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Más ruinas sobre la vida

La huella silenciosa de las fábricas y las fachadas de las casas grabadas por el fuego de la contaminación industrial son su paisaje. Es Viernes de Carnaval, pero las cuatro familias de etnia gitana, que junto a una veintena de niños viven desde hace diez días juntoa a la estación del tren de Sestao, no lo saben. Se han quedado sin casa y un miembro de la Ertzaintza les acaba de "recordar", amablemente, que el alcalde dice que tienen que abandonar el descampado.El derrumbamiento de los números 51 y 53 de la calle Chávarri de Sestao el pasado 25 de febrero ha desempolvado un problema que acecha a la población más abandonada social y económicamente de Vizcaya. Una montaña de escombros aún recuerda que la tarde del siniestro ocurrió un milagro en uno de los barrios marginales de la localidad. Cayeron dos inmuebles, que sumaban 16 viviendas, de las que sólo la mitad estaban habitadas, casi totalmente por familias gitanas.

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Una de las vecinas era Carmen Silva, de 48 años, quien resultó con diversas contusiones y tuvo que ser trasladada al hospital de Cruces. Una semana después, vive de prestado en casa de un familiar en la calle Rivas y todavía muestra las marcas de los golpes. En la calle, sus hijos, nietos, yerno y otros familiares, son víctimas de la situación. "Somos personas. No me explico por qué cuesta tanto atendernos", murmura una hija de Carmen, Antonia Suárez, de 26 años, mientras mece a su pequeña Yoli, a la intemperie, frente a la herrumbrosa huella de Astilleros Españoles.

Sestao registra uno de los mayores índice de desempleo de España, con casi un 35%, frente a un poco más del 10% en Vizacaya. Un total de 2.562 personas no tenían trabajo el pasado año en esa localidad de la Margen Izquierda. En 1997, la población era de 33.961 habitantes, aunque su descenso es progresivo debido a la emigración, según datos del Eustat.

Sestao -"la hermana pobre" de la comarca, resalta su alcalde, el socialista Segundo Calleja- hace esfuerzos por remontar la crisis que azotó la industria a partir de los años 70 y dejó a sus habitantes fuera de combate. Paro, abandono de la población, falta de viviendas, grupos marginales que tratan de buscar un hueco entre la desolación. "Lo que ocurre en Chávarri también afecta la zona de Rivas, Simón Drogas y otros barrios, lo que es la parte sur de Sestao, limítrofe con Altos Hornos y estamos tratando de solucionar lo más rápido posible, pero no depende únicamente de nosotros", explica Calleja.

El día del derrumbamiento, el primer edil tuvo que oír, junto a los damnificados, las protestas de varias familias gitanas que exigían su derecho a una vivienda digna y, sin embargo, sus nombres no coincidían con los de los propietarios de los pisos. También aguantó los improperios de un hombre ebrio que le apuntaba amenazador por proteger a los gitanos, "los culpables de todo". Una semana después, las cuatro familias, que se han instalado frente a la estación de Sestao, le acusan de racismo.

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"Nosotros teníamos un piso en el tercero izquierda del número 51. Lo compró mi suegra [Carmen Silva, la mujer herida en el derrumbe] hace varios meses, y pagó más de cuatro millones de pesetas. Como somos gitanos nos ayudamos unos a otros y vivimos donde podemos. No vamos a quedarnos en la calle. Carmen está recogida en casa de un familiar, no sabemos hasta cuándo, pero nosotros estamos en la calle. Si no fuéramos gitanos, seguro que sería distinto. Y, encima, el alcalde manda a la policía para que nos arroje de aquí", protesta Albino Salazar.

El alcalde se siente desbordado e intenta establecer la calma. "Tratamos de solventar el problema, pero es difícil. Sólo podemos alojar a los que están empadronados en el pueblo, que son los que tienen derecho legalmente. Pero, hay 13 personas que no lo están y no podemos hacer mucho por ellas. Otras diez se niegan a ir al albergue de Elejabarri porque no quieren separarse de sus familiares. Todo se complica y hay que tener en cuenta que el Ayuntamiento no tiene viviendas, y, si las hubiera, habría que seguir unos criterios. Si doy un piso a los gitanos, me crucifican", se lamenta en su despacho.

Mientras, en la calle Chávarri, sólo los escombros y el vacío dejado por los pisos caídos recuerdan que hace una semana ocurrió casi un milagro. Ahora, parece que hará falta otro.

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