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¿Hasta cuándo?

La forma en que el Gobierno de España está manoseando el caso Pinochet nos va a obligar a desempolvar las palabras clásicas de "la Catilinaria" ciceroniana: "¿Hasta cuándo, José María Aznar, abusarás de nuestra paciencia?". Y digo de la nuestra porque la paciencia de quienes en el exterior están teniendo que tratar con el Gobierno español sobre este asunto parece haberse agotado ya.Ahí están como muestra las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores chileno publicadas en EL PAÍS el 27 de septiembre, en las que acusaba al Gobierno español de tener un doble lenguaje, según que se pronunciara sobre el caso Pinochet en privado o en público. Y ahí está la carta enviada por el fiscal inglés, señor Gibbins, a la Audiencia Nacional en la que dice textualmente que "una parte del Estado español da órdenes que parecen estar en conflicto con otra parte del Estado".

¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar los españoles que se nos humille de esta manera? ¿Qué crédito puede tener un país de cuyo Gobierno se pueden decir estar cosas públicamente? ¿Cómo puede dudar nadie que el Gobierno tiene un doble lenguaje si el mismo día en que el portavoz del Gobierno desmiente la información acerca de la gestión de dos funcionarios de Exteriores ante la fiscalía británica dicha gestión es confirmada por escrito por dicha fiscalía?

El caso Pinochet está dejando de ser el caso Pinochet para convertirse en el caso José María Aznar. El viaje de estos dos funcionarios de Exteriores a Londres no puede haberse producido sin el conocimiento y la autorización del presidente del Gobierno. Los términos en que tenían que dirigirse a la fiscalía inglesa tienen que haber sido decididos también por el presidente. Un asunto que afecta a las relaciones de España no sólo con Chile, sino con otros países hispanoamericanos, y que puede poner en peligro la celebración de la próxima cumbre iberoamericana, no puede ser tratado sin el conocimiento y aprobación del presidente del Gobierno. Pensar que esa gestión se ha podido hacer por libre, sin el conocimiento de José María Aznar, sería todavía peor.

No son, por tanto, el ministro de Asuntos Exteriores ni el portavoz del Gobierno quienes tienen que comparecer ante el Congreso de los Diputados para dar explicaciones de cuál está siendo la conducta del Gobierno en este asunto. La tesis reiterada por ambos ministros de que el Gobierno de la Nación no ha hecho nada más que hacer suyas las decisiones judiciales no puede aceptarse a la vista de lo que han dicho públicamente el Ministro de Asuntos Exteriores chileno y la fiscalía británica.

Porque una de dos: o el ministro de Asuntos Exteriores chileno y el fiscal británico faltan a la verdad, y entonces el Gobierno tendría que desmentirlos públicamente, o no faltan a la verdad y entonces el Gobierno español tiene que darnos una explicación a los ciudadanos del cómo y el por qué de su conducta. Y tiene que hacerlo el presidente del Gobierno. Y debería hacerlo en el Pleno del Congreso y en debate televisado. No se puede tolerar que se digan las cosas que se están diciendo del Estado español y que no se dén explicación de ningún tipo. No se puede tolerar que una ex primera ministra conservadora ponga públicamente en cuestión nuestro sistema de justicia y desde el Gobierno no se diga absolutamente nada.

El caso Pinochet será resuelto por los tribunales como éstos consideren que debe ser resuelto. Pero la acusación de que "una parte del Estado da órdenes que parecen estar en conflicto con otra parte del Estado" es demasiado grave como para que no se le dé una respuesta política por los representantes de la soberanía nacional.

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Y esto no es "encizañar" las relaciones con Chile, como reprochó el presidente del Gobierno al portavoz socialista en su última comparecencia parlamentaria. Lo que encizaña las relaciones es el doble lenguaje, la cobardía y el juego sucio. Eso es lo que nadie democráticamente educado puede soportar. Eso es lo que ha colmado la paciencia de todos los que en el exterior han tenido que tratar con el Gobierno español. Y es lo que está colmando la paciencia en el interior. Ya está bien de humillaciones.

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