Los voluntarios del 'Erika' exigen pruebas médicas
Un sentimiento de indignación aflora entre los miles de voluntarios que se lanzaron a las costas atlánticas francesas tras la marea negra desatada el 12 de diciembre último por el petrolero Erika. Los informes de los laboratorios que certifican el alto contenido cancerígeno del crudo vertido han sentado como una puñalada trapera en las 39 playas todavía ennegrecidas. Pala en mano, enfundados en buzos de plástico, guantes y botas, un millar de voluntarios continúan luchando contra las capas de crudo, depositadas en la arena, pero, sobre todo, contra la amarga sensación de haber sido engañados. Muchos se han ido y otros lo harán pronto. Ya no cabe contar con una reacción espontánea ciudadana de la misma envergadura si el desastre llega a repetirse. La contaminada playa de Croisic está desierta, a la espera de que lleguen las brigadas de limpieza municipales, porque el alcalde no quiere que los voluntarios se sometan a riesgos. Además de explicaciones y disculpas, las asociaciones de voluntarios -gentes en paro, ecologistas que han sacrificado sus vacaciones, estudiantes, jubilados llegados de toda Francia- exigen ahora certificados con los que poder probar que han trabajado limpiando el petróleo del Erika, reclaman análisis médicos y preparan denuncias judiciales.
Claridad informativa
Más que por el riesgo sanitario en sí, insignificante, al parecer para aquellos que han mantenido su piel a cubierto del petróleo, lo que duele es la sospecha de que el esfuerzo generoso no haya sido correspondido desde las autoridades con una transparencia completa. "Nos sentimos traicionados", dice un joven parisiense en paro que ha limpiado durante semanas las costas bretonas movido por su entusiasmo ecologista y también por las ganas de demostrar que de los "barrios difíciles" que rodean la capital surgen también manos solidarias.
Como tantos otros, Stephane revisa sus movimientos pasados: recuerda la mañana en la que se desgarró su traje de protección y él continuó con la tarea, el momento en el que el petróleo que recogía con la pala le salpicó en el rostro. Todos hablan de aquellas primeras semanas en las que mucha gente, también familias con niños, se enfrentó al "fuel número 2", como los técnicos clasifican al petróleo del Erika, con las manos desnudas y en calzado deportivo. Recuerdan ojos enrojecidos, compañeros de faena con ganas de vomitar. Los más expuestos han sido los encargados de la limpieza de los miles de aves marinas impregnadas de crudo.
De creer a los científicos del Centro de Documentación, Investigación y Experimentación, la alarma está injustificada. "Efectivamente, como todos los hidrocarburos aromáticos policíclicos, el fuel número 2 es cancerígeno, pero es un producto muy volátil que no entraña prácticamente riesgo por vía respiratoria y muy pequeño en contaminación cutánea. Esta psicosis no tiene sentido", indica el director adjunto de este organismo, Christophe Rousseau. Los expertos insisten en que sólo se podría hablar de peligro real de cáncer tras un contacto muy prolongado y directo con el petróleo. El inspector médico de Nantes, Mayannick Prat, ha invertido la carga de la prueba, en unas declaraciones a Le Parisien. "Técnicamente, nadie está hoy capacitado para afirmar que ninguno de los voluntarios expuestos al crudo no desarrollará por esa causa un cáncer de piel". El toxicólogo Henri Pèzarat piensa igual: "Es imposible establecer un umbral de contaminación para sustancias cancerígenas".
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