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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poeta en la calle

EN LAS aguas de la bahía de Cádiz acabarán esparcidas las cenizas de Rafael Alberti, uno de los grandes poetas de una generación grande. La muerte le llegó de madrugada, a dos meses de cumplir los 97 años. Alberti ha sido la representación viva del siglo, con sus luces y sombras. Poeta, escritor de teatro, pintor, memorialista, autor de romances y hombre comprometido con una ideología que no abandonó jamás (militó 68 años en el Partido Comunista de España), la obra de Alberti sobrevivió a dos dictadores (Primo de Rivera y el general Franco) y se engrandeció con su sentido del perdón y su dignidad en el exilio. "Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta", dijo al regresar a España.Su vinculación con la vanguardia artística, síntesis del racionalismo de la Institución Libre de Enseñanza y de la fascinación por el experimentalismo radical del surrealismo, sufrió una evolución estética e ideológica condicionada por una época de efervescencia política y social. La proclamación de la II República y el deslumbramiento que le produjo la revolución soviética guiarían sus pasos hacia un espacio creativo y cívico en el que lo colectivo se imponía a lo individual. Con su compañera, María Teresa León, trabajó activamente en la mítica Alianza de Intelectuales Antifascistas.

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La guerra civil y el ineludible exilio que conllevó el triunfo de los insurgentes reafirmó sus convicciones ideológicas y su militancia política. Francia, Argentina e Italia conocieron de su destierro. La pintura -que siempre estuvo presente en su vida- le ayudó en la difícil supervivencia. No regresó a España hasta que murió el responsable visible de la guerra y el exilio, y desde 1977 pudo disfrutar de una larga, reconfortante y plácida vejez, aunque no dejó de reivindicar el compromiso del intelectual con las ideas de la izquierda. Fue uno de los símbolos de la reconciliación.

En el prólogo del último volumen de sus memorias La arboleda perdida, publicado en 1998, escribía: "Poco a poco me voy adentrando, esta vez ya definitiva e irremediablemente, en ese golfo de sombras que entonces anuncié, con la ilusionada y tal vez vana esperanza de que el paso del tiempo no borre mis huellas de tantos caminos recorridos". Con el mono azul de miliciano, la gorra de marinero en tierra, o con la chaqueta extravagante con que entró en el Congreso de los Diputados, Rafael Alberti ha sido la imagen de la creación inteligente y de la coherencia ciudadana. Sólo cabe añadir nuestra convicción en el arraigo de lo que ha sido vivido y escrito con talento y sensibilidad.

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