La UE quiere vetar los transgénicos que generen dudas científicas
La cumbre de Montreal se centra en los prospectos de las semillas
Tras cinco años de negociaciones infructuosas, la Unión Europea ha decidido volcarse a fondo para alcanzar hoy mismo en Montreal (Canadá) un acuerdo mundial sobre el comercio de transgénicos. Los negociadores europeos, entre ellos 10 ministros de Medio Ambiente, presionaron ayer hasta altas horas de la noche a Estados Unidos y sus aliados para que aceptaran ciertas barreras al comercio de organismos genéticamente modificados en caso de que haya dudas científicas sobre su seguridad.
Todas las discusiones que mantienen los delegados de 138 países en Montreal, y también todas las proclamas de la veintena de ONG y organizaciones ecologistas que asisten a la convención para mostrar su rechazo a la modificación genética, giran en torno a un concepto tan crucial como evanescente: el principio de precaución. ¿Filosofía? Tal vez, pero de una rama que cotiza en Bolsa.Los grandes exportadores de grano -EE UU, Canadá, Argentina, Australia, Chile y Uruguay, asociados en el llamado Grupo de Miami- no desean más restricciones a la libre circulación de semillas que las que impone la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuyo objetivo es liberalizar al máximo el intercambio de mercancías. Naturalmente, incluso bajo esta regulación liberal, cualquier país puede rechazar un producto demostradamente dañino o en mal estado.
Pero la UE va más allá y quiere que baste una duda científica sobre la seguridad de un producto para el medio ambiente, o una mera falta de información, para que un país se niegue a importar ese producto, sin que importe qué compromisos haya adquirido el país en el seno de la OMC. En esto consiste el conflictivo principio de precaución. Y este principio sería el núcleo del Protocolo de Bioseguridad que debe firmarse hoy. Los países en desarrollo también apoyan esta estrategia.
El ministro portugués de Medio Ambiente, José Sócrates, hablando en nombre de todos los gobiernos de la Unión Europea, se mostró ayer tajante sobre ese punto: "El Protocolo de Bioseguridad no estará subordinado a la OMC". La comisaria europea de Medio Ambiente, Margot Wallström, lo expresó de forma más diplomática, y quizá también más confusa: "La OMC y el Protocolo de Bioseguridad no deben estorbarse, sino apoyarse el uno al otro".
La delegación española, encabezada por el secretario general de Medio Ambiente, Juan Luis Muriel -la ministra Isabel Tocino ha decidido finalmente no asistir-, no mostraba ayer un optimismo tan abierto como Sócrates y Wallström, pero sí señalaba que la actitud de EE UU y sus aliados del Grupo de Miami se ha vuelto mucho más negociadora en Montreal que en las anteriores ocasiones.
Representación de EEUU
Constituye un detalle significativo que Washington, pese a que nunca ha firmado el Convenio de Seguridad Biológica de la ONU, en el que se enmarca la reunión de Montreal, ha enviado por primera vez a un alto representante de la Administración, el vicesecretario de Estado Frank Loy, cuya presencia "puede contribuir a un desenlace satisfactorio", en palabras del jefe de la delegación estadounidense, David Sandalow.
"EE UU no está cerrado en banda", aseguraba ayer Muriel. Las dos cuestiones básicas son: primero, concretar qué es y qué no es una "duda científica razonable", pues de otro modo cualquier gobierno podrá escudarse en informes técnicos para imponer una barrera comercial arbitraria. Y, segundo, acordar una fórmula para que cada cargamento de organismos genéticamente modificados -en la práctica, semillas transgénicas de maíz y de soja- vaya acompañado de una información exacta, completa y homologada sobre las alteraciones genéticas que incluye y sobre las reservas científicas solventes a que haya dado lugar: algo muy parecido al prospecto que acompaña a los medicamentos.
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