_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La gesta del Liceo

Vicente Molina Foix

Una mujer británica de edad media orinaba visiblemente, como en la India, y al contrario que allí era mirada, aplaudida. Parecía borracha, tenía la carne blanca de las vírgenes locas, su pequeño espectáculo de body art levantaba la risa o el deseo de la masa agolpada en una acera de las Ramblas a las doce de la noche. Ese público no había ido a verla a ella licuando; esperaba la salida de otro público, de pago éste, al acabar la octava función de Turandot en el Liceo. La octava. Ni figuras televisivas, ni políticos, ni vestidos de alta costura, por tanto. Pero se abrían durante unos minutos las puertas del nuevo teatro, y a través de ellas el atisbo de esa mole prodigiosa que ha venido a ocupar un papel estelar entre las atracciones pintorescas de las Ramblas. Cataluña sigue siendo el sueño imposible del resto de los españoles, y Barcelona se ha puesto en los últimos años tan guapa que hay momentos, o calles, o edificios, en los que nos humilla como sólo la soberbia realidad segunda o soñada consigue hacerlo con el sencillo ser despierto de todos los días, del resto de regiones periféricas. Se da una constante en lo que he podido leer a propósito de la reapertura del Liceo: admiración, arrobo, awe, esa bonita palabra inglesa que expresa un asombro acomplejado. A mí me recorrió una corriente eléctrica el espinazo cuando entré en la gran sala en herradura del nuevo teatro. Tuve después la suerte de poder visitar todo el edificio (no sólo el corazón de terciopelo y molduras, sino su vientre de nervios fortalecidos, sus hombros practicables, sus filamentos de acero, su cerebro donde acabará cabiendo la entera memoria de la ópera), y no pude por menos que acordarme de lo que hace pocos meses vi en Venecia: un teatro de la Fenice apagado en sus cenizas. Quizá los venecianos tendrían que fichar a Josep Caminal, el director general del Liceo que primero sufrió el fuego y ahora ha gestionado este veloz milagro de la reconstrucción, la ampliación (20.000 metros cuadrados más) y la astuta financiación de un teatro público sufragado casi al 50% de sus 16.000 millones de costo por patrocinadores privados.A veces, sin embargo, los titanes nos ciegan con el brillo inigualable de sus proezas, y la posible maldad o torpeza de la gesta pasa inadvertida. Leí en Avui un artículo donde Xavier Barral expresaba con crudeza su decepción liceística, pero diríase que ante la magnitud olímpica del hecho los mortales han optado por un pacto de silencio estético. Incluso un escritor admirable siempre por su criterio incisivo y su estilo, Luis Fernández-Galiano, dejaba (Félix Fénix, Babelia 2/10/99) la hiel en los dientes; como si tampoco él hubiera querido turbar con su lengua sin pelos el reposo de los héroes.

Tal como yo lo veo -una vez recobrado el aliento que la gran saga corta- el nuevo Liceo tiene espacios que podrían servir de escenario a un drama costumbrista burgués; y en el techo roza el sainete. Ya las fachadas no consumidas por el incendio, las que dan a las calles de Unió y Sant Pau, evocan un exterior oficinesco, como de negociado de ayuntamiento o delegación provincial de Hacienda. Pero es en las partes funcionales del edificio, allí donde los arquitectos e interioristas catalanes suelen darnos lecciones de belleza y ocurrencia, en las que el proyectista Solà-Morales, quizá para huir del pastel azucarado ("pastís ensucrat") que declaró temer, ha caído en la más sosa nadería. Moqueta inexpresiva, apliques de luz casi igual de feos que los del Real, secos panes de oro en las paredes, foyer donde los camareros podrían en cualquier momento empezar a servir el menú turístico. Estética de hotel de tres estrellas NH. Poco importa, así, que los óculos del techo de la sala resulten risibles. Perejaume ha creado un chiste digital, especialmente vulgar de concepto en los paneles del arco del proscenio colocados sobre el bellísimo telón en dos cuerpos de Antoni Miró. Me pregunto quién querrá, después de la primera risotada, mirar de nuevo hacia arriba.

Aún así, las buenas energías, el calor popular, la enraizada trama de los símbolos que han hecho renacer gloriosamente este teatro, desaconsejan -frente a lo que el joven Alberti proponía para la Real Academia- que en una noche de Ramblas vayamos a orinar sobre las tapias del Liceo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_