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Tribuna
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Sólo falta un 18 Brumario

Andrés Ortega

Muchos ingredientes están ya sobre la mesa para que surja en Rusia un régimen neobonapartista: una población descontenta, castigada y cuyo límite de aguante se desconoce; una burguesía débil; un Estado colapsado, pero en el que el peso de los militares crece; e, incluso, la búsqueda de una cierta legitimación democrática. En la sociedad hay un clamor que demanda más nacionalismo y más autoridad; ésta es la combinación que ha ganado en las elecciones a la Duma, una combinación peligrosa, pero que pone de relieve algo que se percibía desde fuera, y ahora también desde dentro: en la Rusia postsoviética falta un Estado fuerte.Para un 18 Brumario ruso sólo falta un Luis Bonaparte, pero que, por motivos de salud, no puede ser un Yeltsin -ya lo hizo una vez-, que no tendrá grandes dotes intelectuales, pero que ha demostrado tener un olfato político como pocos, al impulsar a Putin con indudable éxito. Los resultados de las elecciones son conocidos. Ha llegado en primer lugar el Partido Comunista -que ha ganado votos respecto a 1995-, pero en segundo ha quedado Unidad, de Putin. Si en general se han presentado los resultados como una victoria de lo que malamente se puede describir como la derecha o el centrismo, tales categorías políticas no sirven para Rusia. En el fondo ha ganado el poder, que en Rusia reposa sobre tres pilares básicos estructurados en torno al presidente: el dinero -capitalismo de nomenklatura-, con los nuevos potentados, algunos de los cuales han conseguido escaños parlamentarios; el KGB, los servicios secretos y columna vertebral de Rusia, del que proceden tanto Putin como Primakov, los dos hombres con más posibilidades en las presidenciales de junio; y, novedad, un Ejército que gana en autonomía.

Pues aunque la nueva Duma resulte más razonable respecto al Kremlin, hay movimientos de fondo. Rusia está tomando lo que se viene a llamar una nueva orientación. En la economía, no un regreso pleno al sistema anterior, pero sí algunos elementos de ello y un alejamiento del modelo occidental. Felipe González suele decir que "en Shanghai nunca penetró el comunismo; pero en Moscú tampoco nunca el mercado". Y así es, pese a que se empeñaran en meterlo a decretazos en Rusia algunos economistas de Harvard, mientras China no se ha dejado llevar por esta vía y ha preferido controlar la situación. En materia territorial, hay síntomas de que se avanza hacia una mayor centralización, con mayores poderes al Kremlin sobre las administraciones locales, y nuevas posibilidades para la FSB, la sucesora del KGB. No es cosa de futuro, sino de presente: se habían aprobado dos leyes al respecto.

En el terreno exterior hay una clara búsqueda, aunque sea lejana, de una cierta recomposición del imperio, o al menos de la Gran Rusia. Y una actitud menos cooperativa con Occidente, con un intento de acercamiento a China, por razones geopolíticas (contra la hegemonía de EE UU) y económicas. En la campaña para la Duma, casi todos los partidos -y los pocos que no, son los que peores resultados han logrado- se han centrado en la oferta de un liderazgo fuerte y un plantarle cara a Occidente. Un Occidente que, para ayudar a Putin y al poder, ha preferido no interferir excesivamente en un factor central en esas elecciones: la salvaje guerra de Chechenia, librada ante todo por razones de política de poder interna rusa. De todas formas, la impotencia occidental para influir en el devenir ruso crece día a día, si es que alguna vez pudo algo. Rusia es El Gran Problema que tiene Europa. Pero quizás, y pese a todas las estrategias comunes, el que menos puede contribuir a resolver. Ni siquiera tiene claro qué Rusia quiere.

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