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Comercio: un proceso de concentración

El último terremoto en el comercio catalán ha sido el anuncio de las empresas de capital francés Pryca y Continente. Desde hace años, el Gobierno que encabeza Jordi Pujol ha defendido una política, no siempre mantenida a rajatabla, consistente en evitar la presencia de grandes superfices comerciales. Se trataba, se afirmaba desde el Ejecutivo, de defender un tejido social en el que el pequeño comercio tiene un peso considerable. Pero las leyes del mercado son inexorables y la tendencia a la concentración se abre paso de la mano de la reducción de costes para el usuario. Un usuario que ha cambiado también sus hábitos en un doble sentido: por una parte, reclama mayores horarios para la compra; por otra, ha convertido esta actividad en un acto con componentes lúdicos. Sobre estos pilares se han ido multiplicando los centros comerciales, que ofrecen al comprador no sólo productos alimentarios o de uso diario, sino que incluyen elementos de regalo e incluso salas de cine y restaurantes. La política restrictiva del Gobierno de la Generalitat hacia estas inmensas superficies ha hecho que el número de habitantes por centro comercial sea en Cataluña más de un 30% superior al del conjunto de España. Con una notable particularidad: los artífices del proceso de liberalización de horarios y puntos de venta fueron los gobiernos socialistas, supuestamente partidarios del intervencionismo social, mientras que en Cataluña un gobierno como el convergente, más liberal en materia económica y social, cerraba la mano para frenar este proceso expansivo de las grandes superficies. La actividad comercial en Cataluña tiene, como eje más potente, la venta de alimentos: más de un tercio de los centros comerciales (57.606 sobre un total de 147.222) está dedicado a este menester, con un predominio absoluto, que se corresponde también con los porcentajes de población, en la provincia de Barcelona. La política restrictiva de la Generalitat en materia de grandes superficies no se nota en cambio en el número de grandes almacenes existentes. Mientras que para los seis millones de catalanes hay 17 macrosuperficies, Madrid dispone de 14 y Andalucía de 20; porcentajes perfectamente asimilables para sus niveles respectivos de población. La mayor excepción la constituye la comunidad de Aragón, que, con menos de 1.250.000 habitantes, dispone de 12 grandes almacenes. La modernidad y el aumento del comercio a través de Internet no están reñidos con la tradición más rancia. Cataluña cuenta con 3.419 mercadillos y puestos de venta ambulante. Las principales cabeceras de comarca disponen de un mercado semanal al que aún hoy acuden los residentes en las localidades vecinas a comprar y vender sus productos. Algunos de estos mercados, como el de Vic (en sábado) o el de Granollers (en jueves), tienen una vitalidad extraordinaria, inusual casi en estos días de fin de siglo.

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