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Tribuna
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La nostalgia del milagro

Una cadena de televisión en el fin de año, y otras dos, o quizás tres o cuatro días antes, volvieron a traer a la gente el milagro de ¡Qué bello es vivir!, inagotable película fuente, de esas rarísimas que crecen en vez de menguar con el paso de los años, que es lo mismo que le ocurre a su creador, un tal Francesco Capra, emigrante siciliano a Estados Unidos cuando tenía seis años y que acabó convirtiéndose en el cantor por excelencia de la patria americana.El apasionado poema rooseveltiano de Frank Capra fue rimado por este superdotado cineasta con vivificadoras imágenes de celuloide archipuro, hechas a borbotones, en brotes incontenibles de elocuencia fílmica, sobre la espina dorsal del siglo XX, éste que aquí sigue aunque algunos le hayan dado la otra noche por muerto, y que todavía hoy reclama, y reclamará cuando de verdad se acabe, como uno de sus signos de distinción a esta hermosa película convertida en fetiche navideño de medio mundo, un Portal de Belén completamente gringo, pero cada vez más hecho con trozos de universo.

Se han dicho, sobre todo desde la izquierda, muchas temeridades, cuando no tonterías, acerca de ¡Qué bello es vivir! y su creador. Hace un rato, antes de ponerme a evocarla, consulté, para refrescar la mala memoria, el célebre libro de Bertrand Tavernier Treinta años de cine americano, obra mucho más viva, concisa y sincera que su gruesa, y con frecuencia farragosa, puesta al día hecha dos décadas después. En aquel, en otros aspectos admirable, libro rojo del cine, el hoy eminente cineasta francés, por entonces más conocido como crítico que como director de películas, despachó su habitual sobrecarga de bilis irónica contra el cine de Capra, pero no aportó en su elocuente paliza argumentos morales o estéticos convincentes, ni siquiera nítidos. Da la impresión de que Tavernier no los buscó, de que casi se limitó a llevar a cabo un torpe ejercicio de inquisición ideológica de estirpe negra contra un viejo colega cuyo pecado fue enamorarse en rosa, con candor e incondicionalidad, del impulso del New Deal de Roosevelt, y llevar esa su pasión al extremo siciliano de la lealtad.

Más de medio siglo después de hecha, ¡Qué bello es vivir! sigue haciendo llorar como tiernas magdalenas navideñas a unos cuantos creyentes y a incontables millones de no creyentes. Dudo que exista una respuesta más demoledora que este baño de lágrimas liberadoras a la sequía propuesta a las pantallas por Tavernier, y no sólo por él, en su libro rojo. Lo que Capra y su mejor cine nos proponen no es una sesión de bonachona y utópica propaganda patriótica estadounidense, sino algo bastante más sencillo y serio; algo tan nada aldeano como la nostalgia del milagro.

Una vez Capra contó su película más o menos así: "Es la historia de Clarence, un ángel de segunda clase, de los que no se han ganado las alas, que viene a hacer una misión a la Tierra y la hace tan bien que se gana sus alas". Hace unas semanas han editado aquí la autobiografía de Frank Capra, titulada El nombre delante del título. Es un muy famoso y hermoso libro de 1970, ignoro por qué razones ignorado en España durante treinta años. Lo leí en francés hace ya tiempo y recuerdo el pasaje en que Capra evoca su salto, hacia 1925, del oficio de gagman al servicio de otros directores al de director de sus propias ocurrencias.

El título de maestro de su oficio se lo otorgó el gran Mack Sennett. Le dijo: "Frank, muchacho, has dejado de ser un aprendiz. Te has ganado tus alas". Descubrimos así que Capra fue una vez ascendido a ángel. El milagro de este mundo, fondo del consolador llanto de ¡Qué bello es vivir!, no es por ello un juego para meapilas, sino una grave y deliciosa metáfora del pasaje del hombre sometido al hombre dueño de sí mismo. La misteriosa fuerza vivificadora de ¡Qué bello es vivir! procede por fuerza de esta oculta condición autobiográfica del cuento celestial que se narra en ella. En definitiva este cuento celestial es un relato laboral, sucedido a ras de tierra californiana y elevado por un poeta de la imagen más allá de las nubes.

Frank Capra, cuando recapitula el sentido de su obra, dice: "Mi libro es un impertinente intento de decir a los desalentados, a los que tienen dudas o a los desesperados, lo que he querido decirles en mis filmes: Ánimo, seguir adelante". Se llora de gozo en ¡Qué bello es vivir! porque dentro de ella se da aliento a los desalentados, esperanza a los desesperados y certezas a los que dudan.

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