"La cultura siempre se acuesta con la persona equivocada"
El nuevo dios de la escena mundial es menudo, lleva unos vaqueros cascados, unos pelos que seguramente han sido cortados con una desbrozadora, la ropa brutalmente arrugada, unas pulserillas con reminiscencias beatnik y un colgajo al cuello que no se sabe si es un collar de artesanía india o los cordoncillos para sujetar unas inexistentes gafas. Tiene la mirada limpia, una cierta manía a Wagner, un sentido del humor inteligente e hipnotiza con sus relatos acerca de cómo monta sus rompedoras y provocadoras óperas y concibe esos espectáculos con los que triunfa en medio mundo y con los que ha llegado a doblegar al exquisito y exigente público operístico. "Al mismo tiempo es importante trabajar con la gente de la calle, hay que hacer los dos caminos y procurar que ambos mundos se acerquen; al igual que todas las culturas, yo también soy contradictorio, y, políticamente hablando, es importante hacer óperas en grandes escenarios, así puedo hablar con personas influyentes y conseguir cosas de manera más fácil que poniéndome una pancarta y dando gritos en la calle".De poco le sirvió su pedigrí a la hora de aterrizar ayer en Barajas, y ahí es donde se vio que es igual de humano que todos los mortales. Su avión, procedente de Roma, llegó con apenas retraso, pero eso no fue suficiente y estuvo retenido dentro del aparato, ya que no había manera de poder abrir la puerta.
A pesar de todo, dijo estar feliz porque viene de tener unos días estupendos en la capital italiana, donde ha presentado el mismo espectáculo que ahora trae a Madrid, para presentar en el Festival de Otoño, y que supone la primera incursión escénica del nuevo pope mundial en esta ciudad. Se trata de Historia de un soldado, de Ígor Stravinski -que se representa los próximos viernes, sábado y domingo, días 29, 30 y 31, en el Teatro de Madrid-, obra que estrenó en enero en el Dorothy Chandler Pavillon, de Los Ángeles, que ha puesto en escena con actores aficionados de los barrios chicanos más duros del este de esta ciudad americana y con cuadros pintados por Gronk, un conocido muralista urbano. En 1991 visitó Barcelona con su polémico montaje de Las bodas de Fígaro (que se atrevió a situar en un edificio de apartamentos en Manhattan), con el que consiguió, como tantas otras veces, que el público terminase a la greña.
Si se le pregunta dónde están sus influencias primigenias, cuando hacía teatro y se dejaba cautivar por la palabra de Cocteau, Arrabal, Anouilh, Beckett, Pinter, se ríe, reconoce la mayor y dice: "Ellos siguen ahí". Ahora apenas sale del mundo de la ópera, aunque siempre anda enzarzado con proyectos audiovisuales, películas, exposicones y experimentos varios. En cualquiera de esos territorios su premisa es provocar.
Historia de un soldado retoma las premisas originales que Stravinski se planteó para esta pieza, cuya versión en español es obra de la poetisa chicana Gloria Enedina Álvarez y cuyos textos originales también se escucharán en un preámbulo musicado por la Avanti! Chamber Orchestra (grupo que toca en Historia de un soldado), que Sellars ha incorporado al espectáculo. "La obra está hecha para las calles, como el original, hemos contado con vecinos de Los Ángeles, algunos no son ni actores, el protagonista es un importante líder del teatro aficionado y un pandillero conocido", dice el director de Álex Miramontes, actor al que hace tres años dispararon y tuvo que reconstruirse parte de su rostro y por el que Sellars siente una profunda admiración: "Él sí sabe lo que es ser un soldado, un soldado de la calle, eso sí que no es actuar".
Sellars demuestra su preocupación por las barriadas del este de Los Ángeles, donde el 70% de la población es hispana: "En estas zonas se vive una cultura de guerra, usar la lengua es un arma, las calles y todo está marcado por el español, pero el idioma oficial es el inglés; todo ello genera una gran violencia".
Este mundo lo ha transportado a su último montaje: "Hay mucho teatro que está muy lejos de la vida real, por eso la gente se va al cine, pero cuando se puede llevar la vida al teatro eso es muy importante".
Sellars tiene métodos de trabajo poco habituales para los divos mundiales dedicados a la ópera. Trabaja en locales donde se desarrollan programas de ayuda a drogadictos, mujeres maltratadas, alcohólicos, rodeado de ilegales, mundos que no olvida tener presentes en sus puestas en escena, como la que ofreció de Don Giovanni, en el Harlem más duro, o La carrera del libertino, en una cárcel californiana: "Todo es muy brutal para estas gentes, lo único que podemos darles es cultura, algo que dé un giro a sus vidas y que no les haga daño", afirma Sellars, que encuentra paralelismos entre el momento que vivía Stravinski cuando escribió esta obra en 1917 y la actualidad. "Ahora también estamos rodeados de contradicciones, también los capitalistas quieren ser cada vez más ricos y los pobres cada vez generan más violencia, más exilios, como el que vivió Stravinski, como el que viven los chicanos, que son exiliados en tu propio país; yo soy y vivo en un país rico donde la miseria y el dolor están muy presentes".
El soldado de Stravinski estaba perdido en la frontera en 1917. El de Sellars, en un limbo al que llama Nepantla, una tierra mítica para los mexicanos en la que no se puede avanzar ni retroceder: "Ése es el sentido político de esta función, que empieza con algo tan realista como el secuestro de dos soldados estadounidenses y latinos en Kosovo".
Sellars piensa que el arte debe ser una mezcla de género y culturas, de ahí su pasión por la ópera, donde puede crear sin prescindir del espacio, la música, el drama, el arte plástico...: "Si rascas en cualquier cultura encuentras muchas cosas que no son étnicamente puras, todos somos hijos de Hitler, y es que la cultura siempre se acuesta con la persona equivocada y eso lo entienden muy bien otras culturas, como la africana, aunque en Occidente siempre tendemos a separar, y es un error; nosotros tenemos cinco sentidos y nuestras estructuras siempre están conectadas".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.