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Tribuna:25 AÑOS QUE CAMBIARON MADRID
Tribuna
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Madre Madrid

Enrique Gil Calvo

Hace 25 años, Madrid todavía era una especie de gran atractor o centrípeto agujero negro, como embalse demográfico que engullía múltiples regueros continuos de inmigrantes, originarios de las cuatro esquinas de la España provinciana, que corrían a instalarse y formar familia en la capital del reino: de ahí las altísimas tasas madrileñas de nupcialidad y natalidad. Así venía sucediendo desde lustros atrás, durante toda la larga era del desarrollismo tecnocrático, en tanto que motor urbano y sede administrativa del régimen autoritario. Pero la muerte del dictador puso fin a ese proceso de acumulación poblacional, y el flujo de inmigración y formación de familias se detuvo.Ya era hora, porque para entonces Madrid se había convertido sobre todo en una especie de gigantesca ciudad-dormitorio, casi exclusivamente poblada por familias nucleares cargadas de hijos muy pequeños, que constituían el primer grupo de edad en orden de magnitud. La proporción de jóvenes solteros escaseaba en términos relativos, así como la de personas mayores, y en cambio proliferaban los matrimonios en edad de crianza, comprometidos por el peso de sus cargas familiares, como responsables del mayor contingente de menores preescolares que jamás había conocido la capital. Y por eso la infraestructura urbana estaba volcada en la necesidad de satisfacer una demanda creciente de plazas en paritorios, maternidades y escuelas, haciendo de Madrid una especie de gran macro-guardería política.

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Pero todo cambió tras 1975. La transición a la democracia generó una gran incertidumbre y los efectos de la crisis económica cortaron de raíz el desarrollismo, creciendo imparablemente el desempleo. En consecuencia, la inmigración a Madrid cesó bruscamente y la nupcialidad y la natalidad comenzaron a caer en picado. Y así, el régimen de acumulación demográfica se trastocó por completo: el crecimiento vegetativo se detuvo, la formación de nuevas familias se bloqueó y la población comenzó a envejecer. Pero lo peor fue que la gran proliferación de recién nacidos acumulados en 1975 se convirtió, años después, primero en un exceso de escolares adolescentes, que desbordaron los institutos, y después en un embalsamiento de jóvenes excedentes, que masificaron la universidad y atestaron las colas del desempleo. Y al mismo tiempo, sus padres se fueron jubilando, muchos de ellos anticipadamente, aumentando sin cesar el peso de los pensionistas. Así es como la pirámide poblacional madrileña del 2000 es estrictamente inversa a la que se dio 25 años antes pues ahora lo que escasean son los niños y los adultos con cargas familiares, mientras que en cambio sobreabundan las personas mayores y sobre todo los jóvenes redundantes, incapaces de formar nuevas familias.

Esta quiebra demográfica ha tenido drásticas consecuencias sobre la infraestructura urbana, que ha debido reconvertirse para dejar de ser una macro-guardería y pasar a ser un mega-ghetto juvenil y una reserva de pensionistas, en compartimentos estancos cada uno con sus propios estilos de vida. Mientras los mayores disparan la demanda de sanidad y servicios sociales, los jóvenes con la emancipación bloqueada extreman sus hábitos menos saludables: alcohol, tabaco, suicidio, accidentes... Ahora bien, tanto entonces, con la infancia y los inmigrantes, como ahora, con mayores o con jóvenes, Madrid sigue demostrando una extraordinaria capacidad de acogida, pues sus redes familiares de vecindad, parentesco y ayuda mutua se habilitan por defecto para integrar a unos excedentes poblacionales a los que ni el Estado ni el Mercado saben proporcionar mejores oportunidades de vida.

Enrique Gil Calvo es sociólogo.

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