Tómbola
Desconozco si es una sensación personal, pero últimamente pasa que para leer la prensa cultural uno debe estar tanto en la pomada, debe disfrutar de tantas claves, debe tener tal ánimo de recolector de cotilleos, que sucede lo que pasa cuando se ve Tómbola, el populachero divertimiento cutre de la prensa del corazón televisada. Hay que saber tanto de lo que pasa en ese mundo que, por muy alto que griten aquellos malditos personajes ahuecados por su propio conocimiento de tanta estupidez, uno pierde el interés y se va con el dedo hacia otra emisora.Pues con la prensa cultural -y con la radio, y con la televisión, cuando se dedican a lo mismo- corremos el riesgo de estar en una situación similar: o uno se conoce todas las claves de lo que pasa en este mundillo -¡nuestro mundillo!- o está permanentemente a punto de mostrar su más inocente rostro pálido de póquer. Había un director de periódico que solía decirles a sus redactores: "Escriban para que lo entienda mi portera". Es cierto que las porteras contemporáneas no son ya lo que fueron, pero es seguro también que no son sólo las porteras las que no entienden lo que pasa cuando leen o escuchan lo que se les cuenta que sucede.
Y esto es lo que está pasando con la crónica habitual de lo que llamamos nuestro mundillo, pues cada vez más es un mundillo: quiso ser un mundo y se ha quedado en un mundillo, así son las cosas. Supongo que habrá pasado en todas las épocas del periodismo, pero como ahora sucede también hay que significarlo como una característica de nuestro tiempo: la tombolización de la vida cultural. Consiste ésta en trasladar en clave de cotilleo lo que les sucede a los que pintan, esculpen, escriben, componen, actúan, editan, recitan, padecen, disfrutan, etcétera. Muchas veces el cotilleo se traslada mediante insinuaciones, parece que, yo no digo nada pero me han dicho, que generalmente llega al público firmado por seudónimos: "¿Quién será?", se preguntan mucho en el mundillo... Cuando ya se sabe quién se esconde detrás de la máscara, la gente del mundillo empieza a explicarse. "Ah, eso es porque no le han publicado no sé qué en no sé dónde... Esto otro es porque salía y ya no sale con no sé quién... Esto es porque le van a publicar no sé qué en sí sé dónde...".
El mundillo. Lo que pasa es que el mundillo se muerde la cola, avanza pesadamente sobre sí mismo, y la portera -ni nadie- de aquel director de periódico no se entera absolutamente de nada de lo que sucede. En ese mundo de dimes y diretes se ha venido a sumar al acopio de los cotilleos la vieja pregunta, "¿Por qué?", que se ha instalado como un modo de esconder la mano y tirar la piedra en las secciones culturales. "¿Por qué" -se puede decir- "ha arremetido Fulanito de Tal contra los porqués? ¿Será porque le hemos dedicado un porqué?". Son preguntas, generalmente en cadena, que tienen el aspecto inocente de tanto dardo antes de ser disparado; luego tú dices, ante el porqué que te afecta: "¿Y por qué ese porqué?" "Ah, nada hombre, ni te preocupes: nadie lo va a entender". Y entonces tú vuelves a preguntar: "¿Y si nadie lo va a entender, por qué entonces ese porqué se publica?" Y así sucesivamente. Ésa es la tombolización. Luego viene la tendencia wallestreet de la prensa cultural -le estoy robando la frase a Juan Cueto, como es obvio-. Afecta sobre todo al mundo editorial y se trata de situar lo que se hace en este campo al nivel de lo que sucede en el mundo de las grandes empresas, incluidas las grandes empresas deportivas. Así, ahora es muy común encontrarse con noticias en las que se anuncia que una editorial lanza una OPA hostil para quedarse con determinado autor, cuyo fichaje es, cómo no, el fichaje del año, que ha sorprendido en los corrillos financieros del sector... ¡Toma ya!
¡Y además queremos que la gente lea los libros! No hay quien entienda nada. Un escritor, Martín Casariego, que hace unas columnas de comentario a lo que pasa en el suplemento cultural de Abc, recogía el otro día en su sección las críticas que recibe por no tener mala leche, que es lo que se pide en la lluvia amarilla de tombolización que nos persigue... ¡Si al menos, ya que no tiene mala leche, no se le entendiera tampoco!
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