ARTE Y PARTE Extranjería o inmigración ORIOL BOHIGAS
Por fin parece que se ha abierto una discusión política de cierto interés que viene a redimir modestamente ese largo periodo de desgobierno, anegado en las vergonzantes estrategias electoralistas que se apoyan siempre en el éxito estadístico de la pérdida de identidad de las ideas y los programas políticos. Me refiero a la llamada Ley de Extranjería, en la que debe haber un cierto contenido ideológico porque afecta a uno de los temas más importantes de nuestro próximo futuro: las grandes olas de inmigración que ya se han iniciado y que van a aumentar a gran escala. Porque, a pesar del título ambiguo de esta ley, hay que suponer que no se trata exclusivamente de resolver el problema de la legalización residencial de los extranjeros, sino de enfocar políticamente todos los grandes problemas generados por las migraciones.No hay duda de que es humanamente justo -y social y económicamente imprescindible- la aceptación de esas próximas inmigraciones con una regulación y unas ofertas que permitan aprovechar las ventajas globales y reducir los desequilibrios que puedan producirse. Por esta razón es fundamental que paralelamente a esa ley -sea el que sea su contenido legal y burocrático-, esperando que algún día se apruebe sin demasiadas modificaciones por parte de los políticos conservadores, se pongan en marcha unas medidas radicales para una real integración de las grandes masas inmigratorias. No se trata sólo de establecer cómo hay que darles una debida ciudadanía -unos "papeles"-, sino definir qué van a hacer con ella y qué instrumentos van a tener para ejercerla de inmediato, sin guetos marginados, con normalidad social y con eficacia económica y política. Es indispensable, por tanto, resolver paralelamente -o quizá previamente- una serie de problemas, entre los cuales tienen una importancia radical los que se refieren al empleo, la vivienda y la escuela.
No me voy a extender sobre el primer tema porque se incluye en el problema general del elevado porcentaje de desempleo que hay en el país. Pero habrá que tener en cuenta en las soluciones que se adopten el incremento que generará la inmigración y sus circunstancias especiales, de manera que los mismos empleos no produzcan nuevas discriminaciones por su especificidad o por sus condiciones laborales. En cambio, los otros dos temas -vivienda y escuela- han de ser enfocados en su relativa autonomía, aunque, como veremos, relacionados también con políticas generales.
Para integrar, lo primero que hay que hacer es ofrecer una vivienda, porque es el requerimiento indispensable para evitar la marginación total. En algunos países europeos se han puesto ya en marcha algunos programas muy ambiciosos en este sentido, anticipándose incluso a las demandas previsibles. En Holanda o en Inglaterra, por ejemplo, saben muy bien que un inmigrado sin vivienda es el punto de partida de una grave dislocación social. La política de vivienda económica es en España muy deficiente y falta de una orientación estratégica. Y si a ello añadimos los nuevos factores inmigratorios, la imprevisión es alarmante. Porque no se trata solamente de aumentar cuantitativamente las previsiones, sino de orientarlas de manera distinta en términos tipológicos y en términos de ubicación territorial. Por un lado, pues, hay que inventar nuevos tipos de vivienda que sean, de momento, un puente entre dos culturas y que por su urgencia y su limitación económica se establezcan como un paso quizá provisional hacia soluciones definitivas más normalizadas. La vivienda mínima transformable y ampliable -o auto-construida en parte- es una tipología que fue una de las bases polémicas del movimiento moderno y que quizá encontraría en este problema inmediato un desarrollo adecuado. Pero, por otro lado, esas unidades residenciales no pueden configurarse como barrios autónomos, sino como integraciones orgánicas a los actuales tejidos urbanos. Personal y colectivamente tan grave es el inmigrado sin techo como una colonia marginada de inmigrados. ¿Estos problemas han sido debidamente estudiados paralelamente a la Ley de Extranjería? ¿Dónde están los planes de vivienda que respondan a esos objetivos?
El otro gran instrumento de integración tendría que ser la escuela, y hay que reconocer que ahora los planes de enseñanza en España parecen más bien orientados hacia una terrible desintegración social. Sólo una enseñanza pública, gratuita y laica -sin falsos apoyos a los fundamentalismos importados-, con una única oferta básica para todo el mundo -con las diferencias impuestas por la consideración igualitaria de las diferencias personales- ha de permitir una aproximación a la igualdad social. En cambio, la actual proliferación de la enseñanza privada, tan subvencionada por el Estado, está enfrentando peligrosamente a dos clases sociales y acabará enfrentando a diversos fundamentalismos igualmente discriminadores. Por el camino que llevamos, la escuela pública será en exclusiva la escuela de los inmigrados y los desheredados física, intelectual o económicamente, con unos medios muy inferiores a los de las escuelas y las universidades privadas. Es decir, la enseñanza que hoy ofrece España a los inmigrados -con déficit evidentes, además- no es un instrumento de integración, sino un impulso regresivo hacia la segregación. ¿Cuánto tardarán los partidos que se quieren situar en la izquierda política en darse cuenta de que su pretendida ideología exige una profunda reforma escolar hacia la igualdad, no sólo frente al problema de la inmigración, sino frente a la general desestabilización social del país?
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