Dicen de cubrirla
Dicen de cubrirla. La plaza de Las Ventas, entiéndase. Allá por el cuarto novillo cayó uno de esos diluvios con que últimamente nos obsequia la madre naturaleza, y muchos espectadores, en un alarde de perspicacia, afirmaban que si la plaza estuviese cubierta no se mojarían.Naturalmente, como la plaza estaba descubierta, se mojaban y resolvieron el problema corriendo hacia las localidades de grada, que ésas sí están cubiertas. Los toreros, en cambio, no pudieron correr hacia lado alguno, se pusieron como sopas, y hubieron de aguantar la inclemencia del tiempo sobre un ruedo que encharcó y embarró totalmente la lluvia torrencial.
Murió a estoque el cuarto novillo, y quienes habían de lidiar el quinto y el sexto plantearon el problema de infraestructura que se les presentaba, pues, estando la plaza por de cubrir, torear bajo aquel aguacero y sobre el pesado barrizal resultaba imposible. Hubo entonces movimiento de fuerzas vivas en el callejón, diálogo con la autoridad, citas del reglamento, alusiones a la Declaración de los Derechos del Hombre.
Navalrosal / Escudero, Doctor, Miguel
Novillos de Navalrosal, tres primeros terciados y resto con trapío; varios mansos; en general encastados, dieron juego. Roberto Escudero, de Valladolid: pinchazo, metisaca bajísimo -aviso- y dobla el novillo (aplausos y saludos); pinchazo y estocada corta descaradamente baja (silencio). El Doctor, de Úbeda: pinchazo y estocada corta ambos perdiendo la muleta -aviso- y rueda de peones (silencio); estocada corta atravesada -aviso- y descabello (palmas y también pitos cuando saluda): Miguel Ángel, de Badalona: estocada corta baja, rueda de peones, descabello -aviso- y dos descabellos (silencio); estocada corta baja (silencio). Los tres, nuevos en esta plaza.Plaza de Las Ventas, 24 de octubre. Menos de un cuarto de entrada.
Pero lo que no pudo haber es acuerdo. Pues se pronunció el pueblo y en democracia ya se sabe. El pueblo lo que exigía es que los toreros salieran a torear. Se gritó a coro: "¡A torear, a torear!". Claro que quienes gritaban eran los que estaban a cubierto, bien calentitos y enjutos, en las localidades de grada. Mas esa circunstancia no la tuvo en cuenta la autoridad competente, que dispuso que continuara la función. Y sacó el pañuelo. Y sonó el clarín.
Y saltó a la arena el quinto novillo, que era -según describe la jerga taurina actual- un tío. Un tío con toda la barba; o sea, con un par de pitones, aparatosamente grandes e impresionantemente astifinos. Y mientras quería imponer su fiereza bovina en el redondel aconteció lo que tantas veces en la fiesta cuando concurren en ella toreros verdaderos. Y fue que al novillero llamado El Doctor le afloró la torería con toda su grandeza. Y dijo aquí estoy yo. Y no le amilanaron ni el barrizal, ni el agua, ni la apabullante arboladura. Y bregó en la lidia. Y se cruzó para presentar la muleta y ligar con sujeción a los cánones las tandas de derechazos. Miguel Ángel, con el sexto novillo, que era otro serio ejemplar -tardo y finalmente aplomado- procedió igual. Se descubrió, por tanto, que ahí había toreros de vocación.
No es que anteriormente no lo pareciera. Pero era por las formas, y las formas no siempre son concluyentes. El Doctor se pasaba de pinturería, de posturas académicas. Miguel Ángel componía lances de aflamencada inspiración (sobre todo a la verónica) y estaban bien, aunque constituían un torero de espejo devaluado por cierta superficialidad y por la falta de toro.
Ahora bien, en lo que a exquisiteces respecta, se había llevado la palma Roberto Escudero, que a su noble y encastado primer novillo le había hecho una faena de afiligranada composición. La mayor parte de ella, sobre la mano derecha, como todos -pues ya se sabe que vivimos la tauromaquia del derechazo-, y, si bien se mira, dejando la pierna contraria atrás. Sin embargo, quién iba a reparar en detalles tan irrelevantes cuando esa forma de torear (o aún más ventajista) es exactamente la que practican las figuras con sustanciosos rendimientos. El horrendo metisaca con que mató Roberto Escudero mermó la satisfacción que había producido en el público su hilvanado muleteo.
El cuarto novillo sacó poder, traía todas las dificultades que presentan los toros hechos, y se unió a ellas la lluvia torrencial. De manera que no pudo haber faena en sentido estricto, sino sólo trasteo a la defensiva. Y además a la gente le importaba poco. Sólo estaba pendiente de capear el temporal, de exigir responsabilidades a las altas esferas. "¿No habían dicho de cubrirla?", se oía preguntar. Y corría hacia lo cubierto y enjuto. Buena se armó, para ser la última función de la temporada.
Babelia
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