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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Izquierda trasatlántica

EN EL mundo actual, cualquier proyecto que intente redefinir una política de izquierdas de alcance no puede dejar de incorporar al Partido Demócrata de EE UU y los progresistas que se mueven en su derredor. Éste es el principal valor que tienen reuniones como la que se ha celebrado el pasado fin de semana en Florencia, en la que Clinton pudo cruzar ideas con los representantes de la izquierda en el poder o en la oposición en los principales países europeos.En los debates en torno al Reformismo en el siglo XXI, los anglosajones, Clinton y Blair, marcaron diferencias con el socialismo de la Europa continental. Éste se presenta como más regulador en la economía y sitúa la política social en el centro de sus preocupaciones. Pero más allá del vocabulario, y de las distintas tradiciones nacionales, y muy especialmente del discurso más socialdemócrata de Jospin, Florencia ha puesto de relieve una cierta convergencia, sobre todo entre las familias europeas del centro izquierda, e incluso con los demócratas americanos: la educación como base de la igualdad de oportunidades, y la necesidad de impulsar un mayor dinamismo empresarial y laboral.

A diferencia de la Internacional Socialista, que por definición abarca más variedad de situaciones, el de Florencia fue esencialmente un diálogo entre dirigentes del centro izquierda del mundo rico, pues, con la excepción del presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso, pocos representantes hubo del Tercer Mundo, aunque a éste se dedicaran buenas palabras para aliviar su deuda o ayudarles a integrarse en la sociedad de la información. La mayor paradoja es que en esta búsqueda de respuestas a la globalización están aún demasiado ausentes las que superan el marco nacional. Faltan sugerencias concretas sobre lo que hay que hacer internacionalmente. Clinton aboga por un nuevo intervencionismo, pero elude pronunciarse sobre el Tribunal Penal Internacional, cuyo estatuto no ha suscrito. Se critica la labor de las instituciones financieras existentes, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, pero sólo Schröder ha propuesto como alternativa que de su regulación se encargue el G-8, con lo que se generaría el riesgo de un directorio internacional del que estarían excluidos los demás.

Este tipo de diálogo -el próximo será en Berlín-, que tiene una parte pública y otra, probablemente más interesante, cerrada, puede resultar útil para generar una visión progresista trasatlántica. Pero su efectividad reposa sobre una condición: que la Casa Blanca la ocupe un presidente demócrata. Y eso no es seguro. Según algunas encuestas, ni siquiera lo más probable.

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