Nieva ceniza sobre Quito
Pichincha envía al aire una columna de 20 kilómetros de material volcánico que obliga a cerrar el aeropuerto.
El Guagua Pichincha expulsó ayer una columna de cenizas blancas, de 20 kilómetros de altura, que se posaron luego sobre los tejados de Quito, sobre el suelo, sobre los coches, sobre los aviones, sobre las gargantas. El aeropuerto de la capital de Ecuador quedó cerrado a media tarde, no sólo por la escasa visibilidad causada por la ceniza en suspensión, sino principalmente por el daño que podía originar en las aeronaves la que se iba depositando sobre ellas. Los quiteños se colocaron las mascarillas respiratorias que habían comprado los días anteriores a vendedores ambulantes situados en los semáforos, y la ciudad se cubrió con una capa de ceniza blanca que en el suelo tenía sólo un milímetro de espesor.El volcán está situado prácticamente dentro de Quito, y por sus faldas se extienden diversas propiedades ganaderas donde residen unas 100.000 personas de los 1,5 millones de habitantes censados en la capital. El Ayuntamiento de Quito ha dispuesto para ellas más de una veintena de albergues en los colegios de la ciudad, cerrados desde que hace una semana se decretó la "alerta naranja". La mayoría de los ganaderos ha trasladado ya a sus animales a diversos puntos establecidos por el Ministerio de Agricultura, pero muchos siguen reacios a abandonar sus haciendas.
Tres siglos dormido
La ceniza arrojada ayer por el Guagua Pichincha, que llevaba tres siglos dormido, parecía inofensiva al tacto. Apenas unos polvos de talco. Pero puede producir graves daños en la agricultura, al afectar a la fotosíntesis, y a las vías respiratorias de animales y personas. A las cuatro de la tarde del martes, la capital comenzó a oscurecerse, como si viviera el principio de un nuevo eclipse, y el tráfico se hizo muy denso. La nube de ceniza se extendió 44 kilómetros hacia el oriente de la ciudad, y 26 kilómetros hacia el occidente, y avanzaba a 54 kilómetros por hora hacia la costa y a 28 kilómetros por hora hacia el interior.Los quiteños tenían ayer, sin embargo, una preocupación muy concreta. Una vez que el Guagua Pichincha parece haber elegido la erupción lenta, se aleja el riesgo de las avenidas de lodo o de lava por las encrespadas calles que bajan del volcán. Pero comienza a temerse que, a cambio, esta suave actividad dure meses o incluso años, como admitió ayer el alcalde de Quito, Roque Sevilla: "Es una erupción lenta que puede durar varios meses o varios años. Tenemos que acostumbrarnos a vivir junto a este volcán". Según Sevilla, quien se halla en permanente contacto con los científicos que escudriñan el volcán, la erupción violenta cuenta con un 10% de posibilidades de producirse, por un 90% de la erupción calmada y duradera.
Frente a esos sesudos cálculos de posibilidades, en este caso se aplicó una vez más el conocido fatalismo de las leyes de Murphy, aquéllas que se resumen en que siempre escampa cuando uno sale de la tienda tras comprar un paraguas. Tras cinco días de aburrimiento volcánico en la fase de "alerta naranja", la inmensa columna de cenizas que bloqueó la vida de Quito saltaba al aire apenas unas horas después de que las autoridades hubieran bajado la alarma a la categoría de "alerta amarilla".
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