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Tribuna:HACIA UN TRATADO DE LIBRE COMERCIO
Tribuna
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México y la Unión Europea

Por donde quiera que se vea, el acuerdo alcanzado por México y la Unión Europea (UE) para establecer un tratado de libre comercio entre ambas zonas es un éxito para las partes y tiene, por añadidura, varias lecturas y una significación múltiple que no debe ser pasada por alto. Se trata, como aseguró el comisario europeo de Comercio, Pascal Lamy, del pacto "más amplio que haya negociado la UE y el primero con un socio de América Latina". Con ello, México e Israel son por el momento los únicos países en tener este tipo de tratados con los dos mercados más grandes del mundo, y la eurozona, por su lado, podría recuperar su margen de maniobra comercial, hoy relativamente disminuido, en México y, por extensión, en América del Norte.La primera, y quizá la más obvia, consiste en que, a semejanza de la firma del tratado con Estados Unidos y Canadá (TLCAN) en 1993, el acuerdo con Europa ayudará a consolidar una estrategia de diversificación comercial, de mayor exigencia empresarial y de más eficiencia productiva para competir ventajosamente en un mercado europeo de 370 millones de consumidores potenciales y un crecimiento previsto para los próximos años, de acuerdo con el anuncio reciente de la Comisión Europea, cercano al 3% anual. Hasta ahora, no sólo se observa una marcada tendencia deficitaria para México, cuyas exportaciones a la UE sumaron, en 1998, apenas 3.900 millones de dólares frente a los 11.700 que se importaron del continente, sino que, visto en conjunto, sobresale también el hecho de que el 89% de las exportaciones totales mexicanas están concentradas en los mercados norteamericanos, lo que no deja de significar un riesgo ante una hipotética desaceleración de la economía de la EEUU o la introducción de disimuladas medidas neoproteccionistas.

Con el nuevo acuerdo, México estará en posibilidad de incrementar sus exportaciones a la UE, que hoy representan sólo el 4% del total, probablemente hasta un 16% en el mediano plazo, según pronostican algunos expertos, diversificando por tanto los destinos de la producción mexicana, así como de generar un entorno más atractivo y de mayor confianza para la inversión europea directa. Recuérdese que, luego de firmarse el TLCAN, las ventas mexicanas a sus socios del norte han crecido a una tasa de alrededor del 17% anual y que, tan sólo en los primeros cuatro años de operación de ese tratado, México recibió 57.000 millones de dólares de inversión extranjera directa, 60% de los cuales provino justamente de EEUU y Canadá.

La segunda lectura es más relevante aún. Pese a las tentaciones populistas de algunos líderes partidistas, a las críticas hacia el modelo económico mexicano seguido en los últimos 15 años, a la excentricidad que caracteriza una parte de la discusión sobre el llamado neoliberalismo y a los acomodos gubernamentales al gusto del electorado, el acuerdo profundizará precisamente los cambios estructurales registados en este periodo. Aun con sus insuficiencias, está claro que son las economías abiertas las que permiten generar crecimientos altos y sostenidos, crear empleos mejor remunerados y más productivos, fortalecer la competitividad y, en una palabra, mejorar en promedio los niveles de vida de la sociedad. Los ejemplos sobran. En sólo diez años, México cuadruplicó sus exportaciones hasta alcanzar 118.000 millones de dólares en 1998 y propició una composición sectorial más diversificada en la que, actualmente, el 90% son productos manufacturados y nada más el 10% restante hidrocarburos, lo que aminoró por cierto los efectos de externalidades como la crisis asiática y la baja en los precios del petróleo; además, el sector exportador contribuyó con la mayor parte de los dos millones de nuevos empleados creados en los últimos 45 meses y duplicó su lugar, como proporción del PIB nacional, del 15 al 30%. Es cierto que las importaciones han mantenido una tendencia de crecimiento ligeramente superior a las ventas mexicanas, pero suele olvidarse que una planta productiva en expansión necesita comprar en el exterior para satisfacer la demanda, como lo muestra el hecho de que, con cifras del año pasado, el 92% de nuestras importaciones eran bienes intermedios y de capital y sólo el 8% restante bienes de consumo: para vender, hay que comprar. Tan simple como eso.

Contra lo que pregonan, con una visión aldeana, los adversarios de la apertura comercial, no ha sido el coste salarial la clave en la eficacia de esa estrategia ni ésta ha producido la anunciada desaparición masiva de empresas mexicanas. Los datos muestran lo contrario: con base en informes oficiales mexicanos, las empresas que en 1998 exportaron el 80% o más de sus ventas pagaron salarios 59% más altos que los del resto de la industria y en las qué sólo enviaron al exterior el 60% de su producción, las remuneraciones fueron 33% superiores a las demás. Por su parte, el número de empresas exportadoras se incrementó, en los últimos cinco años, casi 70% hasta llegar, hoy día, a 35.000, en su mayoría empresas pequeñas, Y, por último, son evidentes también los beneficios intangibles: acceso a mejores tecnologías, formación más calificada de capital humano y la introducción de nuevas exigencias para la cultura empresarial local. Seguramente el acuerdo con Europa, amén de ampliar las posibilidades para que el sector exportador siga creciendo, afianza la dirección de la política comercial de México y establece un marco definido de compromisos a nivel de estado para futuros gobiernos, con independencia de las coyunturas electorales o los colores partidistas.

Lo mismo puede decirse del valor agregado que el tratado tiene en el terreno estrictamente político. Cuando México o cualquier país suscribe compromisos internacionales se espera no sólo que éstos sean enteramente cumplidos: supone también, con claridad, la aceptación de las reglas del juego que hoy demanda el escenario internacional: regímenes democráticos, instituciones sólidas y funcionales, respeto a la ley, regulaciones ambientales eficientes, entre otras cosas. El TLCAN, por citar el caso, más allá de su denominación formal, tuvo un componente -tácito si se quiere pero igualmente válido- de orden político: con sus singularidades históricas, los tres países asumen una alianza a partir de la relación comercial pero que entraña asimismo la práctica de valores culturales, cívicos y políticos compartidos en la sociedad occidental. Es probable, por ejemplo, que el ingreso de China a la OMC y, por ende, al marco vigente en este campo, produzca en el largo plazo efectos importantes sobre su vida pública interna. El acuerdo de México con la UE, que incluye además la "concertación política", debe tener consecuencias positivas en la consolidación de nuestro desarrollo político en condiciones homologables en el contexto internacional. Ni se pierde soberanía ni se vulnera el nacionalismo admitiendo que, si se desea aprovechar inteligentemente la globalización, debe ser bajo los criterios prevalecientes en el mundo en que vivimos.

El acuerdo con Europa es, en efecto, una buena noticia para México y un paso decisivo en favor del acercamiento político, de la integración económica y de la prosperidad colectiva. Es verdad que acciones como ésta no corregirán por sí mismas todos los problemas de nuestras economías y de nuestras sociedades, pero es imposible plantearse un desarrollo de largo plazo sin construir una sana y pujante economía de mercado de la que forma parte central una economía abierta al libre comercio, competitiva y moderna, tanto como un Estado no mayor sino más eficiente y efectivo; una democracia sostenible e incluyente; un capital humano vigorosamente educado y saludable; una distribución equitativa del ingreso y una ciudadanía integrada, plena y responsable.

Otto Granados Roldán es embajador de México en Chile.

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