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EL VATICANO Y LUTERO, 478 AÑOS DESPUÉS

Dieta y confesión, o guerra

"Cualquier utilización de la religión para alentar la violencia es un abuso de la religión", dijo el pasado jueves Juan Pablo II ante 24 jefes de otras tantas religiones reunidos en Roma. Es una proclamación que la Iglesia adoptó en el Concilio Vaticano II, porque el Papa que convocó el Vaticano I, PíoIX, a mediados del siglo pasado, todavía sostenía en su famoso Syllabus que, aparte su poder para prohibir libros y autores, la Iglesia "tiene derecho connatural y propio, independientemente de toda autoridad humana, a castigar a los delincuentes con penas tanto espirituales como temporales".Era el último vestigio del poder coercitivo de los papas, incluido el ius gladii, es decir, el derecho a tener ejército, a organizar guerras y a maldecir pensamientos. Así, el liberalismo era pecado, se anatematizó al socialismo como "un desvarío social", la excomunión de los comunistas se justificó porque negaban "la propiedad privada", y la masonería era perseguible "de oficio".

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De las dos grandes fracturas que ha sufrido la Iglesia en este milenio, el cisma de Oriente y la ruptura de Lutero, la que dejó una huella de desolación más profunda fue la protestante, porque condujo a guerras de religión interminables, cruzadas y persecuciones, y a la ferocidad de diversas inquisiciones eclesiásticas.

Fue, además, la que tuvo más éxito, por el gran carisma de Lutero y por la necesidad de reforma sentida por buena parte de la cristiandad, un clamor que Roma no quiso escuchar.

Lo peor fue que la ruptura se libró también en los campos de batalla, e implicó a todos los países. En España, el empeño mayor del rey Carlos I, durante una parte de su mandato imperial, lo gastó en guerras de religión, persiguiendo herejes o amparando al Pontífice de Roma. Su famoso viaje a la Dieta de Augsburgo, un congreso convocado para exigir una confesión (rectificación) a los protestantes fue el principio de su final centroeuropeo.

Los españoles labraron en aquellos años de persecución de herejías buena parte de su fama de intolerancia (con o contra la religión, según se terciase), que se prolongaría hasta la guerra incivil de 1936, calificada por algunos como cruzada. Un solo dato: el papa Pío XII, el 29 de junio de 1939, recibió en la Ciudad del Vaticano a 3.000 legionarios para que celebrasen a su lado la victoria, y poco tiempo después nombró al dictador Francisco Franco "protocanónigo de la patriarcal basílica de Santa María la Mayor".

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