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Reportaje:

Del sedentarismo a la huerta

Blanca Cia

Dicen que antes estaban metidos en la consulta del médico de cabecera, en los bares o todo el día en la butaca, tragando televisión. Ahora van cada mañana a su huerta, unas parcelas pulcramente organizadas en la antigua finca de Can Mestres, en el barrio de la Marina de la Zona Franca. Hasta hace tres años era una gran extensión de terreno, de 11.000 metros cuadrados, que se explotaba como huerta. En 1997, el Ayuntamiento la expropió y desde entonces la gestiona Parques y Jardines, que optó por dedicar parte de ella a vivero de árboles y otra parte a poner en marcha un proyecto que llamó Huertos Urbanos Familiares. La iniciativa cuajó.Ahora hay 30 pequeñas huertas, de 48 metros cuadrados cada una de ellas, a las que se sumarán otras 13 más. Son pedazos de tierra para el consumo de una familia de tres personas durante todo el año. Una de las condiciones de la explotación de las pequeñas huertas es, precisamente, la prohibición de comerciar con los productos.

Los payeses urbanos son, en su mayoría, jubilados que viven en el barrio de la Marina. "Yo estoy ahí mismo -señala uno de los bloques de viviendas de Can Clos- y desde casa la mujer a veces me pide a gritos que suba una lechuga o cebollas", cuenta uno.

Cada mañana, a partir de las nueve, las huertas de Can Mestres se van animando. Y raro es el mediodía en el que no haya una docena de personas agachadas o limpiando los pedazos. Conversan entre ellos, se forman pequeños grupos en los que hay un entendido y los otros que van más de novatos.

Hay muchos que cuando eran chavales sí conocieron el campo y las huertas, antes de emigrar a Barcelona. Llegaron como tantos otros desde Andalucía y Extremadura en la posguerra. Y después de 40 años o más de trabajar en la construcción, pero sobre todo en fábricas, se quedaron sin saber qué hacer. "Siempre me dolía algo, si no era la espalda, era no se qué. El caso es que estaba hecho un asco aunque en realidad no tenía nada. Yo creo que era puro aburrimiento y no saber qué hacer", afirma Cristóbal.

"Aquí no se para. Arriba, abajo. Te pasas la mañana haciendo gimnasia y al aire libre", apunta otro de los hortelanos. Todos, sin excepción, tienen un envidiable color tostado en sus caras.

La media de edad se sitúa en los 65 pero hay abuelos de 80 que no por ser más mayores dejan de doblar el espinazo en su pedazo de tierra. Manuel, de 81, tan delgado que parece que se va a quebrar, limpia la tierra de ortigas que salen por todos los lados y se enredan con todo: las lechugas, las matas de habas, lo que sea. "Hay mucho trabajo por las ortigas. Te pasas ratos limpiando y te da la sensación de que es inútil porque brotan sin parar", cuenta otro.

Las huertas se cultivan siguiendo criterios ecológicos: nada de abonos artificiales y nada de pesticidas. Resultado: ortigas por todos los lados y unas verduras que no son tan lustrosas por fuera como las que se cultivan en explotaciones intensivas pero con un sabor y gusto exquisito. "Yo veía antes al de la masía que echaba no se qué en la tierra y las lechugas le salían en dos semanas. Casi las veías subir. Las nuestras tardan unos dos meses en poder ser recogidas pero son mucho mejores. La diferencia es la forma y la tierra. Ésta es muy buena y sólo está mezclada con abono natural", cuenta otro.

Sebas, el encargado de Parques y Jardines en Can Mestres, puntualiza que cada uno de los hortelanos urbanos firmó un contrato con el instituto municipal para explotar su huerta por un periodo de seis meses. "Ahora todos quieren renovar y también hay más que se quieren apuntar a la experiencia", explica ante un corro de hortelanos que ponen mala cara ante la perspectiva de dejar de cultivar su huerta.

"Si me quitáis esto, ya me podéis llevar al otro lado de Montjuïc, al cementerio", advierte Joan, el único catalán en la comunidad de Can Mestres. Era ebanista de profesión y de la tierra dice que no tenía ni idea: "Ahora me paso las mañanas aquí y lo primero que sembré me salió bastante mal, pero ya he ido aprendiendo".

Parques y jardines facilita a los payeses urbanos los utensilios para cultivar sus trozos de tierra y también se construyó un cubierto para dejarlas. La simientes van a cargo de los adjudicatorios y también el consumo del agua para el que se fijó una tasa mínima. Muchos de los payeses recién estrenados se hacen traer simientes de sus tierras de origen. Casi todos son autodidactas y confían más en la tierra que en otra cosa. Lo explican con un dicho: "Cava hondo, echa abono y tira el libro de la agricultura".

Joan Guerrero

Más huertas, menos 'casals'

Los payeses urbanos de Can Mestres están convencidos de que es mucho mejor para un jubilado tener una actividad como el cuidado de una pequeña huerta que estar horas en un centro de ocio de la tercera edad. Sin querer entrar en críticas concretas a las administraciones, muchos de los jubilados que pasan las mañanas en la finca de la Zona Franca creen necesario que experiencias como la suya proliferen por el resto de la ciudad y de Cataluña. Los jubilados de Can Mestres piensan que estar en un local significa no moverse apenas y no tener una actividad física que contribuya a estar lo más ágil posible. Afirman que ésa es una de las cosas más importantes cuando llega la jubilación y coinciden en criticar una política que "aparca" a los mayores en casals.

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Sobre la firma

Blanca Cia
Redactora de la edición de EL PAÍS de Cataluña, en la que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en diferentes secciones, entre ellas información judicial, local, cultural y política. Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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