La poesía elegiaca de Francisco Brines recibe el Premio Nacional de las Letras
Un jurado formado por Hierro y Gimferrer, entre otros, destaca el valor de la obra del poeta
Entre la elegía y la metafísica, la poesía de Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932) recibió ayer el Premio Nacional de las Letras. Defensor de la experiencia poética como un camino privilegiado hacia el conocimiento emocional ("la gran verdad del poema es el placer estético que nos procura"), Brines ha conducido su poesía hacia una de las contradicciones de la modernidad: la vitalidad nace de la percepción de la vida como gran frustración. Un jurado compuesto por José Hierro, Pere Gimferrer, Luis García Montero, Carles Miralles y Darío Villanueva, entre otros, quiso ayer recordar el valor de esta paradoja.
"La frustración vital no es algo personal", señaló ayer Francisco Brines, "pertenece a la naturaleza del hombre, al fracaso metafísico de que el don de la vida te lo dan para quitártelo. No es una visión negativa, es una realidad. Y por ser un don efímero hay que amar la vida. Mis contradicciones y mis dudas son las mismas que las de los que me rodean en un mundo en el que lo religioso ya no cobija como antes y el suelo es menos firme".Compañero de generación de Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Carlos Barral, Claudio Rodríguez y José Agustín Goytisolo, Brines ("es un honor para mí formar parte de esa generación en la que hay poetas buenos y muy buenos") se ha definido como un autor inmerso en la tradición: Manrique, Garcilaso y, sobre todo, Quevedo. Tras ellos, Machado, Juan Ramón, Cernuda y Azorín completan la línea de sus referentes. "Su poesía es exultante y sensual, profundamente elegiaca, exalta el amor como vida y como muerte", señaló ayer su amigo el periodista y escritor Fernando Delgado, para quien desde su primera obra (Las brasas, 1959) Brines ha sabido mantener "una excepcional coherencia poética". De su poesía, Luis Rosales dijo: "Es confortante y a la vez deformante".
"Creo que efectivamente mi obra es coherente y unitaria", afirma Brines, "pero esa unidad no quiere decir que mi poesía no evolucione. A partir del romanticismo se crea un centro unitario que tiñe todos los temas que el poeta toca".
Ave nocturna
Brines escribe casi siempre de noche, dice que le gusta contemplar sin ser contemplado. "Soy un ave nocturna para el placer y para la meditación, porque en la ciudad es el único momento en que se puede pasear con tranquilidad, en silencio". La vida doméstica (entre sus casas de Madrid y Valencia), los toros y el fútbol ("el fútbol puede tener momentos de belleza, pero nunca tendrá el arte de los toros"), la naturaleza ("no tiene mar mi pobre río", dice uno de sus versos) y la amistad (ambos elementos fundamentales de su poesía) forman parte de los placeres cotidianos de este poeta, que asegura que sus versos nacen más de la mirada que del ritmo: "Veo los poemas plásticamente"."La elegía es una afirmación de la vida, se llora lo que no se tiene, es un sentir a la vida, un abrazo a la vida", continúa el escritor, que ve en la poesía una forma de recuperar la intensidad emocional, "la intensidad del gozo". "Ante un buen poema nos sentimos más plenos, al recibirlo hacemos nuestra esa emoción ajena y, sin necesidad de reflexión, la poesía nos habrá hecho más tolerantes".
Lector de Literatura Española en Cambridge y profesor de español en Oxford, Brines (que ha titulado la última edición de su poesía completa, editada por Tusquets, Poesía completa. Ensayo de una despedida), recibió el Premio Adonais 1959 por Las brasas; el Nacional de la Crítica de 1967, por Palabras a la oscuridad; el Nacional de Literatura de 1987 por El otoño de las rosas, y el Fastenrath de 1998 por La última costa. Concedido por el Ministerio de Cultura, el Premio Nacional de las Letras Españolas 1999, dotado con cinco millones de pesetas y presidido por el director general del Libro, Fernando de Lanzas, supone para él "una alegría, el reconocimiento a lo que se ha dedicado toda una vida. Una prueba de que lo que se hace está bien".
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