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Una inyección de demanda

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La economía española está eufórica. La confianza del consumidor está en su máximo histórico. Las familias se han entregado al endeudamiento y los bancos y cajas les conceden créditos que aumentan a un ritmo del 20%. Las ventas de automóviles se disparan. La vivienda, especialmente, está como loca. Los proyectos aumentan a un ritmo del 30%. El único factor de moderación son los salarios, y su comportamiento, insuficientemente elogiado, está ayudando a otra bendita euforia: la creación de empleo.Este estado de ánimo es explicable. La caída de los tipos de interés y las reducciones del IRPF han conseguido que nuestra demanda interna esté creciendo al doble que la de los países europeos. A nadie debe extrañar que, si metemos esa marcha a nuestra demanda interna, el crecimiento del PIB español sea el doble que el de los demás. Éste es el efecto placentero e instantáneo, pero, como todas las drogas, ésta de estimular la demanda interna tiene también consecuencias desagradables. Por ello, no es raro que, si nuestra demanda interna crece al doble, nuestros precios crezcan al doble que los de los demás. Tampoco es raro que, a pesar del excelente año turístico, el déficit de la balanza corriente acumulado en los seis primeros meses de 1999 sea el doble que el déficit de todo el año pasado. Nada sorprendente, excepto la rapidez con que han empezado a aparecer estos desequilibrios causados por los excesos en la demanda interna, porque, como sucede con cualquier droga, sus efectos negativos no suelen advertirse en el momento en que se está administrando, sino mucho después.

Lo que no se entiende es que, ante esta situación, el Presupuesto para el 2000 venga a inyectar aún más estimulantes. El Presupuesto no contiene ni una sola medida restrictiva. Todas las medidas anunciadas son expansivas. El aumento de los gastos sociales o la concesión de más ayudas a algunas empresas son medidas que agradarán a quienes las disfruten, pero no ayudarán a moderar la demanda interna. Las reducciones de retenciones y cotizaciones también serán bienvenidas por los que pagaron más este año, pero tampoco puede decirse que sean medidas que configuren una política presupuestaria de rigor.

En su informe de septiembre, la única vez que el Fondo Monetario Internacional menciona a España es para hablar de "recalentamiento" y para recomendar la aplicación de una política presupuestaria rigurosa. Frente a esto, lo que se va a inyectar no es precisamente rigor. Porque nadie debería caer en la ilusión de los años ochenta, de creer que, cuando se expansiona la demanda, basta con que el déficit se reduzca para considerar restrictivo un presupuesto. Las políticas presupuestarias hay que juzgarlas por sus medidas. El presente año es un ejemplo de cómo la demanda interna puede acelerarse al mismo tiempo que se reduce el déficit. La explicación de este aparente milagro es que, siempre que la demanda y las importaciones se acaloran, como sucedió en los ochenta y como está sucediendo ahora, los impuestos indirectos inundan las arcas de Estado, por la simple razón de que los impuestos indirectos se pagan sobre la demanda.

Los que esperan que el Gobierno tropiece en el corto plazo con una reducción del crecimiento se equivocan. Mientras nuestra economía se separe de la europea por la mayor expansión de la demanda interna, nuestra divergencia se seguirá traduciendo en un mayor crecimiento a corto plazo. El problema es que esta forma de crecer no es sostenible porque provoca una inflación que nos separa de los demás y deteriora nuestra balanza comercial y corriente. En los excesos de la demanda interna se empieza siempre con la euforia, luego vienen los desequilibrios y, solamente al final, el organismo se resiente y queda afectado el crecimiento. De momento, lo primero que podemos certificar es que el Gobierno se propone inyectar más droga al eufórico y que, seguramente, el trámite parlamentario acabará aumentando la dosis. Ya veremos si el FMI se confunde y, esta vez, los excesos de demanda no son tan perjudiciales como lo fueron siempre.

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