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Españoleando

Los síntomas son abrumadores en la sede de la directiva popular de Génova 13. Se barrunta la vuelta en espíritu de aquel García Sanchís, tan dado a españolear en la posguerra de la pertinaz sequía que nunca terminaba. Esa es al menos la actitud en la que se diría instalado el presidente del PP y candidato a la presidencia del Gobierno por el citado partido, José María Aznar, dispuesto a darnos la murga ya desde los albores de la precampaña electoral de las generales. Desde luego, los pellizcos electoralistas que acaba de brindar en Melilla y en Ceuta el pasado domingo son dos buenas pruebas de ese andar por ahí españoleando. Y por esa pendiente preparémonos para que empiecen a darnos la vara con el resurgir de la españolada, en la tercera acepción que recoge el diccionario de la Real Academia. Es decir, para que desde los tablados mitineros, y las emisoras de radio y canales de televisión que conectan en directo, todos los guionistas del presidente la emprendan con nosotros hasta aturdirnos y empacharnos a base de esas "acciones, espectáculos u obras diversas que exageran y falsean el carácter español". La primera entrega de Melilla y Ceuta y su reflejo en TVE y otros medios afines asimilables es un adelanto a la vez esclarecedor y estremecedor sobre lo que nos espera.Veamos. Se anticipaba que Aznar sólo estaría presente en esas ciudades en su condición de líder del PP pero las visitas se iniciaban con el saludo en los aeropuertos de los delegados del Gobierno y de los Comandantes Generales de las Plazas, que acudieron a cumplimentar al visitante al pie de la escalerilla. Todo conforme a las precisas instrucciones recibidas del secretario general de la Presidencia del Gobierno, que dispuso también el envío anticipado por barco del coche oficial del presidente con su chófer de plantilla, sin duda alquilados como se comprobará por las facturas. Además habíamos quedado en que Melilla y Ceuta eran una de esas contadísimas cuestiones de Estado en las que el consenso entre los grandes partidos debe primar sobre su legítima competencia. Pero Aznar prefiere ignorarlo lanzando dos mensajes seleccionados. El primero, prometiendo en un acto de partido inversiones que sólo pueden provenir de los bolsillos del conjunto de los contribuyentes, cualquiera que sea el color electoral de sus preferencias. El segundo, para descalificar a todas las formaciones políticas rivales y muy en particular para anatematizar al PSOE, cuya política de retroceso es al parecer el único riesgo que atenta a la prosperidad de España.

Todo fue visto y no visto porque a la hora del almuerzo Aznar y familia estaban de regreso en Málaga. Pero resultó significativo que el hombre del diálogo rehusara hablar con los presidentes de cada una de esas ciudades y que le acompañara en semejante oportunidad su esposa, Ana Botella, y su hijo Alonsito. ¿Va a ser así hasta las 12 de la noche del 10 de marzo, cuando comienza la jornada de reflexión? ¿Por qué no dejan a Alonsito en paz jugando con los niños de su edad en Moncloa o en la casa de algún amiguito, que posea ese calor de hogar del que carece el palacio? ¿Todavía ignora José María Aznar que en nuestro país en política se comparece a título estrictamente personal, sin que haya más excepción a esta regla que la Familia Real? ¿O nos encontramos en vísperas del contagio de ese proceder de explotación electoral de los infantes y de ver, por ejemplo, a Francisco Alvarez Cascos y a la gentil Gema prodigarse con su rorro por toda la abrupta circunscripción electoral asturiana?

Entre tanto, se impone satisfacer algunas urgencias. Porque, si Aznar ha logrado quedarse sólo en un lugar donde era fundamental estar acompañado y ya es su partido, el PP, la única garantía de la vertebración y cohesión nacional, vamos listos. Y desde luego, deberíamos impedir que se inhabilite la Constitución de todos con los homenajes partidistas que quieren tributársele por algunos, conforme se anuncia. ¡Remember el homenaje a Miguel Ángel Blanco en la plaza de Las Ventas!.

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