"Dios mío qué pena, no nos despedimos"
Rota por el dolor, la viuda de Fernando Buesa, Natividad Rodríguez Lajo, lloró ayer con profunda amargura ante el féretro de su marido en la capilla ardiente instalada en el vestíbulo principal del Parlamento vasco. No había tenido tiempo de despedirse de él el día anterior y no podía quitarse de la cabeza ese último adiós, ya imposible.Al llegar ante el ataúd donde reposaba su marido, acompañada por sus hijos, Sara, Carlos y Marta, Natividad ya no pudo mantenerse en la entereza. "Dios mío, qué pena, ayer [por el martes] no nos despedimos, qué pena, ayer no te vi", sollozaba con la voz entrecortada por el llanto y las manos enredadas en un pañuelo que nunca secará tanta lágrima.
La familia de Buesa acudió a las 10.45 a la Cámara vasca, donde la familia socialista veló al que fuera su principal líder y bastión en Álava.
Natividad y sus hijos no estuvieron solos con su llanto. Los dirigentes socialistas que presidían la capilla ardiente y el hermano del parlamentario asesinado, Jon Buesa, director de Aguas del Gobierno vasco y cualificado militante del PNV, se derrumbaron en uno de los momentos más sentidos de un largo día.
El lehendakari, Juan José Ibarretxe, tampoco pudo contener la emoción ante un adiós imposible, un agur ensordecido por la dinamita de los terroristas de ETA. Los ojos de Ibarretxe, que se encontraba acompañado por sus consejeros, también se llenaron de lágrimas.
Fuera, miles de vitorianos hacían cola para dar también su último adiós a un político que se había volcado con su ciudad y sus gentes, un socialista que había llevado con orgullo su compromiso vehemente con sus ideales.
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