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Euskadi: la vía croata

Antonio Elorza

Entre los cuentos populares recogidos por Resurrección María de Azkue, hay uno que narra las preocupaciones de los habitantes de Guetaria, en Guipúzcoa, por hallarse sumidos en la mentira. Fieles a la tradición vasca, acudieron al procedimiento de la Udalbiltza, y en asamblea municipal aprobaron el envío de tres guetarianos a Pamplona para que allí el obispo les devolviera la verdad. El prelado les entregó una sopera cerrada, con el encargo de que no la abrieran hasta volver al pueblo. Cuando lo hicieron, delante del alcalde, sólo encontraron en la sopera una masa hedionda. Dicen que la historia de la verdad de Guetaria no les hace demasiado felices a los getarriarras.Con frecuencia, la verdad resulta poco gratificante. No lo es, sin duda, para los responsables del asesinato de Lasa y Zabala, que intentan a toda costa cerrar de nuevo la sopera sofocando a los principales testigos de cargo. Y tampoco lo es en demasiadas ocasiones para los principales actores que ocupan el escenario político vasco.

Sirva de ejemplo el culebrón de fondo macabro en que va convirtiéndose la política vasca en torno al fin de la tregua decretado por ETA. Lo que hubiera debido ser un clamor unitario de los demócratas por la paz, ha resultado en realidad un espectáculo de fragmentación política, incluso entre los partidos no nacionalistas, y, para mayor sorpresa, de avance apresurado de los partidos nacionalistas democráticos por la senda de la independencia a corto plazo que les marcan ETA y HB. Las contradicciones entre dichos y hechos son espectaculares. Por encima de todo, la coincidencia del discurso independentista de PNV y EA con el de ETA-HB es mucho más acusada hoy que antes del 3 de diciembre, dando así la razón al comunicado etarra que les acusaba de remolones. Lizarra se consolida y sólo si EH-HB festeja un eventual atentado podrá atisbarse la ruptura.

La secuencia de acontecimientos puede parecer una sucesión de sinsentidos que va a desembocar en un debate intranacionalista sobre cómo poner en marcha "la construcción nacional", es decir, los procedimientos para alcanzar la independencia, olvidando deliberadamente que ETA está detrás con la espada en alto. Es el escenario perfecto para la "democracia vasca" en gestación: los nacionalistas deciden por todos y los otros asienten democráticamente habida cuenta de que ETA no habla en broma. Pensemos en lo que sería esa nueva mesa de negociación sugerida por Felipe González, libres ya los abertzales de los condicionamientos legalistas de Ajuria Enea, con una discusión donde la paz sólo aparecería como punto de llegada si todos aceptan las condiciones impuestas por el llamado nacionalismo democrático a la sombra de este nuevo arcángel San Miguel que le ha salido a la sociedad vasca contemporánea.

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Los sinsentidos no son tales si tenemos en cuenta que las protestas pacifistas por parte de PNV e Ibarretxe carecen de consecuencia práctica alguna y que cada discrepancia, a veces de fondo, con los radicales, es seguida por una profesión de fe en la convergencia. Estaríamos entonces de nuevo ante la sopera, con una puesta en escena donde los comportamientos de los distintos actores, o cantantes si se quiere, difieren en apariencia, pero en la práctica configuran un concertante de voces bien conjugadas. La ruptura de la tregua no era sólo necesaria a ETA y HB, pues el pobre balance en los resultados electorales amenazaba también las expectativas de quienes más fuerte habían apostado por el doble juego de Lizarra, Arzalluz y su Gobierno vasco. En condiciones de normalidad, la apuesta soberanista podría acarrear una ruptura interna en el PNV; era preciso huir hacia delante. Así, están todos los sectores abertzales en condiciones de recuperar la iniciativa en la partida antes de las elecciones generales.

Es, además, la hora del regreso a "la pureza doctrinal", como anunciaba un joven sabiniano en la segunda década del siglo. El "proyecto de ponencia política" de la dirección para la próxima asamblea del PNV y las "bases y formas de desarrollo para conformar la democracia vasca" de HB, textos que debieran ser de lectura obligada para equidistantes, difieren en el mayor radicalismo de las segundas al proponer el método Chávez de una Constituyente de todos los territorios vascos a corto plazo para la independencia de Euskal Herria, y en la más acusada exhibición de miseria intelectual en los Arzalluz, Ollora y Egibar al recoger ese sueño de una Europa felizmante balcanizada, compuesta de naciones enanas, fruto del despedazamiento de los Estados hoy realmente existentes.

Pero la línea argumental es la misma. Sabino Arana puede estar satisfecho de la fidelidad de esos discípulos que, sin embargo, no se atreven a citarle. Hay ese "ser nacional" vasco, por encima de la historia y de la democracia, que habita en Euskal Herria desde siempre, habla o debe hablar el euskera, y se pasa la vida defendiéndose -hasta la batalla de Roncesvalles/Orreaga contra Carlomagno resucita- de los enemigos que le oprimen y dividen. La experiencia democrática de estos últimos 20 años, igual que el Estatuto, sólo existe para declarar su caducidad. Tanto PNV como HB consideran como una evidencia que la obtención/recuperación de la soberanía/independencia es la tarea inmediata a acometer.

Las diferencias conciernen al procedimiento. HB va en directo por la vía Chávez. El PNV intenta presentarse como respetuoso del marco constitucional vigente, claro que para apoyarse en él con su supresión como fin. Pues de lo que se trata es de saltar el obstáculo del artículo 2º, con la soberanía residente en la nacion española, apoyándose en la lectura sabiniana -hoy con respaldo herreriano- de los "derechos históricos" en cuanto expresión de la soberanía vasca anterior a toda Constitución. De nada sirve que todo historiador solvente, de Artola a Tomás y Valiente, haya desestimado esa interpretación que formulara un estudiante de leyes fracasado, Sabino Arana. Ni que, como el mismo Tomás y Valiente recuerda, siendo nuestra Constitución netamente democrática, no está condicionada por ningún "fuero mítico o histórico" que la trascienda. De la adicional primera, hay que leer las dos frases. Pero como siempre, el PNV actuará en calidad de poseedor único de la verdad para Euskadi y, con notable audiencia, proclamará que quien no acepte su propuesta es enemigo de la paz.

La construcción nacional vasca será realizada mediante "el trabajo en común entre nacionalistas". ¿Quién duda de que la "democracia vasca" creará los mecanismos adecuados para que sean también esos nacionalistas, los auténticos "ciudadanos vascos", Euskal Herritarrok, quienes tomen la decisión? Arzalluz habla de Eslovenia como su ideal político, pero realmente lo que él y sus aliados proponen se parece mucho más a la Croacia de Tudjman. Está todavía a tiempo de reflexionar y los partidos democráticos no nacionalistas deben invitarle constantemente a ello. Pero sin desconocer que es él, y no inmovilista alguno, quien está trazando para Euskadi la senda de la división y de una efectiva "destrucción nacional".

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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