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CAMBIO EN MARRUECOS

Mohamed VI inicia su transición

La oposición espera que las reformas esbozadas por el rey superen las resistencias de los sectores más inmovilistas de la monarquía

"¡Vamos a acabar siendo todos monárquicos!" El periodista que grita esta frase en plena redacción en Casablanca nunca se ha caracterizado por sus simpatías por la dinastía alauí pero esa noche del 30 de septiembre él y sus compañeros de trabajo manifiestan a gritos su exaltación por su nuevo rey, Mohamed VI, que acaba de autorizar el regreso a Marruecos del marxista Abraham Serfaty, el último exiliado político. "Hoy con nuestro rey Mohamed nos sentimos como los españoles que no son monárquicos pero sí juancarlistas", añade otro periodista conocedor de España.Desde que hace algo más de dos meses accedió al trono el rey despierta entusiasmo entre las élites marroquíes que aspiran al cambio. Primero sedujo con su estilo. No vive en Palacio adonde sólo acude a trabajar a las ocho de la mañana. Nombró un portavoz, Hassan Aourid, ex periodista del semanario progresista Le Journal, para encauzar sus relaciones con la prensa. Se rumorea además que conduce a veces su propio coche, que se para en los semáforos. Después vinieron sus primeros discursos, en los que habló de consolidar el Estado de derecho y dijo querer erradicar la pobreza. Y, por último, hubo los gestos políticos. El más espectacular ha sido la autorización sin condiciones dada a Serfaty, el hombre que más tiempo pasó en la cárcel en África después de Nelson Mandela, de regresar a Marruecos tras ocho años de exilio en París.

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"Pero quizá no ha sido políticamente el más importante", comenta un diplomático acreditado en Rabat. El mayor cambio de estilo y de enfoque ha sido probablemente en el Sáhara Occidental. Una de las primeras directrices que dio el rey a los ministros, recuerda el socialista Mohamed el Yazgui, titular de la cartera de Vivienda y Urbanismo, fue "bajar al Sáhara para ver lo que pasa allí (...) porque era sabido que las relaciones de la población con la administración son muy malas".

Falta hacía bajar. A partir del 22 de septiembre cientos de jóvenes saharauis se echaron varios días a las calles de El Aaiún para protestar por la escasez de becas y la carencia de transportes y los antidisturbios de la policía les hicieron frente con su acostumbrada brutalidad. Hubo heridos, algunos medios de comunicación marroquíes dan a entender que pudo haber un muerto, y, sobre todo, un sinfín de saqueos de casas y de tiendas de saharauis. [Un total de 27 personas, entre ellos tres saharahuis, fueron condenados el pasado viernes a penas que van de 10 a 15 años por esos pillajes, informa Efe].

Por primera vez, sin embargo, la represión policial no fue la única respuesta al descontento. El rey, que hace cuatro años dialogó en Tánger con representantes del Frente Polisario, buscó una solución política. Nombró a una comisión real para ponerse a la escucha de la población local, envió a varios ministros a la ex colonia española, ordenó la sustitución de la policía por el Ejército -los soldados fueron aplaudidos en las calles de El Aaiún- y empezó a cambiar a gentes.

El primer responsable en caer fue Allabouch Benbrahim, jefe de la policía secreta, sustituido por un militar, el coronel Hamido Laanigri, menos afín al ministro del Interior, Dris Basri. Después le tocó el turno a Mohamed Azmi, el gobernador encargado de las relaciones con la Minurso, los cascos azules de la ONU en el Sáhara, reemplazado por el diplomático Mohamed Loulichki.

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Pero hubo una sorpresa aún mayor. Con la única excepción de Al Monaddma, el diario de un pequeño partido izquierdista, la prensa marroquí omitía informar de los sucesos del Sáhara. Un íntimo colaborador del rey se reunió entonces con los directores de periódicos. Les animó a que dieran cuenta de lo que estaba pasando en las "provincias del sur". He aquí que, por primera vez, los diarios marroquíes recogían las acusaciones de saharauis contra los métodos brutales de la policía de Basri, al que echaban toda la culpa. Algo estaba verdaderamente cambiando en el reino alauí.

Basri, el todopoderoso, el hombre que controla el país con guante de hierro, el fiel servidor de Hassan II, no ha caído, pero sus enemigos vuelven del exilio, sus hombres de confianza son destituidos y sus poderes merman bruscamente. "¿Está acabado Basri?", se preguntaba en un titular Le Journal. Basri no es, sin embargo, un hombre solo, no es ni siquiera un ministro solo, es mucho más.

A sus 60 años, un tercio de ellos al frente de la cartera de Interior, Basri es el cabeza de fila del llamado majzen, ese entramado semifeudal de servidores de Palacio, de altos cargos de la administración y de empresarios del sector público que ostentan el grueso del poder y que no quieren que haya cambios para seguir ejerciéndolo.

La entronización del monarca ha supuesto la entrada en Palacio del aire fresco traído por sus ex compañeros de estudios en el Colegio Real de Rabat ahora convertidos, muchos de ellos, en sus colaboradores. Ahí están, detrás de las murallas ocres de Rabat, Fuad Alí el Hima, su director de gabinete, originario de una modesta familia de Bengrir, o Rochid Chraibí, su secretario particular, o su propio portavoz, hombres jóvenes cuya edad no alcanza los 40 años. "Son los Adolfo Suárez de Marruecos", bromea un español afincado en Rabat.

Aunque se han fortalecido estos últimos años, en el Marruecos de finales de siglo no hay, como en la España de hace 25 años, unos partidos políticos y una sociedad civil organizados y con grandes ansias democráticas. Un día, un dirigente socialista, Mohamed Sassi, propugna en el órgano de su formación, Al Itihad Ishtiraki, reformar la Constitución para recortar los poderes de la monarquía marroquí y convertirla en parlamentaria. Hoy un gran grupo de antiguos presos políticos se ha dado cita en un teatro de Maarif, en Casablanca, para debatir sobre las indemnizaciones con las que el Estado quiere compensarles por los años pasados entre rejas. Son voces reivindicativas pero no un clamor generalizado.

Ni siquiera el llamado Gobierno de alternancia, que propició Hassan II hace año y medio colocando a un socialista, Abderramán Yusufi, como primer ministro, ha sacado al país de su letargo. Excesivamente pletórico con sus 41 miembros pertenecientes a una coalición de siete partidos y socavado por ministros, como Basri, nombrados directamente por el monarca, el Ejecutivo ha estado paralizado. No parece fácil que el acceso al trono de un nuevo rey le vaya a despertar de su modorra por mucho que Yusufi goce del apoyo del nuevo monarca.

A pesar de que sigue formando parte de la coalición gubernamental, Abbás el Fasi, presidente del Istiqlal, la gran formación de corte nacionalista, no se anda con rodeos a la hora de valorar la labor de Yusufi: "Es dubitativa e inmovilista". "La primera trinchera de resistencia ante el cambio está en el mismo Gobierno". "Hay una gran decepción en todo el país", afirma en la sede del partido.

Cuando, vestido con la tradicional chilaba blanca con capucha, Mohamed VI se dirigía, el viernes, al Parlamento y al Gobierno parecía que los papeles estaban invertidos. Era el heredero de una dinastía que cuenta con más de un monarca absoluto el que instaba a los diputados a asumir plenamente su papel de control, a legislar con celeridad e incluso a modificar los reglamentos internos de las cámaras para poder trabajar más eficazmente. "El fundamento de la democracia", les lanzó, "se basa en la separación de poderes y en la instauración de un equilibrio entre ellos".

El grueso del discurso real estuvo, sin embargo, dedicado a otras preocupaciones sociales más urgentes que el monarca ha reiterado en todas sus intervenciones desde la muerte de su padre hace dos meses. Tras 38 años de reinado, el balance de la labor social de Hassan II es desastroso con una tasa oficial de analfabetismo del 55% de la población adulta, cientos de miles de niños sin escolarizar y cerca de un 20% de paro, muchos de ellos universitarios, según unas estadísticas que tienden a subestimar el fenómeno. No en balde el índice de desarrollo humano establecido por Naciones Unidas coloca a Marruecos en el puesto 125, detrás de Argelia y Túnez.

De ahí que Mohamed VI proclamase anteayer la "necesidad de generalizar la escolarización" facilitando su acceso a los más pobres, que pidiese que se adecúen las carreras a las necesidades del mercado de trabajo, que se aliente y agilice la inversión nacional y extranjera generadora de empleo. Anunció además que los 170.000 millones de pesetas que ingresará el Estado por la licencia otorgada a un consorcio encabezado por Telefónica para operar la segunda red de teléfonos móviles, servirán para subvencionar proyectos que creen puestos de trabajo.

Para El Fasi hay que darse mucha prisa en levantar el ánimo de la población antes de que estalle. "Hay que tomar ahora mismo medidas simbólicas y llamativas que apacigüen el descontento". "Se podrían reducir los altos sueldos de los directores de empresas públicas, suprimir los sobres que se reparten en la administración, etcétera".

Para poner en marcha ese programa esbozado por el monarca se cree que antes de fin de año se formará un nuevo Gobierno, siempre encabezado por Yusufi, pero más coherente y que refleje un poco más la mayoría de socialistas y nacionalistas del Istiqlal que lo respalda en el Parlamento. El nombramiento o no de ministros designados por el rey -como Basri y otros tres en el actual Gabinete- permitirá evaluar hasta que punto es sincero el deseo de Mohamed VI de lograr una separación de poderes.

A causa de este lastre social que arrastra Marruecos y que urge paliar, es posible, comenta un diplomático europeo, "que los gestos y las reformas esbozadas no desemboquen ni siquiera a medio plazo en una democracia plena como la entendemos en Occidente". El reino sería así un híbrido entre la monarquía absoluta y la constitucional en la que habría amplias libertades pero en el que el peso de Palacio en el sistema político seguiría siendo preponderante.

Cabe también un fracaso a causa, por ejemplo, de una de esas revueltas sociales que han salpicado la historia del país y han incitado a sus gobernantes a ponerse de nuevo el guante de hierro. El socialista El Yazgui prefiere no pensar en ello porque "si nuestra experiencia se frustra, iremos hacia un sistema retrógrado dominado por las fuerzas de la resistencia conservadora, que son todos aquellos que se han enriquecido gozando de la protección del Estado en toda impunidad".

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