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Icono del sueño americano

Para Estados Unidos, al personaje de Scott Fitzgerald hay que añadir el de Scarlett O"Hara y el presidente Kennedy

Ahora que celebramos el milenio, está claro que Jay Gatsby es nuestro icono literario más imperecedero. ¿Qué hace que El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, sea la novela definitoria sobre Estados Unidos en el siglo XX? Contamos con otros grandes novelistas: Faulkner, Hemingway, Mailer, Bellow; ¿cuál es la razón de que ese libro, y el propio Jay Gatsby, hayan capturado de forma tan profunda la imaginación norteamericana? Gatsby ha pasado a ser sinónimo del personaje nacional, el alma estadounidense, de la misma forma que el Quijote y el pícaro pasaron a ser sinónimos del alma española.Para comprender el dominio que ejerce Gatsby sobre la imaginación norteamericana, es preciso hacer ciertas distinciones. El cine del Oeste de Hollywood, las películas de fugitivos medio buenos y medio malos del cine negro de los años treinta y cuarenta, y las historias de la Mafia, no son más que mero espectáculo; no corresponden a nuestra realidad. Pero Jay Gatsby, con sus contradicciones y sus objetivos contrapuestos, es nosotros. Es un fragmento permanente de nuestra identidad nacional.

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Como todos los grandes personajes literarios -Falstaff, Don Quijote, el pícaro-, Gatsby no es una derivación de ningún otro, no había un equivalente hasta que Fitzgerald lo creó. Y, más importante todavía, Gatsby, como personaje original, tenía la suficiente intensidad vital necesaria para sustituir a un mito nacional anterior, el de que somos hijos de adustos puritanos. Si vamos quitando, una tras una, las capas llenas de sutileza que constituyen el personaje de Gatsby y su situación, y apartamos todos sus rasgos contradictorios, vemos de pronto, de forma casi imperceptible, que es Gatsby quien representa nuestra propia memoria nacional, nuestros conflictos más profundos, las escisiones permanentes en nuestra psique. Cuando le dijo a Hemingway "los ricos son diferentes de ti y de mí", Fitzgerald se refería a la extraña posición poética del dinero en la sociedad norteamericana. Cuando Hemingway contestó, en broma, "Sí, tienen más dinero", demostró que no había entendido lo que quería decir Fitzgerald. Hemingway y Faulkner (como la mayoría de los grandes escritores estadounidenses) se limitaban a ignorar el dinero; se suponía que los que escribían sobre el dinero eran los autores de segunda categoría. Nuestros intelectuales pensaban que la esencia de Estados Unidos consistía en distintas formas de socialismo; nuestros políticos pensaban que consistía en Dios. Lo que fascinaba a Fitzgerald (su novela inconclusa The last tycoon, El último magnate, basada en la figura del niño prodigio de Hollywood, Irving Thalberg, fue otro intento de crear una figura como la de Gatsby) era la mezcla de energía, inocencia y la capacidad de soñar con la perfección que producía el nuevo rico americano.

Gatsby es el inocente tipo del Medio Oeste que se traslada a la costa este. Quizá fue un héroe de la IGuerra Mundial, quizá no. Parece ser hijo de unos padres sencillos, unos alemanes de pueblo. Pero hay cierto aire de misterio en él. Tiene relaciones con contrabandistas y personajes siniestros. Tal vez tiene sangre judía. Como tantos estadounidenses, ha cambiado su nombre: el burdo Galtz se transforma en el elegante Gatsby. Gatsby se ha inventado a sí mismo. Toma notas, como un niño, para aprender a mejorar día a día. Nunca terminamos de saber de dónde saca su abrumadora fortuna.

Deliberadamente, Fitzgerald no situó la novela en Nueva York, sino a una hora de la ciudad, en el estrecho de Long Island. La idea (como indica el decorado en la ópera) es que se trata de un lugar donde se encuentran Europa y el famoso sueño americano. El simbolismo está expresado en la gran casa blanca sobre la costa de Long Island, con el embarcadero que sale hacia el mar. Como me dijo en una ocasión mi propio padre, muy gatsbiano, mientras paseábamos por Nueva York: "No creas ni por un momento que Nueva York la crearon los puritanos; la construyeron los grandes capitalistas. Pero no olvides jamás que el verdadero dinero está en la imaginación".

La ciudad a la que se trasladó a vivir Fitzgerald después de casarse con Zelda fue Westport, Connecticut, a una hora de camino al norte de Nueva York. Pensemos en una ciudad veraniega, en parte, como la San Sebastián de los años veinte, con gran presencia de la clase alta y, en parte, como Cadaqués con una población de artistas y escritores: eso era Westport. Estaba abarrotada de personajes característicos del siglo XX, personajes que definen lo que era nuestra cultura. Redactores de The New Yorker, dibujantes de viñetas cómicas, artistas, el teatro de vanguardia, las obras de Eugene O"Neil (que vivía cerca), etcétera. Irónicamente, la finca de mis padres (a la que se trasladaron a vivir cuando los Fitzgerald ya no estaban) tenía el embarcadero más largo de Connecticut, y era una de las tres que Scott Fitzgerald podía ver desde la casita que Zelda y él tenían junto al mar. Pese a ser una ciudad pequeña, Westport era justo la mezcla de dinero nuevo, dinero viejo, judíos, cristianos, artistas, millonarios del petróleo y, sobre todo, contrabandistas y bares clandestinos, de la que escribía Fitzgerald.

Gatsby expresa el dolor que los norteamericanos creen (al menos, creían en aquella época) que sentirán ellos, los inocentes del Medio Oeste o el sur, al llegar al este desconocido y la enormidad de Nueva York. Los sueños de Gatsby nunca se hacen realidad, pero siempre permanecen simbólicamente vinculados a esa gran mansión blanca junto al mar. Su ideal platónico de sí mismo incluye una situación geográfica determinada. En ese sentido, es interesante ver que Gatsby se parece a otros dos grandes iconos. Scarlett O"Hara, hija de un pobre inmigrante irlandés, cuyo sueño, en Lo que el viento se llevó, es la gran plantación de Tara. Y Tara, como el embarcadero de Gatsby con su "luz verde, su futuro orgiástico, que año tras año retrocede ante nosotros", se le escapa siempre a Scarlett.

La tercera gran Casa Blanca es la que está en Washington. Pensemos en el presidente Kennedy. También muere asesinado cuando es joven, como Gatsby. Ese lugar casi mágico, tan firmemente construido sobre los cimientos de un ideal americano, forma parte de la mitología de Estados Unidos. Y, tal como Fitzgerald predijo, también ese lugar se nos escapa. Fitzgerald podría haber estado hablando de Kennedy al final de la novela, cuando escribió: "Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa entonces..., mañana correremos más deprisa, estiraremos más nuestros brazos... Y seguimos adelante, como barcas contra la corriente, empujados sin cesar hacia el pasado".

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