El cineasta Arturo Ripstein debuta como director de ópera en México
Sugerente escenografía del pintor Rafael Cauduro para su 'Salomé'
El director de cine Arturo Ripstein (México, 1943) ha debutado, al fin, en la ópera. No lo ha hecho con un título de Verdi, cuya música ha utilizado magistralmente en películas como La mujer del puerto o Principio y fin, sino con Salomé, de Richard Strauss. Otro mexicano, el pintor Rafael Cauduro (1950), se ha hecho cargo de la escenografía. La Ópera de Bellas Artes de México ha salido airosa del desafío.
Los orígenes de la ópera en México se remontan a los primeros años del XVIII. El primer título que se escuchó en el Palacio de Bellas Artes, sede actual de la Ópera, fue Atzimba, de Ricardo Castro, en 1928. María Callas cantó hasta cinco óperas diferentes en 1950. Desde 1992, año en que accedió a la dirección Gerardo Kleinburg, la Ópera de Bellas Artes de México ha experimentado un proceso de renovación que se manifiesta en la ampliación del repertorio, en la audacia de algunas puestas en escena y en la atención a los compositores mexicanos.Los planteamientos estéticos de Ripstein son conocidos a través de sus películas. Hay una atención permanente a mundos y personas marginales. Ripstein es un maestro en lo que podríamos llamar melodrama de la desolación. Heredero, en cierto modo, de Buñuel, el director mexicano siempre tiene una mirada humana desde la sobriedad. Cauduro es un importante pintor hiperrealista que se alimenta de un barroquismo expresivo con ramificaciones actuales. Tiene fuerza y es teatral. Ripstein y Cauduro han tenido conflictos en todo el proceso creativo de Salomé, pero al final han flexibilizado sus posturas y las soluciones que el público ve son de una armoniosa complementariedad.
Ripstein se ha centrado con prudencia y un cierto estatismo visual en los conflictos de los personajes, y así ha logrado retratos muy agudos de Herodías -perversa, cómplice, sutilmente elegante- y Herodes -frágil, pero sin caer en la caricatura-. Despido de la soprano
El personaje de Salomé, sin embargo, se le escapó de las manos, seguramente por la continua sobreactuación de la protagonista, más propia de una comedia musical. Cauduro logra dos efectos plásticos imponentes: la aparición de Jokanaan en un semicilindro de ladrillos iluminado por la luz de la Luna, y el cuadro a varios niveles de columnas, ventanas y paredes decrépitas, con figuras femeninas semidesnudas de las bailarinas después de una insípida danza de los siete velos. Recuerda un poco a Gustavo Moreau, pero mantiene la más pura esencia de sus pinturas, aunque la iluminación plana no favorece la percepción de los juegos de texturas. Curiosamente, la violencia que marca algunos de los cuadros del pintor se queda en el foyer en beneficio de un concepto escenográfico que facilita el hilo narrativo de la ópera y su capacidad de sugerencia desde la insinuación.
Pudo haber sido una noche de éxito delirante para la ópera en México y, sin embargo, no lo fue. La soprano Karen Huffstodt tuvo una actuación aciaga como Salomé y una Salomé con una protagonista haciendo agua desluce inevitablemente el espectáculo. La soprano fue fulminantemente despedida después de la representación.
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