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De molinos, subastas y encantamientos J. Á. VELA DEL CAMPO

La ópera española contemporánea va a poder, al fin, mostrarse en nuestro país en igualdad de condiciones que los títulos del repertorio tradicional. En el Real, en el Liceo, los templos más simbólicos de la lírica, dos apellidos ilustres cargados de historia, Halffter (1930) y Turina (1952), toman a Don Quijote como excusa y ponen sobre la mesa los límites y posibilidades de las nuevas óperas, aquí y ahora, para dialogar de tú a tú con la sociedad. No entran, como en otras ocasiones, por las puertas laterales, sino por la grande, con dos pesos pesados de la dirección de escena como aliados: Herbert Wernicke, en la apuesta madrileña que se estrena la semana próxima, y el grupo La Fura dels Baus en la catalana de octubre inaugurando la segunda temporada del Liceo después del incendio. La coincidencia es importante para comprobar de qué manera se mantienen la actualidad, la vitalidad, la capacidad revulsiva, la fantasía y el sentido último de un género que no vive sus horas más felices, a pesar de los estimulantes frutos de Henze, Lachenmann, Berio, Ligeti o Rihm, entre otros.

Reflexiona uno de los protagonistas de la apasionante novela El último encuentro, de Sándor Márai: "Como la música no tiene ningún significado que se pueda expresar con palabras, probablemente tenga algún significado más peligroso, puesto que puede hacer que las personas se comprendan". Lo saben bien Cristóbal Halffter y José Luis Turina. El primero habla de utopía a propósito de Don Quijote; el segundo, de relaciones simbióticas entre el mito de origen y la música. Los dos debatirán dentro de un par de semanas en la Residencia de Estudiantes sobre unas motivaciones y soluciones no necesariamente coincidentes. Es precisamente en la diferencia de enfoques donde residen muchos de los atractivos para el espectador. ¿No sería posible que el Real y el Liceo se intercambiasen, una vez estrenadas, estas producciones?

Dos Quijotes, dos visiones del mundo. Andrés Amorós, para Halffter, ha seleccionado alguna de las escenas más populares de la novela, desde el combate con los molinos de viento hasta la investidura como caballero del protagonista, y ha desplegado un discurso simbólico invitando al propio Cervantes al ritual para explicar la dualidad entre la naturaleza del creador y la cultura del personaje literario.

Las teorías de Halffter se centran en que el espectador conoce lo que está viendo, con lo que es la música y no la palabra la responsable principal del discurso creativo.

Justo Navarro, para Turina, insiste en la componente futurista, concepto muy ligado al espíritu furero. El primer acto se desarrolla a orillas del lago de Ginebra en una subasta de antigüedades donde se porfía por una edición del Quijote de 1605, en un futuro indeterminado en que los libros son ya una rareza en vías de extinción. El segundo acto, en el jardín de un rascacielos de Hong Kong, juega con la realidad virtual y los concentradores de memoria. En el tercero, la acción se concentra en un congreso en honor de Don Quijote en Barcelona en 2004.

El Quijote madrileño surgió como un encargo del Real a Cristóbal Halffter, siendo financiado por Caja Duero; el de Barcelona es una iniciativa de La Fura, que seleccionó al compositor y al libretista antes de la invitación del Liceo.

Estos desafíos suponen un importante salto adelante en la normalización de la creación operística sin rebajas en España. El que nuevas óperas de Luis de Pablo o Joan Guinjoan estén previstas para próximas temporadas del Real y del Liceo es una garantía de continuidad. Decía Bresson (estos días se está revisando la integral de su obra en la filmoteca) que "el cine sonoro ha inventado el silencio". Sutil paradoja. ¿Qué encantamientos, invenciones, paradojas y sorpresas traerán los nuevos pasos de la ópera española? Inquietante dilema.

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