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Crítica:JAZZ EN EL CENTRAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Creatividad a pares

Frente a la estricta homogeneidad de su primera jornada, el ciclo Jazz en el Central dejó pasó en la segunda a los contrastes, servidos por un pianista de serena intelectualidad y una gran orquesta austriaca que rindió refinado homenaje a Duke Ellington.Ran Blake, de 64 años, tiene el aspecto del típico sabio tímido y despistado. Pero todo ese encantador desaliño formal desaparece cuando se sienta ante el piano. Adopta entonces una postura de concentración absoluta y plegada hacia adentro, como si se dispusiese a resumir su vida de figura inclasificable y marginal en el concierto que tiene por delante. Y ese apretado compendio vital ofreció también en Sevilla, apoyado por su discípulo David Fabris, atípico guitarrista que acertó a poner el punto al gran signo de interrogación que suele dejar suspendido en el aire la música de Blake.

Ran Blake y Vienna Art Orchestra

Teatro Central. Sevilla. 16 de noviembre.

El pianista norteamericano nunca ha sido un improvisador convencional, y sus solos, prodigios de esencia casi ascética, siguen sin parecer de este mundo. El repertorio que iba a interpretar figuraba en los programas de mano, cosa rara en los conciertos de jazz, de modo que se conocían de antemano los títulos de las piezas, entre ellas una preciosa colección de canciones judeoespañolas, pero no los secretos que un artista de su punzante sensibilidad puede arrancarles. Por suerte, el concierto fue grabado y hay fundadas esperanzas de que alguna vez se pueda disfrutar en disco.

Solución conservadora

También hubiera merecido preservarse la segunda sesión de la jornada. Mathias Rüegg es un hombre imaginativo del que se esperaba un tributo a Ellington intrépido y rupturista, pero el director de la veterana Vienna Art Orchestra optó por una solución relativamente conservadora que respetó los pilares básicos de la obra ellingtoniana. Tuvo buen cuidado, eso sí, de desterrar posibles conformismos con sutiles apuntes de cosecha propia. Los más llamativos consistieron en exponer los temas famosos en formato reducido: Take the A Train sonó así en versión para dúo de clarinete bajo y contrabajo, y C-jam blues fue introducido con un espléndido arreglo para la cuerda de saxos en solitario.

El espinoso capítulo solista (ya se sabe que los músicos de Ellington son irrepetibles) se salvó con pericia evitando caer en la copia infantil. En este aspecto, apenas se contaron un par de guiños disimulados a la zalamería melódica de Johnny Hodges y a los espeluznantes sobreagudos de Cat Anderson, aunque también se intentó evocar la proeza de Paul Gonsalves en el festival de Newport de 1956, cuando el inolvidable saxofonista tenor improvisó 27 extenuantes chorus sobre Diminuendo and crescendo in blue. Oportunos gestos de reconocimiento bien ambientados por los carteles, portadas de discos y fotografías que se iban proyectando sobre el fondo del escenario. Allí asomaba Ellington, complacido, con sus profundas ojeras de genial trasnochador.

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