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El Senado evita una solicitud de dimisión a Yeltsin, pero no los rumores sobre su retirada

Rusia vive otra de esas situaciones críticas de las que Borís Yeltsin suele escapar con decisiones arriesgadas. El cóctel es explosivo: una guerra en Daguestán, una cadena de atentados salvajes en Moscú y otras ciudades rusas, acusaciones de corrupción que afectan al presidente y su familia, y especulaciones de cambios en el Gobierno e incluso en el Kremlin. Hay quien pronostica que Yeltsin puede dejar el poder hoy o mañana. Ayer, sus enemigos de izquierdas no lograron reunir en el Consejo de la Federación (Senado) el apoyo necesario para pedirle que dimita "por el supremo interés de la patria".

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Diez senadores redactaron un texto en el que se solicita a Yeltsin que presente la renuncia y se afirma que su gestión ha provocado "el colapso de la economía, el agudo descenso de la capacidad defensiva, la reducción del nivel de vida y el incremento de las tensiones interétnicas". Otros 50 miembros de la Cámara apoyaron la propuesta, a la que faltaron 30 votos para pasar a debate. Sí aprobaron, en cambio, una resolución en la que acusan a Yeltsin de "fracasar en la toma a tiempo de decisiones para evitar un conflicto armado" en el Cáucaso.El mismo Consejo de la Federación que casi puso a Yeltsin en la picota, apoyó claramente la respuesta del primer ministro, Vladímir Putin, a la cadena de atentados que, en tres semanas, ha costado la vida a cerca de 300 personas en Moscú, Daguestán y Volgodonsk. Según las autoridades, las medidas de seguridad han impedido que estallaran al menos otras seis bombas. La explosión del jueves por la noche en San Petersburgo, que causó dos muertos, parecía en cambio ajena a esta ofensiva, y presentaba más bien tintes de ajuste de cuentas mafioso.

Los senadores respladaron el plan del jefe del Gobierno de someter a Chechenia a una "cuarentena", es decir, de sellar militarmente los límites de la república rebelde, independiente de hecho por la fuerza de las armas. Pese a los problemas de coordinación y a la escasa motivación, las tropas federales han empujado por segunda vez hacia Chechenia a los invasores del señor de la guerra Shamil Basáyev, aunque se da por hecho que el repliegue es estratégico y preludia una nueva ofensiva. A Yeltsin no le gusta que elogien a otro, aunque sea uno de los suyos, y menos si a él le critican, como ayer. Y conociendo los enfermizos celos de su jefe, Putin no debió sentirse muy cómodo cuando los senadores le aplaudieron. Sabe que ni siquiera el poco tiempo que lleva en el cargo (apenas un mes) es garantía de continuidad. Su predecesor, Serguéi Stepashin, no llegó al trimestre. Una de las hipótesis que más circulan estos días es que Yeltsin podría, hoy o mañana, presentar su renuncia, dejar a Putin de presidente interino y convocar elecciones para el 19 de diciembre, para que coincidiesen con las legislativas. Con ello segaría supuestamente la hierba bajo los pies del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que en esa fecha piensa optar a la reelección. Pero algo chirría en este engranaje: que la palabra "dimisión" no figura en el vocabulario de Yeltsin.

En ningún país como Rusia están los rumores tan cerca de ser noticia. Por eso, nadie se atreve a burlarse de los que apuntan a que Yeltsin, más que en Putin, al que no cree ya capaz de ganar la presidencia en las urnas, piensa en jugar otra carta: la del carismático general Alexandr Lébed, gobernador de la provincia siberiana de Krasnoyársk.

Putin se refirió ayer en el Senado -para descalificarlos como "un error"- a los acuerdos de Jasaviurt, que Lébed forjó en agosto de 1996 para acabar con la desastrosa guerra de Chechenia. Lébed se había despachado antes al hacerse eco de "amargura" de la gente porque las autoridades no les protegen de las bombas.

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