¿En Kosovo, sí; en Chechenia, no?
Ante la brutal ofensiva del Ejército ruso en Chechenia, con algunos parecidos con la de Belgrado contra Kosovo, son muchos los que se preguntan: si se intervino en los Balcanes en nombre de la razón humanitaria, ¿por qué no puede la comunidad internacional intervenir también en Chechenia? ¿Hay acaso un doble rasero? Evidentemente que sí. El que dictan los condicionantes. Pero que no se pueda o no se deba intervenir en Chechenia no descalifica (en su origen, pues los resultados dejan mucho que desear) la intervención en Kosovo; o en Timor. En el mundo de la política, más aún en la internacional, que es la política por excelencia, el "todo o nada" no suele llevar a ninguna parte. El derecho de injerencia humanitaria, pese a todos los problemas que conlleva, se va abriendo paso. No así la ayuda humitaria destinada a los chechenos, a la que no se deja pasar.El nuevo derecho de injerencia e intervencionismo que proclama Kofi Annan -en el fondo, de los grandes contra unos más pequeños, aunque perversos- choca esta vez contra la realidad de Rusia, gigantesca y magmática, sobre la que Occidente ha ido descubriendo en el último años que bien poco puede influir. Chechenia es un territorio de la Federación Rusa, y al menos en teoría, pues en los Balcanes ha saltado por los aires, sigue vigente en Europa el principio de la integridad territorial y la inviolabilidad de las fronteras. No hay ningún interés en que Rusia se desintegre. Sólo en que deje de tener veleidades imperialistas, porque, de otro modo, la democracia no cuajará de verdad en Rusia. Pero, sobre todo, Rusia es un miembro del G-8, del Consejo de Seguridad con derecho de veto, con armas nucleares, y con un peso indudable. Y una regla no escrita de la posguerra fría es ¡manos fuera! no ya sólo de Rusia, sino incluso del antiguo espacio soviético, con la excepción de los Bálticos.
Rusia es un país bastante más estable de lo que se piensa. Probablemente el punto más inestable sea Chechenia, no en sí, sino porque la geografía dicta que el independentismo checheno sólo tenga sentido si arrastra con él a Daguestán e Ingushetia, para abrirse una frontera exterior mayor que la pequeña que mantiene con Georgia, sobre la que Rusia está echando también un lazo. Chechenia es la única república -junto a un Tatarstán rodeado por territorio ruso- que no suscribió en 1992 el Tratado de la Federación. Ningún país exterior, al menos de cierta monta, ha reconocido nunca la independencia de Chechenia. Chechenia es clave para el conjunto de un Cáucaso agitado, como se ha podido ver con el extraño y cruento asalto terrorista al Parlamento de Armenia que puede servir a los designios rusos para pesar más en una zona en la que basta con seguir los oleoductos construidos o planeados para explicarse muchas cosas. Oleoductos que llevan un petróleo más importante para los que lo producen que para el resto del mundo.
Y mientras todo esto ocurre, Occidente habla con la boca muy pequeña, entre otras cosas porque teme influir negativamente en lo que es la causa fundamental de esta guerra: la política interior rusa. Pues lo trágico de lo que está ocurriendo no son las consideraciones geopolíticas, sino que el Gobierno ruso de Vladímir Putin (y, por detrás, Yelstin) se haya lanzado en esta ofensiva contra Chechenia para recuperar la iniciativa de cara a las elecciones parlamentarias de diciembre y las presidenciales de julio. Ha elegido bien, pues la serie de salvajes atentados terroristas -cuya autoría sigue siendo oscura- en diversas ciudades rusas han permitido estigmatizar a unos chechenos de por sí muy impopulares entre los rusos en razón de las redes mafiosas que dominan, y que humillaron al Ejército ruso con su peor derrota en la anterior guerra. Los hilos se mueven en Moscú para evitar que haya un cambio de poder que deje al descubierto los entresijos sobre los que ha vivido Yeltsin, los suyos y sus enriquecidos rasputines. No es ya una cuestión de injerencia en asuntos internos, sino que son los asuntos internos rusos los que han llevado a esta nueva guerra.
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