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Patinazo liberal de Jospin

Cuando todos los indicadores invitan a la euforia, baja el paro, despega el crecimiento y la derecha sigue hundida en sus propias arenas movedizas, una sombra de duda planea como un mal augurio en el bullicioso frente común de la izquierda plural francesa. Las palabras con las que Lionel Jospin abordó en la televisión el propósito de Michelin de eliminar 7.500 puestos de trabajo -en un momento en el que la multinacional del neumático contabiliza sustanciosos beneficios- han sembrado el desconcierto y agrietado la confianza de la izquierda en sí misma. Aunque las polémicas frases de Jospin "El Estado no puede hacerlo todo", "no podemos regular la economía por ley", encajan demasiado en los tiempos actuales como para provocar por sí mismas el escándalo, la impotencia latente en la actitud del primer ministro, la imagen de "Gobierno espectador", horada como el ácido el discurso de la supremacía de la política sobre el determinismo económico, del triunfo de las leyes humanas sobre las leyes financieras, que le condujo al poder hace dos años. "¿De qué nos sirve un Gobierno de izquierda y un primer ministro en la cresta de la popularidad si toda su respuesta consiste en animarnos a movilizarnos contra los planes de la empresa?", se preguntaban el otro día en voz alta los manifestantes de Michelin en Clermont-Ferrand. Los interrogantes se acumulan: "¿Jospin se ha convertido al social-liberalismo de Tony Blair y de Gerhard Schröder?, ¿ya no hay un modelo francés contra los efectos de la mundialización, una nueva alternativa política y social para la construcción europea?". Poco amigo de prodigarse ante las cámaras, el primer ministro ha tratado de reducir los daños y restablecer la confianza proclamando en Nueva York que la izquierda "no ha abandonado la dictadura del proletariado para abrazar la dictadura de los accionistas". La duda persiste y pivota sobre la personalidad misma de un jefe de Gobierno que da muestras de vacilación, justo cuando se disponía a activar la segunda fase de su programa, cuando su margen de maniobra político es, aparentemente, mayor que nunca, cuando su estilo voluntarista, riguroso, pedagógico, honesto, había cristalizado en el seno de la izquierda. Ahora hay quienes piensan que este supuesto resbalón puede muy bien marcar el principio del fin del estado de gracia que ha acompañado excepcionalmente a Lionel Jospin durante estos dos años de mandato. Algunos observadores recuerdan cómo en el pasado, caso del Gobierno de Michel Rocard, incidentes aparentemente intrascendentes, pero de gran carga simbólica, quebraron, primero, la línea de popularidad de los primeros ministros franceses y dieron paso, después, a un declive coronado con una caída estrepitosa.

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Sin llegar a aceptar estos augurios, los miembros del gabinete de Jospin y los socialistas admiten de manera discreta, pero prácticamente unánime, que el jefe indiscutible de la izquierda plural no estuvo el otro día a la altura de las circunstancias. Sostienen que, bien al contrario, Jospin sigue manteniendo sus distancias con el discurso y las recetas de Blair y Schröder.

¿Qué pasa, pues, con Jospin? ¿Por qué destruye la pieza angular de su propia argumentación? ¿Lo suyo es un lapsus momentáneo, un simple patinazo derivado del temor a ser acusado de intervencionista en vísperas del debate sobre la segunda y definitiva ley de la semana laboral de las 35 horas -la primera ha reducido ya la jornada de dos millones de asalariados, ha permitido crear 103.000 empleos y ha evitado 18.000 despidos- o es que hay algo más de fondo, es que piensa que su modelo socialista está al borde del agotamiento?

En contraste con la estabilidad gubernamental, la coyuntura social francesa parece potencialmente explosiva. A las protestas de los agricultores, que han encontrado su figura de referencia en el sindicalista ganadero José Bové, encarcelado por haber destruido un McDonald"s, se ha sumado el anuncio de los despidos de Michelin, y la noticia de que Philippe Jaffré, el defenestrado presidente de Elf, bestia negra de los sindicatos, ha obtenido una indemnización de entre 6.250 y 7.500 millones de pesetas.

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Tras la intervención de Jospin, los comunistas, los verdes, el Movimiento de Ciudadanos del ministro de Interior, Jean-Pierre Chevènement, y la extrema izquierda, muy potente en los últimos tiempos, tratan de organizarse como "frente anticapitalista" al margen del Partido Socialista, que no ha sido invitado a las conversaciones para la gran manifestación contra el paro del próximo 16 de octubre.

El efecto Michelin amenaza con desestabilizar el cuidadoso reparto de espacios del Gobierno de la izquierda plural. Aconsejado por sus ministros, el jefe de Gobierno parece ahora dispuesto a penalizar a las empresas que recurran al despido en tiempos de bonanza o abusen de los contratos eventuales. Las sucesivas reestructuraciones de plantilla de Michelin, ocho en total, le han costado a la colectividad entre 4.000 y 5.000 millones de francos. Hay prisa por recuperar el crédito perdido, pero la iniciativa está ya en otras manos y el liderazgo de Lionel Jospin ha quedado maltrecho.

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