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Entrevista:

"Hoy tenemos fenómenos discográficos, no teatrales"

Jesús Ruiz Mantilla

Colecciona directores de prestigio y es la sensación de estos días en el Otello de Verdi que se representa en el Teatro Real. No es que su calidad sea ninguna sorpresa, pero el barítono italiano Renato Bruson, con 63 años de edad y a punto de cumplir 40 de carrera, compone un Yago sutil y pérfido sin más golpes de efecto que su voz milagrosa, la experiencia acumulada de 230 representaciones de ese papel por todo el mundo y un fraseo que es la envidia del circuito y con el que se puede permitir el lujo de echar en falta personalidades con carisma dentro del canto. "Hoy tenemos fenómenos discográficos, pero no teatrales", suelta. Su secreto para llegar tan lejos, dice, "ha sido saber decir que no en muchas ocasiones".Decir no a retos prematuros, la condenación de tantos cantantes que Bruson ha visto quedarse en el camino. Decir no a propuestas de teatros de primera línea de batalla. "Es difícil, pero yo sólo he cantado lo que sentía en cada momento que podía hacer bien", asegura.

Nunca se ha precipitado, confiesa, y así ha llegado a dominar el repertorio verdiano cantando, entre otros títulos, Il trovatore, Un ballo in maschera, Rigoletto, Don Carlo, Macbeth, Faalstaff, La forza del destino, Simon Boccanegra, Nabucco, Stiffelio, La traviata y Ernani. Pese a la lista, él no se define como un cantante experto en el que para algunos es el compositor operístico más importante de su país. "Un intérprete verdiano debe tener el ímpetu y el acento de su música, que se diferencia mucho del belcantismo de Rossini, Bellini y Donizetti y algo de Puccini. De todas formas, yo no me considero eso. Al principio me tildaron de cantante donizzetiano, porque dominé ese repertorio; ahora me llaman barítono verdiano, no soy ni una cosa ni otra, soy un profesional que cumple su trabajo y acude a los teatros que lo contratan".

Sacrificios

Así es Bruson, alto, de voz profunda y sin fisuras, caminar pausado, cabeza de lobo de mar pese a haber nacido en el Veneto, posturas con manos parlantes y enfermo de modestia en un mundillo donde el halago y el babeo están a la orden del día. Además de cantar óperas, entona verdades que hacen reflexionar a los aspirantes a fenómenos. "Los jóvenes difícilmente aceptan los sacrificios de una vida sana, estudio diario del canto y los textos. Les atrae más el éxito, la televisión, y se venden", asegura."Hoy los fenómenos nos los muestran los medios de comunicación, pero eso no quiere decir que lo sean, es decir, que tengan la calidad musical y la personalidad para ello". "Hay fenómenos discográficos pero no teatrales, éstos se pueden contar con los dedos de una mano", responde. Y sigue dando caña: "Entre las sopranos no hay voces, sólo vocecitas. Entre los tenores hay auténticos problemas para que alguien cante bien un Otello. Excepto a José Cura, ¿a quién encuentras? Il trovattore es una ópera que no se puede hacer hoy en día, y Guillermo Tell, tampoco, por ejemplo. ¿Y mezzosopranos? ¿Dónde puede haber alguien que interprete La favorita?".

Su carisma, que ha puesto de acuerdo a la crítica musical española estos días, lo basa Bruson en "estar delante del público en las mejores condiciones para que ellos vivan conmigo las mismas emociones del personaje", dice. "Si el público siente sólo que le cantan se marcha con las orejas llenas de sonidos, pero en el corazón no se llevan nada para casa si no les transmites emoción". Para ello se vale de su calidad, en la que ahora, "el mejor momento de mi carrera", confiesa, aúna una gran experiencia que no está dispuesto a cambiar por un elixir que le mantenga constantemente joven.

Una experiencia que le ha llevado a actuar con los mejores cantantes y directores de la vieja y la nueva escuela -Riccardo Muti, Daniel Barenboim, Claudio Abaddo, Carlo Maria Giulini, James Levine, Georg Solti...-. "Hay mucha diferencia entre los viejos y los jóvenes directores. Los de antes cantaban contigo, escuchaban a los cantantes, habían reunido experiencia como asistentes de los grandes maestro". Ha logrado un fraseo único, una claridad cristalina en su interpretación. Cuenta su secreto: "Para mí, el fraseo es un sentimiento. Tienes que entender lo que cantas, sobre todo. La palabra es lo más importante y se la tienes que transmitir clara al público sin transgredir la música, buscando un punto de equilibrio". Pocos pueden presumir de ese milagro.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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