"Dura lex"
Tras la bonanza inaugural, el primer chaparrón descargó sobre el nuevo Liceo. No ha gustado este Don Carlo que, sobre el papel, tantas maravillas prometía. Los abucheos fueron superiores a los aplausos y así debe consignarlo la crónica. Pero es de las veces que duele hacerlo, porque los ingredientes para un triunfo se habían dosificado con esmero: un reparto de voces de primer nivel, unas direcciones de orquesta y de escena experimentadas, ensayos suficientes... Ahora bien, no porque los ingredientes estén, el soufflé tiene necesariamente que montar. Así es la cocina teatral a veces: desagradecida. Su grandeza también está en ello.¿Culpable? Para el público operístico, el que queda siempre a mano es el director de escena. Él se llevó todos los palos. Con parte de razón, no con toda. Deflo quiso reducir la ópera a drama intimista, psicológico, despejado de los oropeles de la corte española en la que a menudo se enredan otras producciones. Hasta aquí nada que objetar. Optó por una escenografía pesada, unas columnatas en negro azabache que se deslizaban suavemente delimitando espacios. Estética oficialista, como de BOE: el peso de la ley, marco y motor de los comportamientos de los personajes. Vale. Pero el riesgo que se corre por ahí es el de aburrir mortalmente al personal, matarle a bostezos. Fue lo que ocurrió. Deflo no se permitió una sola alegría: se tragó incluso el desfile real del segundo acto, uno de los escasos momentos de la obra en que puede correr algo de aire. Por poner otro ejemplo, el gabinete del rey del acto siguiente estaba tan pelado que Isabel de Valois, a falta de una mala silla, tuvo que ir a dar con sus huesos al suelo: un desmayo ciertamente muy poco real. En fin, que, de tan adusto, el montaje incluso obligó a cercenar partes del libreto. Saltó así del reparto el heraldo cuyo único cometido es anunciar, poco antes del auto de fe, la apertura de puertas de la iglesia de Atocha: es que no había iglesia, demonios, sólo columnas negras. Lo cual no quita que los decorados fueran de calidad, así como también el vestuario y la iluminación, por más que ésta tampoco osara cruzar en ningún momento el umbral de lo sombrío. Pero pudo más lo plúmbeo.
"Don Carlo", de Giuseppe Verdi, sobre un libreto de Joseph Méry y Camille du Locle
Intérpretes principales: Roberto Scandiuzzi, Walter Fraccaro, Ana María Sánchez, Carlos Álvarez, Dolora Zajick, Paata Burchuladze. Orquesta y coro del Gran Teatro del Liceo. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Dirección escénica: Gilbert Deflo. Dirección musical: Jacques Delacôte. Barcelona, Liceo, 10 de febrero.
Ahora bien, todo eso habría quedado más o menos obviado si la parte musical hubiera tenido brillo propio. No fue así. Y ahí la culpa ya no fue de Deflo, sino de Jacques Delacôte. Cuidado: no es que el director no hubiera trabajado a fondo. Salieron limpiamente los pasajes solistas, tan comprometidos en esta obra: las trompas iniciales, el violonchelo, el oboe y el fagot en sus partes obligadas. Cuadró como pocas veces la alternancia en el segundo acto entre la orquesta del foso y la fanfarria interna que el director marca por monitor. Pero falló la concertación de voces. Delacôte impuso su propia ley, y de nuevo apareció el BOE en toda su aspereza. No bajó del mezzo-forte y ahí se las compusieran los cantantes para irle a la zaga. En semejante tesitura, quien más había de padecer era Walter Fraccaro (Don Carlo), cuyo papel, sin tener el gran momento de lucimiento, está siempre al límite de posibilidades: salió bien parado porque es fuerte y sabe, pero se le obligó a realizar un esfuerzo innecesario. Destacó Roberto Scandiuzzi (Felipe II), un derroche de facultades verdianas. Sin embargo, su Ella giammai m'amó no brilló todo lo que era de justicia de nuevo por la injustificada premura del foso. La gran triunfadora de la noche fue Dolora Zajick (Eboli): su vozarrón de gladiadora, no siempre matizado en el agudo, doblegó a la orquesta, y esos arranques temperamentales en el Liceo siempre han gustado. Como también aguantó los envites Paata Burchuladze. En cambio, desaparecieron en combate Ana María Sánchez (Isabel de Valois) y Carlos Álvarez (Rodrigo). Una pena, con lo que ambos son capaces de dar.
En fin, probablemente habría que acudir a alguna de las próximas funciones para ver en qué ha quedado todo esto. Las más férreas leyes acaban por aflojarse a base de sucesivas interpretaciones. Incluso las muy duras de Felipe II. Incluso el BOE.
Babelia
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