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Huellas industriales

JOSU BILBAO FULLAONDO

El Fotomuseum de Zarautz acoge hasta el inicio del año 2000 una exposición sobre paisaje industrial que hace memoria del pasado y descubre la proyección del futuro en estos territorios. Volúmenes, estructuras y diseño, traen al recuerdo derrotas y triunfos, de los hombres que han plasmado allí sus huellas. Es un conjunto de treinta fotografías que bajo el titulo Inflexión, en selecta muestra de un conjunto bastante más amplio, lo presenta Jose Luis Ramirez (Bilbao, 1935). Trabajo que viene realizando desde la década de los años setenta. Cargado de una simbología envolvente, compara diferentes aspectos de donde surge una segunda reflexión que, inevitablemente, descubre la crudeza de un proceso y en su enormidad pide a sus actores una prudente humildad.

Su incorporación a la fotografía llegó desde el Vizcaya Club donde, además de aprender diversas técnicas, inició una carrera que le aportó todo un rosario de premios. Sus imágenes resultaban llamativas, fundamentalmente bellas, aunque la temática era dispersa. A partir de los años sesenta, este ingeniero industrial, comenzó a centrarse en proyectos de mayor envergadura. Con su cámara, preferentemente en blanco y negro, fue recogiendo tradiciones, actividades artesanas, escenas populares, con un estilo poco formal que escapaba de la rigidez pictorialista. Composiciones cuya distribución en el plano encuentran un equilibrio cómodo y lleno de emoción. Una tendencia realista, auténtica, recogida en su libro Vascos sin fronteras.

Su profesión fue cómplice de una nueva etapa. La industria se acercaba prepotente a la ciudad. Era el final del franquismo. Los parajes urbanos vivían un claro deterioro. Se trataba un paisaje confuso, revuelto, de gran impacto. Las casas se mezclaban con las fábricas. Montañas de carbón dejaban descubrir balcones donde se tendía la ropa a secar. Los chicos jugaban al fútbol bajo las chimeneas de Altos Hornos. El tejado estriado de un taller crecía bajo una torre de iglesia. Ansio, Begoña, Legazpi, los convierte en lugares cargados de tristeza, cuya soledad se incrementa con las tomas realizadas en fin de semana. Así se recoje en el catalogo de su primera exposición individual, Escenarios, en 1982. Paisajes convertidos en documento social que reflejan una época de crisis. Contrastes de volúmenes y austeridad en el estilo ayudan a entender el sentido de una expresión comprometida.

El sujeto de atención no pierde interés. Llega un punto de inflexión donde la tendencia cambia de sentido. Se produce una renovación de las infraestructuras fabriles. Atrás queda una épica del abandono que recoje en Fénix, publicado en 1994. Ramirez se enfrenta a un panorama más esperanzador que sigue fotografiando. Los polígonos modernos ocupan los terrenos deteriorados. Agotadas las zonas fabriles, como cruel paradoja, que deja atrás los obreros industriales, aparecen los parques tecnológicos. Recintos fríos con poca chimenea y poca ventana, pero no carentes de poesía y misterio ensoñador. Naves industriales de último diseño, de las que extrae su belleza, su encanto. Resalta la plástica de sus lineas y formas geométricas con cierto toque de ambigüedad conceptual.

El conjunto es un manantial de sugerencias que recoje la trayectoria de un autor veterano. Capaz de pasar de los toques costumbristas, de ternura bucólica, al embrujo sórdido de la ciudad y sus aledaños. Envuelve su portafolios en una técnica depurada. Una meticulosidad no ajena a su formación académica y su ejercicio docente. Son escasas sus incursiones hacia el color. Lo hizo con motivo del libro Bilbao. Puente hacia el siglo XXI. en el que dejó patente su sensibilidad especial. Su ultima presentación en Zarautz es prueba de madurez. Un autor ejemplar que, con parsimonia, constancia y genio artístico, esta dejando en su estela icónica un legado de incalculable valor para generaciones venideras.

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