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Crítica:DANZA - 'MANON'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Amores que matan Ballet de la Ópera Estatal de Viena Manon. Coreografía: Kennett MacMillan; música: Jules Massenet (en arreglos y orquestación de Leighton Lucas y Hilda Gaunt); escenografía y figurines: Peter Farmer. Director musical: Kevin Rhodes. Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real. Madrid, 22 de marzo.

Dentro de la escuálida y deslavazada programación de danza del Teatro Real, el Manon del Ballet de la Ópera de Viena es un alivio, como lo fue en la temporada pasada el Oneguin de los de Múnich. Es poco. Se racanea con el ballet y se derrocha en otros campos; los programas se hacen, como en este caso, con desdén profesional desde las portadas sin sentido hasta omitir el nombre del coreógrafo en la primera página. Menos mal que la compañía vienesa resarce de tales despropósitos domésticos.Manon es una de las cumbres del ballet narrativo moderno y da continuidad lectiva al mejor Cranko. De haberse prolongado sus carreras, cortadas prematuramente en ambos casos, ¿dónde habría llegado hoy esa tendencia? De hecho, sigue, y tiene en el propio Zanella (director de esta agrupación) uno de sus valores más sólidos y con proyección de futuro demostrable. Lo que pasa es que es muy difícil hacer estas obras, armarlas, que tengan éxito y perduren en el repertorio. MacMillan lo hizo varias veces, y con Manon (1974) depuró su estilo, heredero de Ashton y conocedor del Fokin narrativo de los últimos tiempos en Londres, con un sentido teatral refinado que ya había experimentado años atrás en Anastasia y que llegó a su apogeo con Mayerling.

Este argumento de amor desgraciado con muerta incluida se presta como pocos a recrear un tejido dramático-neorromántico. MacMillan manejaba con virtuosismo el sentido del pas de deux, explotaba la nobleza intrínseca que se le supone al partenaire, dotaba a la estructura bailada de sus obras de una organización coral y, sobre todo, poseía inventiva. Desde Petipa hasta él hay un puente de plata en tales presupuestos.

Complejidad

El Ballet de la Ópera de Viena es hoy una compañía vital y disciplinada, de alto nivel técnico y capaz de enfrentar esta obra con solvencia en toda su complejidad. En el estreno de anoche, el invitado de la Ópera de París, Manuel Legris, estuvo algo más que gris; se le vio titubeante, fuera del personaje a ratos. Raro en él, bailarín solvente y limpio que no dio buena réplica a Simona Noja, una primera bailarina en toda regla que hace su papel con distancia, sin tocar el melodrama y respetando los endiablados detalles coréuticos de la pieza. Estuvieron a gran altura el húngaro Tamas Solymosi, como Lescaut, y Jolatha Seyfried, como la Amante.

La puesta en escena de Viena cuenta con los decorados y trajes de Peter Farmer, quien con mimo se desmarca del original de Georgiadis, pero respeta la intención de MacMillan: perfumar la escena con los toques de época, pero sin que parezca empolvada.

El teatro no se llenó, ni siquiera el patio de butacas, lo que es una pena y responsabilidad del desinterés de la casa por acercar al público de ballet hasta la plaza de Oriente. Una promoción en toda regla lo resolvería, sin duda, y esta vez vale la pena.

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