Luchar contra la huella del olvido
Una década después de su derribo, los restos de la frontera continúan marcando la vida de artistas y coleccionistas
Con paciencia bíblica, Günther Schäfer pinta y repinta una bandera alemana con la estrella de David superpuesta sobre el muro que dividió Berlín desde el 13 de agosto de 1961 al 9 de noviembre de 1989. Su composición, que lleva el título de Vaterland (Patria), es una de las 73 que decora el mayor fragmento de muro conservado en la capital alemana, una superficie de 1.300 metros de longitud, bautizada con el nombre de East Side Gallery.Ciento dieciocho artistas contribuyeron a la decoración de esta superficie en los eufóricos meses que siguieron al 9 de noviembre de 1989. Pintaban en la cara Este de la pared, que se extiende entre la Mühlenstrasse y el río Spree. Los artistas pintaban vigilados todavía por los guardas fronterizos de la República Democrática Alemana, que acabaron por guardarles los pinceles, y venían de 21 países, desde la Unión Soviética (Dmitri Vrubel y otros cuatro rusos) hasta España (el catalán Ignasi Blanc).
Pasada la euforia, muy pocos se interesaron por el estado de su obra. Algunos la han restaurado en alguna ocasión, pero ninguno se ha aplicado a ella con tanta intensidad como Schäfer. Este no sólo la ha repintado 21 veces, sino que ha documentado todos los graffittis, todas las "heridas y cicatrices", que se han producido en su mural a lo largo del tiempo, en su mayoría consignas racistas o antisemitas. "El 90% de los ataques tienen motivaciones políticas. Cuando me echan botes de pintura, siempre apuntan hacia la estrella de David", dice.
Schäfer quiso unir la apertura del muro con otra fecha importante en la historia de Alemania, el 9 de noviembre de 1938, en recuerdo del pogromo que inaguró una nueva etapa de persecución de los judios. "El muro es un producto de la Segunda Guerra Mundial y el Estado de Israel, también. Yo quise ayudar a la superación de la historia con dos símbolos superpuestos", afirma. "El muro no era la frontera de Alemania, era la frontera del mundo", dice Schäfer, que se trasladó a Berlín desde Nueva York, fascinado por la apertura de la frontera que había dividido a su propia familia. Schäfer posee hoy un importante archivo en vídeo sobre las transformaciones que ha sufrido el símbolo de la división alemana desde noviembre de 1989.
Estadísticamente, la East Side Gallery es uno de los 18 trozos de muro que quedan en Berlín y uno de los cinco que gozan de protección oficial. Sin presupuesto para una restauración, esta protección significa bien poco en la práctica. Las imágenes del Trabi perforando la pared, el beso de Brezhnev y Honecker, el rostro de Gorbachov, se han descolorido con el tiempo. Algunas obras son ya irreconocibles. Cada vez que quiere restaurar la suya, Schäfer, necesita un permiso del departamento de conservación de monumentos. El trabajo realizado ha permitido descubrir a Schäfer una nueva dimensión: "El muro no estaba planeado para durar cien años. El hormigón era de mala calidad y el hierro se oxida y revienta la construcción", señala.
Entre los personajes berlineses estética o vitalmente fijados al muro está Hagen Koch, que fue cartógrafo y, posteriormente, funcionario en la sección de cultura en el Ministerio de la Seguridad del Estado de la RDA. Koch, que ahora tiene 59 años, está vinculado con el origen y con el fin del muro. Fue él quien el 15 de agosto de 1961 trazó la linea blanca divisoria en Checkpoint Charlie y quien 29 años más tarde se encargó de vender trozos del muro a los museos del mundo. La RDA, que comenzó la demolición del muro a fines de 1989, encargó a la empresa de comercio exterior Limex vender sus fragmentos que imprimió un catálogo especial que garantizaba la autenticidad de los mismos. En junio de 1990, Koch estuvo en la subasta de Montecarlo en la que se vendieron 80 pedazos de muro. El derribo ha costado en total 170 millones de marcos (más de 13.000 millones de pesetas) a la RFA, mientras los ingresos procedentes de la venta han producido unos seis millones de marcos.
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