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Música callada JOSEP M. MUÑOZ

El título parecía una premonición. La mañana del concierto, en Catalunya Ràdio, se dio noticia del evento: esa misma noche de principios de noviembre tenía lugar en el auditorio del CCCB un espectáculo musical cuyo título -Música callada- estaba inspirado en san Juan de la Cruz, aunque -advertía la redactora que leía la información- no se trataba de una obra religiosa. Sorprendentemente, en la información se omitía cualquier referencia al compositor, que no es otro que Frederic Mompou. Quizás la "ràdio nacional de Catalunya" pensó que era un oscuro compositor francés que no valía la pena mencionar. Y sin embargo, se trataba de un extraordinario concierto: la más depurada composición de Federico (nunca se llamó a sí mismo Frederic) Mompou, interpretada por un joven y brillante pianista, Jordi Masó, y acompañada de unas proyecciones de unas imágenes llenas de sensibilidad de un fotógrafo, Jordi Ribó, que, como Masó, es también joven y de Granollers. Por cierto, la mención a Granollers no es gratuita, como comprobará el lector paciente.La Música callada ("la música callada, la soledad sonora", había escrito Juan de la Cruz) de Mompou está considerada como su obra mayor. Él mismo decía que era toda su "auténtica música". Compuesta entre 1959 y 1967, e integrada por pequeñas 28 piezas, constituye una reflexión abstracta, esencial e íntima, sobre la tristeza, la nostalgia y la preocupación por la muerte. Uno de los grandes pianistas contemporáneos, el alemán Herbert Henck, la grabó hace cuatro años para el prestigioso sello ECM. En el libreto que acompaña al disco, Henck cuenta que descubrió a Mompou, un nombre que en principio no le decía nada, a raíz de un encargo realizado por un centro musical en Amsterdam, que en 1991 programó un ciclo de música española para piano. Henck desmenuza, con precisión germánica, la pieza de Mompou, que considera de una sonoridad más bien dura y austera. En consecuencia, su interpretación es fría, incluso glacial. Pero tiene la virtud de dar a conocer a un público amplio una obra significativa de la música catalana contemporánea, que hasta ahora sólo se encontraba, además de una versión de Joan Colom, en la serie de grabaciones Mompou per Mompou que hizo el propio compositor en los años setenta.

Ésta era precisamente la única versión existente de sus obras completas hasta que, a sus 30 años acabados de cumplir, Jordi Masó ha empezado a grabar la integral para piano de Mompou con el sello Naxos. El año pasado salió el primer y, que yo sepa, hasta ahora único volumen. Búsquenlo, en vano, en las grandes superficies dedicadas a la venta de productos audiovisuales de esta cosmopolita ciudad. Afortunadamente, la audición del otro día confirma que pronto podremos escuchar, enlatada, su magnífica versión de la Música callada. En ella, la frialdad nórdica de Henck ha sido sustituida por la calidez meridional de Masó. Hay otro sentimiento, y una evidente y lógica mayor proximidad, en su interpretación -quizás, como decía Xavier Pujol, demasiado pegada a la partitura-. Las proyecciones de las fotos de Ribó remiten a los años de la educación sentimental de Mompou. Imágenes de campanas, como las que él escuchaba en la fundición de su abuelo francés, Dencausse, y cuyo sonido trató de reproducir en sus composiciones. Fotos de Castellterçol, donde Mompou pasó los veranos en su juventud, y de La Garriga, que evocaban el paraíso quizás perdido de su infancia. Un mundo no muy lejano, probablemente, al de los dos vallesanos, a pesar de los años de distancia que les separan del compositor.

El concierto se hizo en el marco del VI Festival de Músiques Contemporànies. Más de un purista de la modernidad habrá objetado esta inserción en este festival de un compositor que alguien, a la salida, juzgó de "aburrido". Quizás tengan razón. Mompou debería estar en la programación habitual de los auditorios de una ciudad que apueste de verdad por crear y mantener su propia tradición -porque aunque es verdad seguramente que Mompou no ha tenido discípulos entre los compositores catalanes más jóvenes, es cierto que el panorama de la música catalana del siglo XX no puede entenderse sin su obra-. Sólo si somos capaces de poner altavoces a nuestra realidad, podrán acabar escuchándonos desde Amsterdam o Berlín. Nuevamente, la Generalitat ha dado pruebas de su falta de compromiso, más allá de la retórica, con la realidad cultural propia: nuestra institución nacional se halla ausente de la organización y financiación del mencionado festival. No debería sorprendernos pues, aunque sí indignarnos, que los medios de comunicación públicos dependientes de la Generalitat muestren tener la misma falta de sensibilidad. Aunque lo que de verdad asusta es que si esto ocurre con Mompou -un clásico, en definitiva, y de la cuerda noucentista-, ¿qué no va a ocurrir con los demás compositores contemporáneos catalanes? Porque, en este campo, como en tantos otros, la política cultural de la Generalitat sigue siendo la misma: la callada por respuesta. Y que conste que trataba de evitar el chiste fácil.

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