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La economía mundial crecerá hasta 2020 La OCDE pronostica un crecimiento medio del 3% anual, que reducirá los desequilibrios entre las distintas zonas

Joaquín Estefanía

El año 2000 arranca, en materia económica, en un clima de optimismo desconocido en los últimos tiempos. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que agrupa a los países más ricos del planeta, ha elaborado un estudio en el que pronostica la llegada de una onda larga de crecimiento económico (alrededor del 3% anual como media), que duraría hasta el año 2020. Al contrario que en otros momentos, los analistas opinan que ese crecimiento afectará, aunque en distinto grado, a todas las zonas del mundo, con lo que los desequilibrios serán menores.La OCDE, un organismo de estudios y de propaganda de la economía de los países más ricos, que casi nunca depara sorpresas en sus recomendaciones habituales (flexibilidad, privatizaciones, desregulación, prácticas más competitivas, peligro de inflación por la subida de los salarios, privatización de las pensiones, etcétera), ha puesto en la red un estudio titulado The future of the global economy. ¿Toward a long boom?, en el que anuncia una fase expansiva de crecimiento mundial, superior al 3%, que durará al menos dos décadas del próximo siglo.

Con ello, los autores del informe recuperan la metodología económica de los ciclos Kondratieff. Éste es el nombre dado por Schumpeter a los ciclos económicos de amplia duración, entre 40 y 60 años, en honor al economista ruso Nicolai Kondratieff, que por primera vez estudió estas ondas largas de la economía. A través de la evolución del comercio exterior, precios y otras variables macroeconómicas, se habían distinguido hasta ahora en la historia cuatro ciclos Kondratieff: años 1790 a 1850 (60 años de duración total, con 24 años de expansión y 36 de recesión); 1850 a 1896 (de 46 años, 23 de expansión y 23 a la baja); 1986 a 1940 (40 años de duración, 20 de expansión y 20 de recesión); y el cuarto, que arrancó en 1941, con 32 años de expansión, hasta 1973, que comenzó un periodo de recesión aún no determinado con exactitud. De ser correcta la prospectiva de la OCDE, en el año 2000 comenzaría otro ciclo.

Las perspectivas para este ejercicio dividen el mundo en cinco grandes zonas. En primer lugar, Estados Unidos, que iniciará su noveno año de crecimiento consecutivo. Este periodo coincide casi exactamente con los dos mandatos de Bill Clinton en la presidencia. A finales del año 2000 habrá nuevo presidente, que tomará posesión en enero de un año después. Durante la nueva economía habrá subido todo lo que tenía que subir (la producción, los beneficios, las bolsas de valores) y bajado todo lo que tenía que bajar (el paro, la inflación, el déficit público). Los puntos débiles de la coyuntura americana son el endeudamiento, la falta de ahorro de las familias, el déficit comercial y, paradójicamente, la sobrevaloración de las acciones bursátiles, que podría romper la burbuja y poner en precario a la economía de Estados Unidos y, como consecuencia, a la del resto del mundo. Ésta es una de las crisis más previsibles, según apuntan los analistas.

La segunda zona es la de la Unión Europea (UE), de la que se prevé una economía con un crecimiento superior al de ejercicios anteriores, sobre todo por el tirón que parece empezar a estar experimentando Alemania. La UE ha superado con éxito, y sin sobresaltos, el primer año de aplicación del euro; los sistemas de pagos de los 11 países de la moneda única han funcionado con continuidad, y la política monetaria también ha respondido bien en términos generales. El Banco Central Europeo (BCE) se ha afianzado, aunque todavía atraviese cierta adolescencia. Sus responsables han opinado de lo que les correspondía a los políticos, pero se han mostrado sensibles e irritables cuando los políticos les han aconsejado bajar o subir los tipos de interés. En parte, este enfrentamiento costó el puesto al ministro alemán de Finanzas socialdemócrata, Oskar Lafontaine.

Los datos más contradictorios son los de Japón, que, después de haber salido de la peor recesión desde la II Guerra Mundial, mostró, en el tercer trimestre, nuevos síntomas de parálisis. En el mes de noviembre los precios se situaron en una tasa negativa del 1,2%, la más baja de las últimas tres décadas. Los anuncios de nuevos planes keynesianos de apoyo a la demanda interna a través de los presupuestos indican que la coyuntura sigue siendo átona y que el consumo privado no despega. También tiene elecciones durante el año 2000, pero no se prevé un cambio de mayoría. Y un acontecimiento: después de una cultura proteccionista a ultranza de sus empresas y bancos, algunos de éstos, en mala situación, están siendo adjudicados a consorcios extranjeros.

La cuarta zona es la de los países emergentes. Aunque es suficientemente heterogénea en sí misma (pues incorpora, entre otros, al sureste asiático, a la mayor parte de América Latina e incluso a Rusia), los mercados financieros la identifican como una unidad, como se demostró en la crisis financiera que comenzó en julio de 1997 en Tailandia, y que se extendió, como si fueran fichas de dominó, contagiando tres cuartas partes del planeta. En el intervalo que va desde esa fecha y la primera parte de 1999, los capitales abandonaron los países emergentes, buscando mercados de más calidad (más seguros, aunque menos rentables) y dejándolos sumidos en una profunda recesión con muchos costes sociales (desempleo, vuelta a la pobreza, expulsión de inmigrantes, dificultades en la integración regional). Desde hace unos meses, la mayor parte de estos países se va recuperando, y los capitales vuelven, aunque por el momento no en las mismas cantidades que antes de la tormenta financiera.

La última zona es la de los países pobres, que ni han aprovechado los resquicios de la globalización ni parecen que lo vayan a lograr en el futuro. Su primera línea de acción es la condonación de la deuda externa, lo que les impide crecer. La condonación de dicha deuda sería una condición necesaria, pero no suficiente.

En este contexto se mueve España, que mantendrá tasas de crecimiento superiores a la del resto de los países europeos, con lo positivo que de ello se deriva en la creación de empleo. En nuestro país se está dando una paradoja muy curiosa: mientras sigue siendo el país de la UE con más tasa de paro (y con un porcentaje más alto de contratos temporales) hay algunas zonas geográficas en las que los empresarios empiezan a sufrir de falta de mano de obra, con lo que tienen que acudir a buscar inmigrantes. Es así como la emigración deviene no sólo en un problema importante desde el punto de vista social o político, como antaño, sino en una solución económica para algunos de los desequilibrios de nuestro país (paro y cotizantes a la Seguridad Social, dada la baja tasa de fecundidad).

Los dos estrangulamientos que tiene la economía española para seguir creciendo son el diferencial de inflación respecto de los países de nuestro entorno (si España tuviese que cumplir ahora los criterios de convergencia de Maastricht, no lograría el de precios) y el déficit comercial, ya que las importaciones superan con mucho a lo que se vende en el exterior. Para reducir la inflación ya no basta con apelar a la prudencia en las subidas salariales, sino que el Gobierno -sea cual sea el que salga de las elecciones de marzo- habrá de hacer efectivas las liberalizaciones nominales para aumentar la competencia en el sector de los servicios. Ese Gobierno deberá clarificar uno de los asuntos que prometen ser estrella durante la campaña electoral: los sistemas de retribución de los ejecutivos de las empresas (sobre todo de las privatizadas, que siguen manteniendo un vínculo administrativo y político con la Administración) y su carga fiscal (apresuradamente cambiada en la Ley de Acompañamiento de los Presupuestos Generales del año 2000). Para que no haya escándalos.

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