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Tribuna:HORAS GANADAS
Tribuna
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La balsa de la revolución

Rafael Argullol

Tras muchas dudas y múltiples esbozos Théodore Géricault eligió el momento que debía reflejar su monumental cuadro: aquel en el que parecían desvanecerse las esperanzas de salvación, aunque a lo lejos, perdida entre las olas, la minúscula silueta del buque Argus prometiera, todavía, la inminencia del rescate. En el primer término, una figura melancólica permanece ajena a la acción mientras los cadáveres se amontonan a su alrededor; en el extremo opuesto otras dos figuras agitan sus camisas hacia el horizonte. Pero el centro de la pintura está ocupado por los supervivientes, obligadamente situados entre el horror, la resignación y la espera.Géricault adivinó pronto que el naufragio del Medusa ante las costas de Senegal, escandaloso por las circunstancias de corrupción, torpeza y cobardía que se produjeron, era asimismo el naufragio de una época. En toda Europa se leyó con avidez el relato que el ingeniero Corréard y el médico Savigny, dos de los supervivientes, hicieron de lo ocurrido con la nave Medusa el 2 de julio de 1816 y, en especial, de las posteriores vicisitudes de los náufragos a lo largo de 15 días hasta que por fin, a la segunda oportunidad, fueron vislumbrados por el Argus. Géricault, asesorado por el propio Savigny, prefirió pintar la primera oportunidad, fallida, del angustioso rescate. Nacía, así, tres años después, en 1819, una de las obras fundamentales de la pintura moderna, La balsa del 'Medusa', a la que acostumbramos a aludir con una acertada deformación mitológica: la balsa de la Medusa.

A la Medusa que transforma a los hombres en piedras y al Medusa que los convierte en náufragos hay que remontarse necesariamente si queremos abordar uno de los textos más desmesurados y, tal vez, más despiadados del siglo XX, cuya primera traducción completa acaba de llevar a cabo la pequeña editorial Hiru de Fuenterrabía: porque en esta Estética de la resistencia, obra tremenda de Peter Weiss, novela y ensayo simultáneamente, crónica y tratado, análisis descarnado y doctrina utópica, nada queda al margen del pesado friso del tiempo y del continuo naufragio de la perfección. Incluso quienes admiran al gran dramaturgo que fue Peter Weiss, que supo cruzar los espectros de Sade y Marat, y al vigoroso narrador de Adiós a los padres o La sombra del cuerpo del cochero no podrán ocultar su perplejidad ante el marmóreo monumento edificado por Weiss.

En La estética de la resistencia, como los hombres bajo la mirada de la Gorgona, también el tiempo se petrifica y, con él, los recuerdos y los pensamientos. Memorial, más que memorias, en sus muros se han ido grabando, con una insistencia nada gratuita, los nombres que conforman el proyecto y la partida, la travesía y el naufragio. Las ilusiones compiten con los cadáveres, aunque estos últimos son los que finalmente cubren el escenario. En ningún momento, sin embargo, dejamos de escuchar, en la lejanía, la música de la revolución, estridente al principio, casi obcecada después, cuando los sinsabores inclinan demasiado la balanza por el lado de la mentira y la derrota.

Peter Weiss, pese a todo, se obstina en su fe revolucionaria si bien no ignora, en absoluto, las pavorosas tinieblas liberadas por la revolución. Es, paradójicamente, una fe extremadamente racionalista, fría, casi gélida: el bajorrelieve del siglo XX abre a los lectores llamaradas de hielo. El totalitarismo aniquila a los rebeldes y la enorme masa sin vida de la utopía cae sobre los utópicos, aplastándolos. Pero para Peter Weiss la revolución posee la belleza necesaria para conmover pechos. No es un ingenuo: la contempla en el fondo del abismo.

La sinfonía de piedra, dura e implacable, revela, no obstante, hermosas melodías, como las que surgen de la evocación de la Sagrada Familia en medio de las refriegas callejeras de la Barcelona de la guerra civil o de las esculturas del Museo Pérgamo en el Berlín del delirio nacionalsocialista: melodía de piedra asimismo -las torres gaudinianas o las imágenes clásicas- que confirman la voracidad de un proceso que abarca la entera historia del hombre.

Con todo, en este memorial del siglo XX escrito por Peter Weiss, ninguna escena supera en fuerza a la que nos conduce a La balsa del 'Medusa', quizá porque el mismo Weiss veía en su texto un paralelismo con la escenografía de Géricault. También La estética de la resistencia es la descripción de un inmenso naufragio, aunque resistiéndose su autor a la renuncia definitiva, como si la revolución, al igual que los náufragos de la balsa ante el Argus, esperara una segunda oportunidad.

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