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Tribuna
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Cocineros y frailes

Vicente Molina Foix

Lógicamente, todo artista es un crítico frustrado. La belleza consumada, el orden justo del mundo, la paz con tu propia persona; valores desiderativos que el creador echa de menos en cuanto abre los ojos al exterior. Desde que advierte -como un niño ante las primeras durezas de la adolescencia- que su razón no tiene uso, porque sus facultades reformadoras de lo real son pequeñas y colaterales comparadas a las del líder político o el hacedor de imperios económicos.Resolver los malos rollos con una reseña que rectifica errores, enseña virtudes y defectos y emite un juicio final: qué bicoca ser crítico.

Los artistas del cine se han amotinado contra sus parientes lejanos de la crítica, siendo Francia en esto, como en casi todo, la adelantada. También unos cuantos cineastas italianos hablan de tomarse la justicia por su mano, mientras que en los cuatro españoles consultados hay para todos los gustos; desde el que afloja la soga (Cuerda) hasta el ángel exterminador (Bajo Ulloa), que, alicaído por las picaduras sufridas, los llama parásitos; menos mal que no los ha llamado mariposos. Por otro lado, me llega que en algunas ciudades españolas poetas y novelistas escocidos se apuntan al bombardeo haciendo acopio de repelente contra esa plaga.

La caza del crítico no ha hecho más que empezar.

El asunto me concierne doblemente, pero temo que esta polémica no presenta nada nuevo bajo el sol de 2000. En un mundo práctico y expeditivo es cierto que la labor de unos señores que cobran (poco) por escribir a veces malhumoradamente de lo que otros hacen con un gran esfuerzo entusiasta podría ser innecesaria. ¿Pero hay algo más superfluo, si queremos ser sólo eficientes, que el libro de poemas, la película sin concesiones, el cuadro que no retrata a la propia madre? Para Ortega y Gasset el arte era una tabla de salvación en el cabo sin buena esperanza de nuestra vida, mas si de lo que se trata -negando la marejada del temporal- es de ganar dinero y salir bien parado en los medios, el salvavidas se nos ha quedado demodé.

Hay muy malos críticos (en una proporción semejante a la de artistas malos); la crítica nunca puede ser mala.

Un punto llama la atención en el manifiesto de los franceses: la propuesta de que las críticas se publiquen cuando la película ya haya respirado, bien o mal, en taquilla. Que esto se diga en Francia, el país valeroso que lleva años defendiendo la cláusula de la excepción cultural para el cine, me produce escándalo. Yo veo bien, porque es la costumbre, que al llegar con tu cesta a un mercado no haya un crítico en la puerta para decirte: "Esas manzanas no, que están pochas. ¿Los melones? ¡Ni se te ocurra!". Compro los postres y el pescado, pidiendo la vez a la última, y me voy a casa a hacer la cena. Las naranjas salen a veces muy cítricas, y el pescado harinoso. El próximo día quizá cruce al puesto de enfrente.

El espectador de cine un poco atento lo puede hacer: ir a la de Tavernier si el último Techiné estaba pasado. Su ventaja respecto al comprador de patatas es que si en el gran mercado del cine surge una maravillosa película de un país que exporta poco, o un cultivador independiente y ecológico produce lo más sustancioso de la temporada, el crítico es muy probable que se lo advierta, mientras le desanima a gastar su dinero en esa fruta envuelta en celofán rutilante que dentro lleva gusano.

El más agrio en el minisondeo español era Vicente Aranda. Su película La mirada del otro fue vapuleada durísimamente por la crítica, lo cual (pese a las buenas artes de base, la novela de Fernando G. Delgado, el guión de Álvaro del Amo, algunos actores espléndidos, la propia mano de Aranda, que ya sabemos que es maestra) a mí me pareció justificadísimo. En la siguiente, Celos, Aranda se vengó haciendo zapatero, melonero y hortera a los tres críticos más feroces. Una rabieta infantil. ¿Ha respondido la crítica con la justicia imperturbable que hay que exigirle? Yo diría que no, pues Celos es una de las mejores películas del año (sólo su final bajo la lluvia vale por las blandengues naderías que últimamente triunfan) y, entre todos -Academia del Cine incluida-, la han dejado pasar sin pena ni gloria.

Pero ésa es otra historia. La del gusto. Los críticos lo tienen, como tienen madre. Y puede ser bueno y malo. Exactamente lo mismo que les pasa a los artistas.

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