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Reportaje:

El factor escocés

El casticismo ha sido en el último siglo en Madrid un Guadiana recurrentemente guadianesco, como dijo un escritor foráneo afincado aquí. Aparece y se oculta entre las gentes de la ciudad de manera cíclica. No sé sabe muy bien a qué obedece tan alterno escondite. Para algunos, el casticismo viene a ser el envés de la hoja en cuyo haz figura el universalismo de Madrid y su condición de ciudad cosmpopolita. Los castizos conspicuos lo consideran algo así como la supuesta mismidad madrileña. Pero viene a ser, a grandes rasgos, una exacerbación del principio acuñado por el refrán castellano que reza: "Quien a los suyos parece, honra merece". Ahora, nuevos hallazgos proyectan luz -y sombras- sobre los mitos castizos madrileños. Y los desmenuzan. A veces, incluso, los pulverizan.Chamberí, palabra castiza donde las haya, no es ni más ni menos que un apócope del francés Champ de Berry. Según expertos en toponimia, su nombre fue dado a unos cerrillos madrileños donde Isabel de Valois, francesa, la segunda esposa de Felipe II, tenía una quinta adonde se retiraba a descansar. Los mantones, ese atuendo festivo tan vinculado a las escotadas hombreras de muchas madrileñas, proceden de Manila, la capital de las islas Filipinas. Ahora le ha llegado el turno al famoso chotis, ese baile geometrizado y rígido que, a lo largo de un siglo y medio, se ha convertido para muchos en seña de identidad de la ciudad.

El caso es que el chotis se llamaba inicialmente schottish. Por primera vez fue escuchado en el Palacio Real de Madrid, en un sarao regio celebrado el 3 de noviembre de 1850. En un principio, se trataba de una danza ceremoniosa y galante, muy contraria al vals, a la sazón considerado más bullanguero y acelerado. El madrileñista José Montero Alonso dice que también se conocía como polca alemana, pero su denominación procedía de Escocia y su compás poco tiene que ver con ésta. Algunos estudiosos creen que hundía sus raíces en florilegios de bandas de música que en el siglo XVIII integraban unidades militares escocesas destacadas en Prusia, de donde aquellos sones pasarían a España.

Ya en Madrid y poco a poco, la interpretación del schottish comenzó a marcar más acentuadamente su compás, a través de una suerte de martillete. Las condiciones estaban dadas para que se integrara en los organillos, de origen napolitano por cierto, en las pianolas y otros instrumentos. A través de ellos, la música de teclado podía transladarse y descender desde los salones a las calles. De tal guisa, el schotish pasó a llamarse chotis, vocablo encabezado por esa letra compuesta de la que algunos madrileños han hecho profesión de fe castiza: chata, chulo, chipén, chirene, churro...Chueca, precisamente, y Chapí, ensayaron la composición de chotis; también el músico Francisco Alonso, quien ideara el famoso Pichi; y el mexicano Agustín Lara, con su famoso Madrid.

En Escocia, el folklore ha utilizado un vehículo de difusión y enriquecimiento denominado ceildih, consistente en el intercambio de poemas, sones y pasos, bailables o no, entre las familias y clanes que se reunían para combatir el ocio con medios propios. Algunos expertos creen que debieron ser operarios textiles o alcoholeros escoceses emigrados al extranjero, quienes contribuyeron a desarrollar el conocimiento y la práctica de este baile en Madrid, donde prendió más fuertemente que en cualquier otro sitio. Lo raro es, sin embargo, que en Madrid existieron enclaves irlandeses, pero no hay memoria de que los hubiera de escoceses. Resulta curioso que la única relación de Madrid con Escocia sea este baile. "No es cierto", niega un comerciante textil. "En Madrid hay más ropa con diseño tradicional escocés que en ningún país del mundo, incluyendo la propia Escocia", dice con convicción. "No hay casa donde no haya al menos una falda, unos calcetines o una bufanda con alguna de las 142 combinaciones de los colores de los tartanes", dice.

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