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Cientos de niños viven en las alcantarillas

Los niños de las alcantarillas aspiran suave y penetrantemente del interior de una bolsa de plástico inflada, ya desgastada y llena de pegamento. Entonces los ojos se les van. Y como autómatas se acercan a la periodista con su cantinela aprendida en inglés. "My name is Stela, my name is Stela", repite una y otra vez una joven huida de un orfanato, que hoy se alberga como cientos de niños en las pestilentes alcantarillas de Bucarest. "No queremos trabajar". "Queremos robar", dicen todos, en inglés, mientras tienden la mano en busca de la propina occidental.Cualquier resto de coherencia en su discurso está ya mucho más lejos de sus mentes que ese éter pegajoso que inhalan sin parar. Hoy, los aurolaci, como se les llama en Rumania a estos niños colgados de la "laca dorada", se han convertido en la atracción pagada de los periodistas que campan por Bucarest. Para el Ayuntamiento, la cuestión está resuelta. "Hay un hogar para todos los niños que quieran. El que se queda en la alcantarilla lo hace porque quiere", relata una portavoz con un tono de indiferencia.

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Para el Ayuntamiento, hay cosas más importantes. Una de las que más, como confesó el alcalde a este periódico, es la iluminación de la ciudad, que, tras décadas de oscuridad con Ceausescu, luce hoy unas tenues bombillas navideñas que le dan otro color.

Y los perros. Ése es un tema ineludible en cualquier conversación en Bucarest. Una historia que resucita el aspecto más teatral y pintoresco del país del Conde Drácula, aquí conocido como Vlad Tepes, el Empalador.

Decenas de miles de perros sin dueño, hasta 200.000, según algunas fuentes, descansan en las aceras más soleadas de Bucarest mientras las ancianas sortean a duras penas baches y excrementos. Viven en solares y en las 90.000 casas que se quedaron en 1989 sin terminar.

El alcalde, Viorel Lis, confiesa que no puede matarlos y que para ellos ha creado unas perreras donde se alojan ya más de 10.000 canes. Tras la visita de Brigitte Bardot a Bucarest, las autoridades quedaron convencidas de que no se puede sacrificar así, sin más, a los invasores, sino castrarlos y esperar a que fallezcan de muerte natural.

Es un gran punto del programa municipal, que no contempla especiales medidas, sin embargo, para ese tercio de ciudadanos que, aproximadamente, no puede pagar el agua y la calefacción. Este servicio cuesta 800.000 lei al mes (más de 7.000 pesetas), el equivalente a algunas pensiones mínimas.

El impago ha derivado en numerosos cortes de suministro, a veces impuesto por los tribunales, a veces asumido voluntariamente por un ciudadano que intenta romper así sus vínculos fiscales con la sociedad. Pero sobre este tema concluye el alcalde: "Yo sólo administro la ciudad, no los sueldos".

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