para conmemorar la Constitución de 1812. Resulta que lo de Las Cortes de Cádiz es historia y el Falla aún no es tan antiguo, que se remodeló hace poco. Antiguo, queda dicho, es el otro teatro, el romano, que tenía una aforo de 20.000 personas y seguro que se llenaba cada año para ver la Final del Carnaval. Baste recordar al coro Quo Cádix, primer premio de 1988 d.C.
La Junta sí que sabe. Para que a nadie se le ocurra tildarla de antigua, había programado para anoche un rompedor concierto de armónica de cristal y ondas Martenot en el Falla, por Thomas Bloch. Seguro que la gente, aburrida y antigua, sí salió anoche. Lo demás, es Historia.
ANTONIO HERNÁNDEZ-RODICIO
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