"Me merecía de verdad el Nobel"
Pregunta. Profesora Morrison, su última novela, Paraíso, empieza con esta frase: "Primero dispararon a la chica blanca". Después, no menciona en ningún momento cuál de las cuatro jóvenes a las que persiguen y matan al principio es la blanca. Todo lo contrario: elimina cualquier pista que pueda indicar su raza. ¿Quería que sus lectores hicieran de detectives?Respuesta. Quería ver qué ocurre cuando se dejan fuera los indicadores raciales. Pensé: Si presento a los lectores todos los datos importantes de un personaje, excepto su raza, tal vez les confunda y desestabilice. Y es cierto, algunas personas recorren el libro, frenéticos, en busca de pistas sobre la raza...
P. ¿No lo hacen todos los lectores?
R. No, sólo si para ellos es importante.
P. ¿Le parece bien?
R. Por supuesto. Porque ése es el inconveniente de la cuestión racial: nos olvidamos de fijarnos en los individuos. Cuando se conoce la raza de una persona, se pueden suponer ciertas cosas básicas, pero ¿qué se sabe verdaderamente sobre ella? ¿Qué conozco yo sobre usted, sólo porque su raza me permita suponer cinco o seis cosas? Hay miles de factores que son mucho más importantes.
P. La comunidad negra en Paraíso tiene una visión muy diferente. Sus miembros están orgullosos de su pureza racial.
R. Existen dos grupos de gente en Paraíso. Las mujeres que crean una comunidad en la que la raza es irrelevante y, por el contrario, la población negra de Ruby, donde la raza lo es todo. La pureza de sangre es su vida, y condenan al ostracismo a cualquiera que tenga la sangre mezclada. En esta yuxtaposición, el lector puede percibir la tensión entre una comunidad obsesionada por la pureza racial y otra para la que la raza ha perdido completamente su significado.
P. Paraíso forma parte de la trilogía que incluye Beloved y Jazz. ¿Qué tienen estos libros en común?
R. En todos está presente las distorsiones del amor. En Beloved hablaba de las dificultades del amor de padres a hijos; Jazz, del amor entre un hombre y una mujer.
P. No hay mucho amor en Paraíso.
R. Sí, sí, Paraíso habla del amor religioso. Y muestra que ese amor puede agriarse y volverse pernicioso, hasta el punto de que los más religiosos se convierten en el tipo de personas que antes les aterrorizaban.
P. La religión aparece en toda su obra. ¿Cree usted en Dios?
R. Me sorprende que me haga esa pregunta. Los líderes religiosos me acusan de que no hablo de religión todo lo que debería. Al fin y al cabo, yo debería saber que los afroamericanos son muy religiosos, ¿no? Me resulta difícil imaginar que alguien pueda crecer sin conocer la Biblia. ¿Cómo es posible entender el arte? Después de todo, la tradición cristiana es un elemento crucial de nuestra cultura. A la mayoría de las novelas afroamericanas les faltaría algo importante si en ellas no hubiera creyentes o, al menos, personajes que se plantean esas preguntas sobre la vida eterna, la inmortalidad y las enseñanzas morales.
P. ¿Sigue siendo religiosa?
R. No puedo hablar de ello con usted.
P. ¿Y qué me dice de la superstición?
R. También me cuesta hablar de eso. Todas las creencias se basan en algo que no es una verdad científica. Yo soy católica. Y no creerá que no existen supersticiones en la Iglesia Católica, ¿verdad? Pero ciertas supersticiones le ayudan a uno a vivir.
P. Usted decía, hace tiempo, que la novela ha sustituido a la música como principal transmisora de la cultura negra. ¿Sigue pensándolo?
R. Aunque sigo creyendo que es así, es posible que me equivoque por completo, porque ahora existe la música rap. Hubo un tiempo en el que los afroamericanos utilizaban su música con fines estéticos y morales. El jazz expresaba su resistencia, su ira y su alegría. Pero luego, al jazz le ocurrió lo que siempre sucede con las grandes manifestaciones artísticas: se expandió y pasó a pertenecer a todo el mundo. Ahora es posible oír un jazz bellísimo realizado por japoneses.
P. ¿Qué tiene eso de malo?
R. Nada. Sólo que significó que el jazz dejó de ser nuestro. Y pensé que las novelas podrían llenar ese hueco.
P. ¿Pero no es la novela una forma artística específicamente occidental?
R. No creo. Muchas culturas han construido narraciones, lo que pasa es que no las publicaban necesariamente como novelas. Lo que me preocupaba de las novelas escritas por autores negros en los años veinte y treinta era que estaban dirigidas a un público blanco. Se notaba en que explicaban cosas que no habrían tenido que explicar a un lector negro. Tenían un extraño deseo de aprobación en el mundo blanco. Y yo pensaba que otros escritores no hacían eso. De forma que me pregunté: ¿Hay algo peculiar en la literatura afroamericana? ¿Existe una forma de escribir negra, igual que el jazz era negro?
P. ¿Ha encontrado una respuesta?
R. No, pero en la búsqueda he encontrado mi propio lenguaje y mi propia voz, además de un enorme lienzo sobre el que pintar. Pensemos en el lenguaje: existen muchas capas. Está el slang, está el lenguaje de la Biblia y el sermón, está el inglés académico, está el lenguaje lírico y muy barroco, y yo puedo mezclarlos y jugar con ellos, que es exactamente lo que hacen los afroamericanos: cogen el idioma, lo retuercen y crean algo nuevo a partir de algo conocido.
P. Usted está considerada como la voz de la Norteamérica negra. ¿Alguna vez le resulta molesto?
R. Sí, porque quiere decir que me están clasificando sin cesar. Siempre me colocan la etiqueta de escritora negra.
P. Hace unos años, insistía en que la calificaran así.
R. Era una situación distinta. Intentaban convertirme en blanca honoraria. La gente me decía: Escribe tan bien, que no vamos a poner ese adjetivo -negra- delante de su nombre. Como si fuera bueno para la promoción. Y eso fue contra lo que me rebelé.
P. Así, pues, si hoy la llaman simplemente escritora, ¿ya no lo considera una "promoción"?
R. Ya no. Al principio de mi carrera, habría preferido que me llamaran sólo escritora. Pero no me lo permitieron. Tuve que abrirme camino a través de las expectativas y calificaciones de otras personas. Me dediqué al negocio editorial durante veinte años, y no podía publicar dos libros afroamericanos en una misma temporada, porque, si lo hacía, no los reseñaban de forma independiente. Un año, edité un libro de relatos cortos, un libro de poesía y una autobiografía de Angela Davis, y todas las críticas que salieron hablaban siempre de los tres juntos. Así que dejé de publicar más de un libro de autor negro por temporada. Gran parte de mis reacciones estaban -siguen estando- muy influidas por la política. Intentaba hacerme con el control de la situación, y una de las cosas que deseaba controlar era mi presentación ante el público.
P. Toda su obra describe una sociedad en la que la raza es primordial. ¿Puede imaginar un mundo en el que no importe?
R. Lo intento, pero me resulta difícil. En mi vida personal, intento no crearme opiniones sobre la gente basándome en su raza.
P. Eso contradice su afirmación de que oculta a los blancos el 60% de su personalidad.
R. Oculto parte de mi personalidad porque está siempre sometida a estudio: ¿Cómo es de exótica? ¿Cuánto tiene de negra? De forma que, cuando trato con blancos, soy precavida, hasta que llego a una situación en la que ya no necesito serlo.
P. ¿Lo consigue alguna vez?
R. Por supuesto. Tengo viejos amigos que sólo ven en mí a la persona. Pero, cuando una ha cumplido ya los sesenta, ha tenido muchas oportunidades para que los blancos la decepcionen una y otra vez. Siempre se termina con esta discusión que tenemos en este momento usted y yo.
P. Es difícil hablar de su trabajo y no hablar de raza.
R. ¿Por qué es difícil en mi caso? ¿Por qué no al hablar de Joyce?
P. Porque usted reflexiona sobre los problemas raciales, y él no.
R. Esa opinión no está justificada. Joyce escribe sobre la raza todo el tiempo, pero nadie lo menciona. Nuestra conversación es típica del dilema que impone el racismo en nuestra forma de relacionarnos dentro de la sociedad. El racismo no permite que una persona aprenda ni piense nada nuevo. Por tanto, creo que deshacerse de todo ese bagaje no puede ser sino una liberación maravillosa. Eso es lo que están logrando los autores afroamericanos jóvenes. Ya no tienen obsesiones, son más libres. Ése es el privilegio de la próxima generación.
P. ¿El Premio Nobel alteró su posición social en Estados Unidos?
R. No sé. Fue agradable.
P. ¿Sólo agradable?
R. Fue agradable para el país. Hacía mucho tiempo que no lo obtenía alguien nacido en Estados Unidos. Algunas personas se asombraron, se mostraron incrédulas: ¿Cómo ha podido suceder? Como es natural, muchos se alegraron.
P. ¿Y usted?
R. Fue la primera vez que me sentí norteamericana. Y me sentí mujer, y nativa de Ohio, y negra; todos esos sentimientos mezclados. Al volver la vista atrás, me di cuenta de que siempre había deseado que lo ganara una mujer negra, y el hecho de que fuera yo me pareció extraordinario porque me lo merecía de verdad. No podían haber elegido a nadie mejor. Los libros eran muy buenos. Pero éstas eran mis reflexiones privadas. Lo mejor de ganar el premio fue que modificó el campo de lo que se consideraba gran literatura.
© Der Spiegel
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