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Criptofranquismo

J. M. CABALLERO BONALD El remordimiento es un impulso que suele confundirse con la mala conciencia y que desde luego no practican quienes instintivamente se defienden olvidando. Son los mismos que, al carecer de memoria justiciera, rechazan el sentimiento de culpa. Precisamente en estos días se ha vuelto a reiterar lo que sin duda constituye una de las más notorias peculiaridades de esa ambigua franja histórica llamada transición: la absoluta falta de remordimientos. Todo estuvo cuidadosamente ajustado a los engranajes del olvido. Borrón y cuenta nueva, punto y aparte, aquí paz y después gloria, amén. Viene todo esto a cuento porque el PP se ha negado a suscribir una propuesta, secundada por todos los grupos parlamentarios, en la que se condenaba el golpe militar de 1936 contra la legalidad republicana. Parece evidente que esa tardía iniciativa de los socialistas, planteada un cuarto de siglo después de la muerte del dictador, tenía más bien un valor simbólico, como de ratificación explícita de la unanimidad democrática. Por supuesto que nada de eso resultaba ni extemporáneo ni gratuito. Hasta podía ser una consecuencia lógica del reciente viaje de una delegación parlamentaria a México, donde se honró la memoria de nuestro exilio republicano y la hospitalidad magnánima del entonces presidente Cárdenas. Pero en el Congreso se alzó un clamor discordante contra esa sentencia condenatoria. El portavoz del PP rehusó adherirse a la proposición contra el alzamiento fascista, recurriendo a eufemismos ideológicos y alegando sutilezas más bien onomásticas. No por casualidad ese portavoz se llama Robles Fraga, apellidos ambos que remiten a dos conspicuos exponentes del espíritu del 18 de julio y la represión política. Resulta poco creíble, pero parece ser que un buen número de españoles de genealogía criptofranquista, o casi todos los que con ese remoquete se han solapado en el partido del Gobierno, opinan que a santo de qué hay que arrepentirse de nada concerniente al Glorioso Movimiento, negándose de pasada a la izquierda su preeminencia en la lucha por las libertades democráticas. Lo dicho. Incluso Juan Pablo II, que fue actor antes que Papa, ha anunciado una "jornada de arrepentimiento" a cuenta de los errores y desmanes cometidos por la Iglesia. La verdad es que ese mea culpa sí que llega tarde, digamos que con un retraso de siglos. Pero sólo hay que valorarlo en un sentido alegórico, claro. Aunque dadas las circunstancias, esa condena también debería incluir el apoyo execrable que prestó la Iglesia a la Cruzada Nacional. Lo digo porque tan lícita sería semejante autocrítica como reconocer que el casus belli entre los golpistas y los republicanos se debió a una sublevación abyecta y visceralmente antidemocrática. Lo que pasa es que para muchos maniobreros todo eso debe quedar olvidado y bien olvidado. Los remordimientos están reñidos con el pragmatismo. Por eso cualquier gestión laudatoria en torno a la República peregrina, también será siempre atajada por el partido en el poder, a pesar de que se autocalifique de centrista y hasta de progresista. Las cosas.

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