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Reportaje:

Diez horas con Don Miguel

Sentado en el centro del estrado en una sala de la biblioteca Bidebarrieta de Bilbao, el escritor y pensador Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) se habría sentido ayer muy agradecido del empeño de políticos y representantes culturales e institucionales en un homenaje a su persona. Sin embargo, el otro Unamuno, el de cartón piedra y de tamaño natural que ayer presidió la lectura ininterrumpida de su novela Paz en la guerra lo que contempló fue que ese loable esfuerzo no fue secundado por el público de la ciudad. Los bilbaínos, quién sabe si por ser jornada laboral, por el buen tiempo reinante, por desconocimiento o dejadez, no respondieron al llamamiento del Ayuntamiento, que pretendía que el 29 de septiembre se convirtiera en un homenaje popular y participativo, según señalaron en la presentación de esta iniciativa la semana pasada. La lectura de Paz en la guerra, que inició el alcalde, Iñaki Azkuna, a las diez de la mañana, no logró reunir a más de una decena de asistentes a un tiempo. Sólo por la mañana, hasta las 11.30, la sala presentó el aspecto que debería haber tenido el resto de la jornada. Alumnos del instituto bilbaíno Miguel de Unamuno llenaban las butacas y asistían, entre excitados y cansinos, al desfile de personalidades que leían la novela. Paz en la guerra narra el sitio de la capital vizcaína por los carlistas en 1874 a través de los recuerdos de juventud de un chocolatero de las Siete Calles. Continuaron, después de Azkuna, la diputada vizcaína de Cultura, Ana Madariaga, y el delegado de Cultura del Ayuntamiento, José Luis Sabas, a razón de 15 minutos cada uno. Los alumnos, que aplaudían con entusiasmo tras cada intervención, se echaban unas risitas contenidas en cada tropezón (que los hubo) de los políticos en la lectura. Palabras poco comunes como calafatear, estupor, concupiscencia, azogado o vituperar, se resistían a salir con fluidez y naturalidad de quienes están duchos en otros términos. Arrojo y entusiasmo A pesar de la indudable dificultad de leer en público y aprovechando la ausencia de uno de los convocados, una alumna del instituto citado (donde estudiara el escritor en su primitiva ubicación en el Casco Viejo) demostró arrojo y entusiasmo y subió al estrado. Allí, sin levantar la vista un segundo del tomo de Paz en la guerra, Amaia Cagigas, de 13 años, leyó un fragmento. Sus compañeros le obsequiaron con un aplauso de auténtica admiración por su hazaña y palmaditas en la espalda cuando bajó del estrado sonrojada y contenta. "No sé por qué he salido. Nunca había leído nada de Unamuno", reconoció la joven. Esta experiencia le hizo apreciar mejor el esfuerzo de los políticos que habían leído antes que ella: "Lo han hecho mucho mejor que yo. Se han trabado menos", decía sofocada. La mesa redonda de las 19.30 atrajo también más público que el resto de la jornada. En Unamuno en la memoria, participaron el escritor Andrés Trapiello y el director del Instituto Cervantes, Fernando Rodríguez Lafuente, y actuó como moderador el periodista Germán Yanke. Coincidiendo con esta celebración, la directora de la biblioteca Bidebarrieta, María Ángeles Egaña, presentó la Base de Datos Miguel de Unamuno, que recoge las referencias bibliográficas de y sobre la obra del escritor y que se puede consultar a través de la red informática local del Ayuntamiento de Bilbao y en la página web que tiene abierta el consitorio: www.bilbao.net.

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"Los escritores pertenecen al pueblo"
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