_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"Perestroika" marroquí

Los primeros cien días y pico de reinado del joven monarca marroquí Mohamed VI han sido impresionantes. Ha descabalgado sin parpadear a los más reputados pilares del régimen autoritario del fallecido Hassan II, como el que parecía inamovible ministro del Interior, Dris Basri; ha visitado el norte, como se llama al antiguo protectorado español, tierra nunca cariñosa con Rabat; ha autorizado el regreso de la familia de Mehdi Ben Barka, el disidente asesinado en 1965 en París, presuntamente por agentes de la monarquía; y, en general, ha desplegado una operación seguramente no sólo mediática para decirle a Occidente que esto va de democracia.Los movimientos efectuados hasta la fecha deben interpretarse, sin embargo, más como un recambio de equipo, una renovación del makhzen -almacén o Tesoro en árabe, término que designa en Marruecos al grupo gobernante- en un sentido liberal o aperturista, pero no todavía como el comienzo de una auténtica reforma. Más aún, esa nueva alineación del poder la ha decidido el soberano sin consultar con nadie, incluido el jefe de Gobierno, el socialista Abderramán Yusufi, aunque esta circunstancia tampoco tiene por qué ser fatal, ya que la democracia no siempre llega democráticamente.

La comparación con la perestroika soviética es cómoda: Basri sería Ligachov, el ángel malo opuesto a Gorbachov, y Sájarov, que volvió del exilio interior, la sombra de Ben Barka.

El límite real de los gestos de Mohamed VI tardaremos, sin embargo, aún en verlo porque el obstáculo a una auténtica democratización del país es la propia existencia de la monarquía, como el marxismo-leninismo lo era para el candoroso ejercicio renovador de Gorbachov.

Aunque todas las constituciones -1962, 1970, 1972, más las revisiones de 1992 y 1996- han proclamado en su artículo primero que Marruecos es una monarquía constitucional, lo cierto es que para ser constitucional el sistema habría tenido que dejar de ser antes una monarquía. Y no se trata ya de subrayar que el soberano alauí puede hacer lo que le dé la gana en el interior de un sistema que es formalmente democrático, sino que en Marruecos hay dos constituciones, aunque la real -en el doble sentido de auténtica y de monárquica- se halle como escondida dentro de la exterior y más aparente.

En primer lugar, el soberano es un rey constituyente, porque por medio de los dahír o decretos ha sido la fuente de todas las constituciones que ha conocido el país; a continuación, aunque en otro artículo de la carta se afirma que el depositario de la soberanía es el pueblo, ese texto proclama también que el rey hace delegación de parte de sus poderes a las cámaras y al jefe del Gabinete; más adelante, el monarca se reserva el nombramiento de los llamados ministerios nacionales: Interior, Exteriores, Defensa y Justicia; y, por último, los ministros no son delegados de la nación, sino subordinados del monarca, al que sirven a su mejor conveniencia antes que a la del Parlamento. Una situación muy parecida, para seguir con el paralelismo ruso, a la de los ministros de Nicolás II, que eran responsables ante el zar y no ante la Duma, la cámara electiva que existió entre 1905 y 1913. Por eso son dos las constituciones y no sólo una.

Una reforma a fondo del Estado parece, por tanto, poco probable, porque atentaría contra el instinto natural de preservación de la especie, que registran tanto las dinastías como las formas de vida de la naturaleza. E incluso ni siquiera está demostrado que la opinión marroquí desee que el soberano pierda ese carácter arbitral, porque, en su calidad de jefe religioso o comendador de los creyentes a la vez dentro y fuera de la Constitución aparente, es una garantía de equilibrio entre lo árabe y lo beréber, entre lo tribal y la segmentación de lo urbano, como protector, en definitiva, de una continuidad de la que no parece querer prescindir la nación norteafricana.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El mariscal Lyautey, máxima autoridad del antiguo protectorado francés, decía que en Marruecos "gobernar es hacer que llueva". Veremos si Mohamed VI se aviene un día a renunciar a tan augusta prerrogativa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_