_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El plagio

De tiempo en tiempo aparece en la prensa una noticia de plagio. La reacción que suscita es una especie de: "Ajá, por fin te hemos pillado". Se ve que produce un morbo especial la idea de que un artista se ha visto obligado a copiar a otro, a arrebatarle una idea como se le arrebata un hijo a una madre. Sí, quizá haya algo de la emoción melodramática de un acto vituperable.También hay mucho venado por ahí suelto. Recuerdo que una vez se presentó en una casa editorial un sujeto explicando que Michael Ende le había copiado ce por be La historia interminable. Invitado a explicarse, acabó reconociendo que sólo le quedaba una duda: cómo había podido el señor Ende copiar algo que sólo estaba en su cabeza (la del denunciante, se entiende); pero, con todo, su decisión estaba tomada: "Pues ustedes verán, pero esto hay que arreglarlo o vamos a acabar muy mal", le dijo a la persona que lo atendió.

Se considera plagio la acción de copiar o imitar fraudulentamente algo ajeno, especialmente en el mundo de la literatura y el arte. La cuestión es delimitar en ese mundo qué es y qué no es plagio. De cuando en cuando, aparece gente que denuncia a un escritor o artista conocido y se entabla un cruce de ofensas y defensas e, incluso, un juicio. Pero la verdad es que, aparte del morbo, estas denuncias no tienen otro fundamento que la apreciación personal, salvo que se trate de una copia literal de un texto, y eso es, justamente, lo que casi nunca sucede. En unos cuantos casos, la acusación trata de demostrar que el plagiario ha tomado su texto y ha efectuado leves modificaciones para evitar la literalidad, pero en la mayoría la acusación se refiere sobre todo al asunto y a semejanzas de estructura o de personajes. Y aquí empieza el problema: ¿qué asunto, estructura, idea o historia no proviene de otra?

La vida, como todos sabemos, es sorprendentemente semejante a sí misma y sorprendentemente diferente en su semejanza. El ojo del artista es el que descubre esas diferencias, y ahí radica su singularidad una vez que es capaz de manifestarlo expresivamente, sea escribiendo, sea pintando, sea componiendo música. Un plagio musical se descubre porque existe un lenguaje musical codificado nota por nota; un plagio literario se descubre porque el código lingüístico permite comprobar que un texto es igual a otro, etcétera. Pero ése es el caso que apenas se da. ¿Por qué? Pues porque si se trata de verdaderos autores, ni siquiera con un argumento idéntico harían la misma obra. ¿Por qué?; porque nunca le darían el mismo sentido. El argumento de una obra puede ser repetible; el sentido sólo es propio de cada autor y nada más que suyo. Conviene notar que toda acusación de plagio se refiere siempre a los asuntos externos (argumento, etcétera), no al sentido interno de la obra. Ahí jamás se producirá una acusación de plagio porque ahí es sustancialmente imposible.

La tradición es algo que existe en el arte como en otras muchas facetas de la vida y, como su propio nombre indica, se nutre de aportaciones que siempre tienen en cuenta las anteriores para modificarlas de modo activo y eficiente. Y existen lo que se llaman las influencias, inevitables en el autor que se va haciendo, que más bien mortifican que otra cosa, dado que el fin que persigue todo artista que se precie de tal es, precisamente, ser único. De las influencias y del peso de la tradición es de lo que el artista trata de librarse a medida que progresa en su propia obra. ¿Para qué habría de plagiar, entonces, si procede necesariamente de lo ya existente? Se me dirá: porque no tiene talento. Bien, pero entonces no estamos hablando de artistas, sino de "amigos de lo ajeno", como se denominaba humorísticamente a los ladrones de antaño, es decir, a gente que en nada difiere del que te roba la cartera. Pero ese asunto pertenece a la crónica de sucesos, no a la sección de cultura.

Lo raro -yo diría: lo imposible- es que un verdadero artista sea un plagiario. Como decía antes, en el arte el plagio no existe debido a la propia singularidad del artista. Pero la razón más poderosa para argumentar contra el plagio en el mundo de la creación artística -que es, como sabemos, el territorio más indefinido y cambiante de todos- es que no existe mayor tostón ni empresa más ardua que copiar a alguien para luego desfigurarlo y hacerlo propio. Es preferible escribir uno su propia obra, aunque sea mala, que someterse a semejante tortura.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_