Barroquismo en la selva
Las de agua bendita fueron las últimas gotas que cayeron. La lluvia cesó después de que Óscar Barahona, obispo de San Vicente, rociase en la tarde del pasado domingo la fachada prefabricada de la escuela con que la Generalitat ha obsequiado a esta localidad salvadoreña, situada a 50 kilómetros de la capital. El prelado cerró la media docena de ilustres oradores que durante hora y media mantuvieron bajo una inmisericorde lluvia a decenas de disciplinados niños y niñas y ciudadanos vicentinos en general. Convenientemente puestas al abrigo de una carpa, las autoridades agasajaron en una interminable y barroca ceremonia al consejero de Presidencia, Xavier Trias, de "la gloriosa Generalitat del Estado de Cataluña", según uno de los contundentes discursos. Centenares de personas desafiaron la lluvia en los alrededores de la escuela Doctor Nicolás Aguilar, que honoríficamente llevará el nombre de Cataluña. El acontecimiento era importante. El paso del huracán Mitch y un terremoto dejaron sin aulas a los alumnos de San Vicente. Las clases se impartían bajo enormes tiendas de campaña hasta que finalmente se ha materializado el milagro: 14 días han sido suficientes para que Dragados y Construcciones levantara este centro prefabricado. Todo era el pasado domingo cuento de hadas a los ojos de un pueblo cansado de los golpes de la realidad. El centro, que albergará a unos 800 alumnos, es de notable importancia en un país donde el 30% de niños es analfabeto. Y un milagro de esta magnitud mereció ir bien acompañado: tres ministros, el presidente de la asamblea legislativa, el obispo de la diócesis y un selecto grupo de empresarios, -muchos de ellos de ascendencia catalana y la mayoría vinculado a la derechista y gobernante Arena- constituían una tribuna de lujo ante los calados ciudadanos vicentinos. El espíritu de Macondo andaba suelto a 50 kilómetros de San Salvador. Y en la fiesta no podía faltar la música. Los himnos nacionales de El Salvador y España, ejecutados por la banda de la V Brigada de Infantería fueron brillante prólogo de la ceremonia que se avecinaba. Así, después de que sonara la grabación de Els Segadors que acompaña al periplo del consejero, llegaron los turnos de palabras. Los oradores comenzaban, sin margen de error posible, sus intervenciones agradeciendo una por una -nombre y cargo completo- a todas las autoridades su asistencia. Trias, viendo cómo calaba la lluvia a los niños que se sentaban frente a la tribuna, intentó abreviar. Tarea vana, porque, tras el consejero el guión volvió a la normalidad. "Al pueblo salvadoreño le gusta esto", aseguraba un empresario de padres catalanes. La lluvia continuaba cayendo mientras se procedía al reparto de obsequios. Una composición escultórica en la que imponía respeto un elefante dorado de considerables dimensiones competía en tamaño con dos delfines plateados. El elefante se lo llevó el alcalde de San Vicente. El conseller pareció respirar aliviado cuando recibió una menos espectacular hamaca.
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